Los Motivos.- Para la mente moderna y secular, las guerras de religión nunca debieron haber tenido lugar y, en cualquier caso, a estas alturas deberían haber sido asumidas por todos como reliquias de un pasado indeseable. Desde esta perspectiva, no existe razón válida para destruir a quien no comparte la misma creencia religiosa.
Y sin embargo, resulta que hoy estamos presenciando justamente el desarrollo de un conflicto muy complejo que, al menos parcialmente, está motivado por un choque de dogmas religiosos. Y si la irresponsabilidad de los líderes y la mala suerte nos acompañan, el conflicto puede continuar después de que los norteamericanos y sus aliados terminen con el régimen de Saddam Hussein en la antigua Babilonia.
La derecha cristiana que hoy ocupa los puestos de decisión más importantes en el gobierno norteamericano encabezado por George W. Bush, esgrime argumentos que son propios de la política secular para justificar su acción en Iraq, pero en el trasfondo mantiene razones de índole religiosa. Y aunque esos argumentos aparecen poco en su discurso público -no son muy bien recibidos por la opinión pública mundial-, se puede sostener que son parte importante en su actual conducta internacional. Por otro lado, los adversarios más conspicuos de la actual posición norteamericana en el Oriente Medio son los fundamentalistas islámicos, que abiertamente han justificado sus ataques a Estados Unidos y su política imperial por razones religiosas.
Y así tenemos que al inicio del siglo XXI la guerra a escala mundial se torna una vez más en una lucha entre credos y dogmas. Para los fundamentalistas en el amplio y ancho mundo del Islam, oponerse a Estados Unidos y a sus aliados en el mundo árabe, significa no sólo una opción sino una obligación.
Por su parte, Estados Unidos pareciera estar dispuesto a responder con la misma moneda: No hace mucho el presidente Bush declaró que ?los terroristas (islámicos) aborrecen el hecho que ...nosotros podamos adorar al Dios Todopoderoso de la manera en que lo deseamos? (Newsweek, diez de marzo). Exploremos pues, las líneas generales del elemento religioso de este conflicto en el Oriente Medio y sus implicaciones.
Los del Destino Manifiesto.- En el origen de los Estados Unidos está la colonización inglesa de la Nueva Inglaterra en los siglos XVI y XVII: Las famosas trece colonias. Y en ese origen hay tanto intereses políticos -detener la expansión española de América?, económicos -promover el lucrativo cultivo del tabaco en Virginia- como religiosos: ?los Peregrinos? de Plymouth, separatistas rabiosos de la Iglesia de Inglaterra.
Desde entonces y hasta hoy, el sello religioso quedó estampado en la vida pública norteamericana. Y ese elemento religioso está presente tanto en la política expansionista del ?Destino Manifiesto? o en la defensa o ataque de la institución de la esclavitud en el siglo XIX, como en la actual política del presidente Bush.
En un artículo reciente, Norman Mailer cita a David Frum, un redactor de discursos presidenciales, quien señala en The Right Man: The Surprise Presidency of George W. Bush, que el pasado septiembre el mandatario comentó en una reunión con religiosos: ?Saben, yo tenía un problema con el alcohol. En este momento debería estar en algún bar en Texas y no en la Oficina Oval (de la Casa Blanca). Sin embargo, sólo puede haber una razón por la cual esté en la Oficina Oval y no en un bar: Encontré la fe. Encontré a Dios. Estoy aquí por el poder de la oración?. (The New York Review of Books, 27 de marzo, 2003, p.52).
El movimiento evangélico al que Bush hijo recurrió en busca de apoyo político, constituye hoy el corazón del Partido Republicano (Newsweek, diez de marzo). Y de esa mezcla de convicción y política partidista a explicar y legitimar con la voluntad del Dios las decisiones con relación a la paz o la guerra de la Casa Blanca, no hay más que un corto paso. El discurso norteamericano para justificar su acción militar en el 2003 contra de su antiguo aliado, Saddam Hussein y su régimen -en 1984 Washington y Bagdad reestablecieron relaciones diplomáticas y el gobierno de Hussein recibió ayuda material y de inteligencia norteamericana en su guerra a muerte contra los ayatolas de Irán- tiene al menos tres vertientes principales.
