Hace apenas nueve meses el peso mexicano sorprendía por su fortaleza. Mientras la gran mayoría de las monedas perdía terreno en relación con la divisa estadounidense, la nuestra lo ganaba. Los medios de comunicación, en particular la prensa, se referían a ella como el ?Súper peso?.
El peso fuerte hasta abril del año pasado se debió, en gran parte, a una cuenta de capital de la balanza de pagos muy favorable. Esto se explica por el entusiasmo en los mercados financieros sobre México, que se tradujo en la entrada de inversión extranjera directa, más facilidades y mejores términos para la colocación de deuda del gobierno y las empresas mexicanas, y un mayor flujo de capital de corto plazo.
El panorama, sin embargo, cambió en abril de 2002 y desde entonces el peso se ha debilitado respecto al dólar. Las explicaciones sobre este comportamiento cambian con la época. Primero fue la disminución del ?corto? el viernes 12 de abril y la depreciación del dólar frente al euro; luego la incertidumbre política en Brasil; posteriormente la parálisis legislativa en relación con las reformas estructurales en México; y ahora el temor de una confrontación bélica de Estados Unidos con Irak así como, otra vez, la depreciación del dólar frente al euro.
En mi opinión, sin ignorar los impactos del ambiente geopolítico y económico del exterior sobre la evolución de nuestra moneda, la causa toral de su debilidad reciente es interna. La depreciación del peso resulta de que el optimismo financiero de los extranjeros se fincó en una premisa que a la postre resultó equivocada. Los inversionistas internacionales consideraron que la llegada de la democracia a México era razón suficiente para que el Presidente Vicente Fox lograra la aprobación por parte del Congreso de las reformas estructurales que necesita el país.
Hoy constatamos que este optimismo fue exagerado. Las reformas no han llegado, la relación del Ejecutivo con el Congreso es mala, el Presidente Fox sacrifica el Estado de Derecho por la creencia ingenua de que con ello garantiza la estabilidad y la paz social, y muy poco se espera de su gestión en este año político de renovación de la Cámara de Diputados.
Las opiniones de los extranjeros sobre México normalmente se ubican en los extremos. Por lo tanto, no debe extrañarnos el cambio ante esa realidad y el enrarecimiento del entorno geopolítico internacional, como lo mostraron Merrill Lynch y Bearn Stearns la semana pasada al referirse a sus perspectivas económicas y financieras para México en 2003.
Los analistas del exterior pasan con mucha facilidad de la euforia al desencanto. Primero magnifican nuestras virtudes y subestiman nuestras deficiencias. Luego toman una posición diametralmente opuesta, aunque también errónea. Esto resulta en cambios muy drásticos en la percepción sobre nuestro país, como ocurrió, por ejemplo, entre 1990-91 y 1994-95, y nuevamente parece suceder ahora con la opinión que fortaleció al peso apenas hace año y medio y la que hoy lo debilita.
Los inversionistas apostaban a que las reformas estructurales serían aprobadas por nuestro Congreso. Lo que no consideraron es que nuestros legisladores tienen poco o nulo conocimiento sobre los temas que discuten, adoptan posiciones polarizadas respecto a los mismos, y velan más por los intereses de sus partidos que por los del bienestar nacional.
Hace tiempo, todavía cuando se hablaba del súper peso, escribí que ?es todavía una moneda relativamente débil, por lo que en el mediano y largo plazo tenderá a depreciarse. Hoy su fortaleza depende de la confianza de los inversionistas externos. El mayor riesgo?.es que? cambien su percepción sobre nuestro país, ya sea porque las condiciones económicas en Estados Unidos se deterioren más, o porque ven que la relación entre el Ejecutivo y el Legislativo no resulta en la aprobación de las reformas estructurales que el país necesita.?
Hoy el menor entusiasmo por México de los inversionistas extranjeros disminuye la entrada de capital, lo que junto con la incertidumbre asociada a una cada vez más probable guerra de Estados Unidos con Irak se traduce en una mayor volatilidad y debilidad del peso. Esto continuará en las semanas siguientes hasta que, por lo menos, se despejen las inquietudes respecto al conflicto bélico. Luego nuestra moneda tendrá que enfrentar las consecuencias de las movilizaciones contra el Tratado de Libre Comercio y la forma tan irresponsable en que se hace el debate político en nuestro país.
Mientras tanto, esta debilidad del peso compromete la meta de inflación de Banxico. Es probable, en consecuencia, que las autoridades monetarias no estén dispuestas a esperar a que cambien los vientos que actualmente presionan nuestra moneda y reaccionen elevando otra vez el ?corto? esta semana. Considero que en las condiciones actuales eso no disipará el nerviosismo de los inversionistas, como tampoco lo hace el alza del precio del petróleo que aumenta nuestros ingresos de dólares.
Queda, por tanto, el uso de una ?medida extrema?. En nuestro régimen de flotación Banxico realiza operaciones de compraventa de divisas solamente con Pemex y el Gobierno Federal. En la medida que la depreciación del peso ejerza presiones sobre los precios internos, las autoridades podrían sorprendernos haciendo que Pemex opere sus dólares en el mercado libre. Si esto sucede, el sólo anuncio apreciaría al peso, que se fortalecería más cuando se aplique la medida.
Un remedio transitorio pero quizá necesario para evitar un aumento de las presiones inflacionarias mientras se disipan las incertidumbres externas e internas que dominan el ambiente financiero.
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