Días antes de que terminara el año 2002, el pasado 22 de diciembre, apareció una noticia en los diarios de Monterrey, Nuevo León, que con el paso del tiempo se apagó como sucede con otras que sólo ocupan las páginas en el momento en que confirmamos el daño social que pueden sufrir los jóvenes de todo el mundo; cuando nos sorprendemos y hasta “nos jalamos los pelos” por las irregularidades y barbaridades que se dan en nuestras ciudades, para luego recaer en la inactividad y pobre reacción a los problemas que creemos no nos atañen o afectan directamente.
Un joven de esa ciudad norteña, que en vida llevó el nombre de Marco Israel López, acudió a uno de los denominados “antros” para divertirse en el pasado período vacacional. Los ingeniosos promotores del alcoholismo habían organizado un concurso para ¡encontrar al regio que toma más tequila!, ofreciendo una botella de licor para quien resultara ganador. Ya con anterioridad habían distribuido otras entre las jovencitas asistentes; “la botella se ofreció para las niñas que bailaron”, comentaron al entrevistarlos sobre la desgracia sucedida ese día.
Marco Israel murió por las consecuencias del estado de intoxicación en que se encontraba. Aunque esto haya sucedido en la vecina ciudad de Monterrey, no olvidemos que la promoción del alcoholismo se presenta en La Laguna, con todas sus consecuencias, sobresaliendo las lesiones por accidentes y pleitos.
Todos conocemos el peligro que corren nuestros jóvenes al asistir a esos “antros”, lugares donde ofrecen “barras libres”; premios a concursantes de diferentes juegos, muchos de ellos humillantes; descuentos por la temprana asistencia a fin de que aumenten los consumos; y otras muchas barbaridades.
Algunos jóvenes aseguran que en los alrededores de esos centros se trafica con drogas y que en algunos lugares las venden en los sanitarios. Aunque se impide la entrada a menores de edad, cosa que no siempre sucede, es imposible controlar la ingesta de alcohol, consumo de cigarrillos y no falta quién lance el reto de probar “algo más fuerte”.
Y los controles municipales son pobres, altamente deficientes por diferentes razones: la falta de personal de inspección y vigilancia; la inadecuada capacitación de los mismos, que no tienen posibilidades de diferenciar entre quienes están alcoholizados o drogados; hasta lo común, la corrupción de personas que ven la oportunidad de ganarse unos pesos más con el chantaje y la extorsión, o simplemente aceptando la consabida mordida.
En la Comarca Lagunera se presenta el mismo problema, como en todas las ciudades grandes y medianas de México, con el agravante que basta tan sólo pasar un puente del Río Nazas para llegar a otro estado federal, con otras autoridades y otros mercaderes del vicio.
Desde luego que entiendo el justo derecho de los jóvenes a divertirse en las citadas discotecas y bares de las ciudades laguneras; es más, me sumo a la defensa de esos momentos de diversión, siempre y cuando sean sanos, mesurados y seguros.
En días pasados me entrevisté con muchachos y muchachas para preguntarles sobre los “antros” de La Laguna y me sorprendieron con sus respuestas:
Me hablaron de “niveles”: los del primero, donde se puede tener más o menos seguridad, se encuentran en zonas con regular vigilancia y/o tienen la propia, con personas que en general respetan a los asistentes y sus bebidas no están adulteradas. Las de segundo nivel; donde ya no existe la misma seguridad, no hay suficiente vigilancia y hasta “pueden aletearte el automóvil”, las promesas de promoción no se cumplen (ofrecen bebidas gratis que tardan en servirlas –intencionalmente- horas) y no se controla estado físico de las personas que asisten. Y las de tercera (algunas veces las definidas de segunda pasan a esa clasificación): no tienen seguridad y los vigilantes privados son los principales sospechosos de delincuencia; no hay seguridad para las personas ni sus vehículos; las bebidas pueden estar adulteradas (hablan de éter en el hielo); ofrecen, casi descaradamente, drogas varias, principalmente marihuana y cocaína.
Cuando les pregunté la razón para asistir me dijeron que: para divertirse sanamente, relajarse y descansar de una semana de estudio y/o trabajo.
Luego les pregunté lo que no les gusta de esos lugares y contestaron: que permitan borrachos o que se consuman drogas; que dejen entrar a personas con aspecto de drogados; que promuevan el libertinaje y provocación sexual; y que ofrezcan las barras libres que solamente favorecen el alcoholismo y descontrol.
También les pedí que me dijeran qué les gustaría que se cambiara y contestaron: regular, y mejor aún, eliminar las barras libres; retomar programa de conductor designado (al parecer en algunos lugares hasta les ofrecían refrescos gratis); mejorar la seguridad, incluida la vigilancia de los baños. Me llamó la atención que pidieran repetidamente que el Disc Jockey tenga una función más positiva en relación a recomendaciones y cuidados; ellos son los encargados de amenizar y poner la música, como el caso de Kristoff y Tony Dalton, del Antro Vat Kru de Monterrey, Nuevo León.
Me tranquilizó confirmar que en general, los universitarios saben diferenciar de uno y otro tipo de lugar, que tienen rutinas establecidas para cuidarse, tales como asistir en grupo y salir acompañados; sin embargo no todos los jóvenes son así.
Hay mucho por hacer para regular ese tipo de centros nocturnos y asegurar que no sean las aduanas de la muerte de nuestros jóvenes laguneros, y particularmente deberán actuar las autoridades municipales de las ciudades de La Laguna. ¿no le parece? ydarwich@ual.mx