Por un lado, la hipotética fabricación de armas de destrucción masiva en Iraq, aunque nadie ha encontrada nada relacionado con su viejo programa nuclear, destruido después de la primera Guerra del Golfo, ni ha sido demostrado que ese país haya seguido fabricando gas Sarin, Tabún o VX, cuyas plantas originales también fueron destruidas por los bombardeos o por el trabajo de los inspectores de Naciones Unidas entre 1994 y 1998, o de ántrax y otros agentes biológicos, (véase la entrevista de William Rivers Pitt con Scott Ritter, ex oficial de marines por doce años y antiguo inspector de armamentos de la ONU en Iraq, en War on Iraq, Nueva York, 2003).
La segunda vertiente es la supuesta relación entre los fundamentalistas islámicos de Al Qaeda con un Saddam Hussein, un dictador laico que por ocho años llevó a cabo una guerra brutal contra los ejércitos de un Irán dirigido por los ayatolas fundamentalistas, y cuyo objetivo es precisamente la destrucción de regímenes no religiosos como el de Hussein en Iraq o el de Hosni Mubarak en Egipto.
La tercera razón, es la hipotética preocupación por liberar a los iraquíes -kurdos, turcomanos, sunitas y shiitas- de la brutal tiranía de Hussein y del Partido Baat, pero esta afirmación se topa con la historia, con el respaldo que Washington le dio a este tirano y a su partido en el decenio de 1980 a pesar de la evidencia de la represión sistemática o de que Hussein había usado gas en contra de los kurdos de su país en Halabja (60 mil muertos), para no decir nada de su empleo en la guerra con Irán.
Los motivos que más se manejan fuera de Estados Unidos para entender su voluntad de destruir al actual régimen de Iraq no son tanto los que aparecen con más frecuencia en el discurso de Bush, sino otros.
En primer lugar, la oportunidad de imponer la voluntad de Washington sobre un país subdesarrollado, con veinte millones de habitantes y con un régimen sin legitimidad internacional como es el caso de Iraq, para asegurar el control del petróleo del Oriente Medio y defender a Israel, pero también para consolidar la creación de un orden mundial donde haya sólo un país realmente soberano, uno que no tenga que rendir cuentas de sus acciones a nadie: Estados Unidos.
Sin negar lo anterior, conviene tener en mente que junto a las varias razones de política del poder y económicas, también hay un viejo elemento metafísico: Estados Unidos (?la Ciudad en la Cima de la Montaña?) como instrumento de la voluntad del Dios de los cristianos.
La Otra Cara de la Misma Moneda: el Islam Radical.- Saddam Hussein, el viejo enemigo del fundamentalismo, ahora arenga a sus tropas a resistir y ?cortar la garganta de los invasores? porque esa es la voluntad de Dios, del dios del Islam. Y es aquí, en el ámbito de lo religioso, donde aparece un gran problema actual y, sobre todo, del futuro. Se trata, en principio, y para el pensamiento secular de una contradicción tan inaceptable como irresoluble: La decisión del Islam radical de oponerse ferozmente a una idea central para la modernidad occidental: Que es posible y conveniente separar la esfera de lo religioso de lo político, económico, científico, etcétera. Para el mundo radical islámico, la idea misma de lo secular es una negación de Dios y del correcto vivir que los cristianos han intentado imponer de tiempo atrás al resto del mundo y a la que se debe resistir, incluso, por medio de la violencia. Paul Berman, en un análisis aparecido en The New York Times Magazine (23 de marzo, 2003) en torno a los escritos del filósofo egipcio, Sayyid Qutb (1906-1966), encarcelado por años, torturado y finalmente ejecutado a los sesenta años por el gobierno de Gamal Abdel Nasser, sostiene que las raíces ideológicas de Al Qaeda y de quienes atentaron contra la Torres Gemelas en Nueva York y el Pentágono en Washington en el 2001, están en las tesis de Qutb, desarrolladas en A la sombra del Corán. Este filósofo y militante islámico, recibió una educación secular en Egipto e incluso obtuvo una maestría en Estados Unidos (en el Colorado State College of Education), pero para entonces, 1940, su fundamentalismo islámico ya estaba bien asentado. Retornó a Egipto con el propósito de hacer del Islam un movimiento revolucionario cuyo objetivo fuese la reconstrucción de la sociedad según los principios del Corán.
