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Addenda/La dignidad de Rosario

Germán Froto y Madariaga

La renuncia de Rosario Robles a la presidencia nacional del Partido de la Revolución Democrática, generó una serie de especulaciones políticas, al tiempo que evidenció las divisiones entre los distintos grupos que existen hacia el interior del partido.

Afloraron así, las confrontaciones de los grupos que encabezan personajes como Cuauhtémoc Cárdenas, Andrés Manuel López Obrador, Amalia García y Jesús Ortega las que con seguridad se habrán de prolongar hasta el dos mil seis cuando el PRD tenga que decidir su candidato a la presidencia de la República.

Pero además, está claro que esas mismas fracturas cruzan todo el territorio nacional y se van multiplicando en cada entidad federativa, de manera que a las divisiones de los grupos nacionales hay que sumarle las de los grupos estatales y hasta regionales.

Ese tipo de divisiones y confrontaciones no es exclusivo del PRD, pero lamentablemente es a ese partido al que le tocó ahora exhibir sus debilidades y miserias.

Conozco a Rosario Robles. Me ha tocado escucharla varias veces y platicar con ella otras tantas. Es una mujer fuerte, pero sensible; enérgica, pero no agresiva; de convicciones firmes, pero no cerrada a escuchar otros puntos de vista.

Por eso me sorprendió gratamente el que su renuncia la sustentara, entre otras razones, en la consistente en que su dignidad no tiene precio. Y ante los ataques, los golpes bajos y los cuestionamientos tendenciosos de que estaba siendo objeto, prefirió irse antes que provocar un daño institucional, del que sin duda derivaría uno personal.

Pero ni se va del Partido, ni despotrica en contra de él. Vaya, ni siquiera individualiza culpas, porque está consciente de que todas esas actitudes acaban por producir un daño a la institución y si de algo no se puede tachar a Rosario es de ser una mujer indigna, desleal o carente de institucionalidad.

La gravedad y el decoro en la manera de comportarse es lo que hace a una persona digna, de manera que, en sentido contrario, quien no se comporta de esa forma actúa indignamente.

Estoy seguro de que muchos otros se hubieran aferrado al cargo no obstante los ataques que estuvieran recibiendo de sus propios correligionarios. Otros más lo hubieran hecho con tal de seguir recibiendo un determinado salario o con el fin de mantenerse frente los reflectores de los medios de comunicación.

Hay quienes llegan al extremo de no dimitir a un cargo a pesar de haber sido vejados públicamente por sus superiores.

No se debe ceder a caprichos de grupos ni tener la piel tan sensible que a la menor crítica renuncie por temor al qué dirán. Pero tampoco aferrarse a un cargo cuando va de por medio la dignidad de la persona.

Es por eso que aplaudo la dignidad con la que actuó Rosario Robles y su conducta debería servir de ejemplo para todos nosotros.

Porque en la política y los cargos públicos debe actuarse con toda dignidad, anteponiendo ésta a cualquier otro tipo de valores materiales o satisfacciones personales.

Quien no actúe de esa manera se está autodenigrando y rebajándose a niveles tales que no merece ser llamado hombre.

A lo largo de los años he visto cómo algunos son capaces de llegar hasta la ignominia con tal de permanecer en un cargo público o en determinada posición política. Se aferran a ellos como si fuera la única forma de subsistir. Quizá para ese tipo de personas lo sea. Porque si no se aprecian a sí mismos, menos van a poder sobrevivir desarrollando cualquier actividad por modesta que ésta pueda ser, pero manteniendo así incólume su dignidad.

De ahí incluso que se hayan acuñado expresiones chistosas como aquélla tan conocida en la que, ante la pregunta del jefe al subordinado, de ¿qué horas son?, éste responde: “Las que usted quiera, señor”.

Las conductas indignas en nada contribuyen a la civilidad y al fortalecimiento de nuestras instituciones. Al contrario, las denigran y corrompen.

En el caso de Rosario, ella misma sostiene que era preferible que el PRD enfrentara ahora la crisis generada por su renuncia, que lo hiciera dentro de dos años ya inmerso en el proceso de la sucesión.

La ex presidenta del Partido, actuó entonces pensando en lo que era mejor para la institución sin menoscabo de su dignidad y ciertamente, lo que hizo fue correcto.

Pero cuántos hay que primero piensan en su propia conveniencia que en la de las instituciones. Que con tal de no importunar al superior jerárquico le dicen que una cosa es correcta cuando no es así o se quedan callados cuando aquél ordena una acción ilegal y van y la realizan alegando que tal fue la orden que recibieron.

El respeto a las jerarquías no implica sumisión, abyección o complicidad, ya sea por temor o conveniencia.

Hace mucho más bien quien se opone a una decisión ilegal, se niega a su realización o simplemente contradice respetuosa y razonadamente al jefe, que aquél que calla y permite que se actué de manera incorrecta o contraria a la ley.

Pero la dignidad es una virtud y por eso mismo no cualquiera la posee. De ahí lo ejemplar de la lección que nos ha dado Rosario Robles. Ojalá y hubiera muchas más personas como ella participando en la política nacional.

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