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Addenda/La eterna diferencia

Germán Froto y Madariaga

No en balde es uno de los jinetes apocalípticos. La guerra nos estremece y aterra; nos preocupa y confunde;

Convierte en valientes a los cobardes y vuelve cobardes a los más valientes.

Muchos son los ángulos desde los cuales se analiza la guerra, pero en todos los casos encontramos un común denominador que constituye la eterna diferencia: los gobernantes la quieren y el pueblo la rechaza.

Sin embargo, la guerra es la gran constante en la historia de la humanidad. De ahí la afirmación de Hobbes, en el sentido de que: “El hombre, es el lobo del hombre”.

Si leemos con detenimiento las páginas de los diarios, nos daremos cuenta que son los gobernantes los que tratan de justificar la guerra e incluso llegan al extremo de hablar de “guerra justa”, como si estos dos conceptos pudieran compaginarse.

Es verdad que en el derecho internacional se distingue entre una declaración de guerra y un estado de guerra, pues en la primera hay la intención de desatar un conflicto bélico con otra nación; y en la segunda, se ejercita tan solo el derecho a defenderse de una agresión.

Pero para el pueblo, para el ciudadano común, la guerra es la guerra. La que siembra destrucción y muerte. La que destruye hogares y deja niños en la orfandad. Y como los generales no van a la guerra, los gobernantes menos, de manera que lo peor que les puede suceder a ellos es que, como Hirohito, dejen de parecer dioses para mostrarse como simples mortales.

Sin embargo, los efectos de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, ahí quedaron y hasta la fecha, los sobrevivientes de aquella catástrofe, siguen padeciendo sus nefastas consecuencias.

Pero, a pesar de tanta destrucción y muerte, ¿qué le paso al entonces presidente Harry S. Truman?. Pues nada, absolutamente nada.

¿Qué les pasará a Bush, Bleir y hasta al enternecedor de Aznar, si acaso se desata la guerra?. Igualmente que a los otros: nada.

El mundo se puede desangrar y ellos seguirán gobernando y repartiéndose los territorios con fines fríamente económicos. Claro está que José María Aznar, es cosa aparte.

Bien lo dijo el ex primer ministro Felipe González, al referirse a la posición adoptada por su sucesor con la que él (que no España) se coloca al lado de Estados Unidos y le da la espalda a la Comunidad Europea: La U.E. ha quedado herida de muerte.

Cuánto le costó a España sumarse a la Unión Europea y cuánto bien ha significado para su economía, como para que ahora venga José Mari y se limpie con todo, convirtiéndose, como se lo dijo el líder de la izquierda unida española, Gaspar Llamazares, “en el capataz del ranchero de los Estados Unidos”.

¡Ah!, pero para Bush, el primer ministro Aznar, es “un valiente”, aunque para muchos de los españoles José Mari debería de trocar su apellido por: Asnal.

Los sacerdotes oran por la paz. Los artistas le cantan a la paz. Los pueblos claman por la paz. Bueno, hasta hay quienes se ofrecen voluntariamente para ir a servir como escudos humanos a Iraq, en un valeroso pero ingenuo intento por evitar que Estados Unidos bombardee a la población civil. Como si a Bush le fuera a importar llevarse entre las patas de sus apocalípticos caballos a unos cuantos civiles más que andan de “entrometidos” en aquel lejano país.

“Pero, por Dios” –dirán los gobernantes. “A quién le importa lo que piensen ellos”. Por eso nosotros somos mandatarios, porque el pueblo no sabe decidir. Por eso nos eligieron a nosotros, porque nosotros somos fuertes, decididos, determinantes. Y ellos, ellos no saben qué es lo que en realidad les conviene”.

No obstante esas consideraciones que sin duda son fruto de la soberbia que los caracteriza, la pregunta que recorre la historia de la humanidad sigue siendo la misma: ¿A quién beneficia una guerra?”.

Al pueblo no y eso resulta claro. Porque al final de cuentas, el pueblo viene poniendo el todo. Y ese todo es desde sus cuerpos para hacer la guerra, hasta su fuerza física para reconstruir sus ciudades, pasando por su hambre, su dolor y su miseria.

Los gobernantes lo único que ponen es, si acaso, su capital político, el que frente a las otras contribuciones es una verdadera bagatela.

Mahatma Gandhi solía repetir esta frase: “ No hay caminos para la paz. La paz es el camino”.

Pero quienes gobiernan al mundo escogen sistemáticamente el camino de la guerra como vía para “alcanzar” la paz. De ahí la absurda exigencia de Bush: que todos se desarme, menos yo. Solo así se garantizará que haya paz.

Dice que nos quiere proteger de la amenaza que representa Saddam Hussein para el mundo. Y nosotros le preguntaríamos: ¿Y quién nos protegerá de ti?.

No hay, pues, coincidencia entre lo que quiere el pueblo y lo que les interesa a los gobernantes.

Ni siquiera en un país con vocación pacifista, como es el nuestro, se puede sustraer el gobierno a las presiones para que apoye la guerra.

Bueno, hasta nos dicen que tenemos por allí unos misiles para defender las plataformas petroleras en caso de que las ataquen. ¿Sabemos cómo usarlos, siquiera?.

“Que todos seamos iguales y que nadie amenace la paz mundial”, exigen solemnes los gobernantes.

Eso me hace recordar aquel viejo estribillo castizo:

“¡Igualdad!, oigo gritar al jorobado Torroba. ¿Quiere verse sin joroba o nos quiere jorobar?”.

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