El instrumento político fue la ?Hermandad Musulmana?, organización que pronto fue puesta fuera de la ley por el régimen revolucionario nasserista, lo que no le ha impedido seguir funcionando hasta la fecha. Según Berman, para Qutb, como luego para quienes le han seguido, entre ellos Osama bin Laden, no hay duda que el cristianismo representa una equivocación teológica monumental y de efectos muy nocivos. Por ello, desde que el cristianismo se topó con el Islam ?la ?corrección? del magno error- ha tratado de destruirlo, pues es filosóficamente imposible que ambos puedan convivir en paz. Desde esta perspectiva, las acciones norteamericanas en Iraq y en todo el mundo árabe, no son más que el último eslabón en la cadena de agresiones iniciada en la Edad Media por los cruzados europeos.
Para Al Qaeda, los norteamericanos son hoy la versión actual de los cruzados y deben ser tratados como tales por el mundo islámico realmente fiel a sus principios. Pero ¿cuál es el gran error del cristianismo a ojos de Qutb? Desde la perspectiva histórica del teórico egipcio, la ley de Moisés puso los fundamentos esenciales para la construcción de la sociedad justa y virtuosa, pero los cristianos se salieron del buen camino y su error se puede resumir en una cita del Nuevo Testamento con relación al poder político: ?Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios?. Es ahí donde nace una división o quiebre del hombre con su auténtica naturaleza moral, pues todo lo de César es de Dios y no puede separarse sin peligro. Para Qutb, es un gran error aquello que Occidente considera el epítome de su civilización y modernidad: La división entre lo espiritual y lo secular. Para lograr poner fin a la infelicidad y al vacío de la vida actual -escepticismo, una sexualidad bestial, inmoralidad, crimen, corrupción, locura- debe volverse a unir a la religión y la vida material; así lo exige la verdadera naturaleza del hombre.
El error nació en la Grecia clásica cuando se sostuvo que es posible una vida intelectual y espiritual separada de la vida física, y esa idea fue reelaborada por los cristianos que, con el correr del tiempo, aceptaron la división entre lo sagrado y lo humano, para luego dividir a la fe de la ciencia y finalmente dar pie al ateismo. Fue necesario el advenimiento de un nuevo profeta, Mahoma, para restaurar la unidad de la vida. Sin embargo, sus herederos no se mantuvieron enteramente fieles a sus enseñanzas. Y fue por ello que los cristianos y los mongoles terminaron por conquistarlos e intentaron imponer al Islam la falsa dicotomía entre lo espiritual y lo secular.
La respuesta debe ser de la magnitud del enorme sufrimiento y humillación causados: Una lucha a fondo, sin cuartel y violenta, pues es la única manera de salvar a la humanidad.
El Resultado.- No hay mucho lugar para dudar que el enorme poderío norteamericano e inglés (más el grano de sal australiano) se impondrán en la antigua Babilonia, pero eso no habrá resuelto el problema que el Islam radical, que Al Qaeda o quienes le sucedan, le presentan al nuevo imperio norteamericano, que se considera la culminación de un destino manifiesto que Dios le escrituró y la salvación de la humanidad. El componente de guerra religiosa se va a mantener. Y la violencia que los grandes países del Occidente cristiano llevan hoy a tierras árabes con la justificación de una lucha por la libertad -libertad secular, desde luego?, sin duda será usada por los radicales islámicos para justificar el llamado a una lucha santa contra los ?infieles? y sus aliados. Los fundamentalistas de Oriente y Occidente parecieran estar dispuestos a darle la razón al politólogo Samuel P. Huntington, quien a fines del siglo pasado auguró que el Siglo XXI sería el del gran choque de civilizaciones.