Un Juego Suma Cero.- En el corazón del mecanismo de cualquier sistema político democrático se encuentra la división de poderes. Sin el equilibrio que da esa división, no hay democracia posible, pues el poder político es un elemento tan fuerte y expansivo que sólo puede ser controlado otro elemento similar. Desdichadamente, hoy en el sistema internacional no existe nada que pueda limitar el poder de Estados Unidos, de ahí que la naturaleza del actual sistema político internacional amenaza con ser hostil al espíritu democrático que se supone debería campear tras el fin de la "Guerra Fría". Existe la posibilidad de que la arena internacional llegue a ser dominada no por el espíritu democrático sino por el imperial y por una lógica ajena a la justicia y a la libertad.
El Origen.- En 1823 Estados Unidos era sólo un actor secundario en el contexto internacional. Sin embargo, sus dirigentes tuvieron la audacia de pretender dictar a las grandes potencias de la época una doctrina, la Monroe, que, en esencia, era la consagración del unilateralismo como base de su política exterior. Hoy, ciento ochenta años después, Estados Unidos está en la posibilidad de hacer del espíritu de Monroe, el eje mismo del nuevo orden internacional. Por tanto, una manera de interpretar el actual contexto internacional, es asumir que la sustancia de la "Doctrina Monroe", originalmente pensada para el Hemisferio Occidental, se desbordó. La consecuencia más importante de tal hecho, es que el sistema mundial sería un campo dominado por la regla de la "suma cero", es decir, que la expansión del poder norteamericano daría como resultado inevitable, una contracción de igual magnitud de la soberanía de los otros participantes. Como se recordará, la Doctrina Monroe fue anunciada el dos de diciembre de 1823 por el quinto presidente de los Estados Unidos: James Monroe. El documento que se dio a conocer entonces como eje de la política exterior de la joven nación norteamericana, se puede resumir en cuatro puntos: 1) Estados Unidos se abstendría de intervenir en los asuntos internos o en los conflictos externos de los países europeos, 2) Estados Unidos respetaría los intereses aún vigentes de los países europeos en el Hemisferio Occidental, es decir, los restos de sus imperios coloniales, pero a cambio, 3) Estados Unidos declaraba concluida la etapa en que Europa podía extender su soberanía en el Hemisferio Occidental, 4) en virtud de todo lo anterior, Estados Unidos consideraría como un acto hostil cualquier intento de una potencia europea por volver a controlar u oprimir a cualquiera de las nuevas naciones surgidas de la desintegración del imperio español en América. El anuncio del presidente Monroe se puede interpretar como una maniobra oportunista, audaz y visionaria. En efecto, el único país que entonces tenía el poder para impedir una reconquista de la antigua América española, no era Estados Unidos sino Inglaterra. Es más, había sido la propia Inglaterra, por vía de su ministro de Asuntos Exteriores, George Canning, quien había propuesto a Washington formular una solemne declaración conjunta en contra de cualquier pretensión de hacer retornar a la América española a su antigua condición de colonia. A Londres le interesaba que el viejo imperio español en el Nuevo Mundo mantuviera su independencia porque esa era la situación ideal para hacer prevalecer en la región sus enormes ventajas comerciales, financieras y tecnológicas. Sin embargo, los norteamericanos, sabiendo que finalmente sería la armada británica la que impediría o no cualquier intento viable de reconquista -España sola no podía hacerlo, necesitaba del concurso de Francia—, se propusieron sacar toda la ventaja política y moral de una declaración unilateral. No hay duda que logró su objetivo y que desde entonces quedó bien plantado el espíritu unilateralista en Washington.
Conviene notar que los países latinoamericanos no fueron consultados por Monroe antes de elaborar su "doctrina", sino que apenas fueron el objeto del desafío de Estados Unidos a Europa. Ese fue el inicio no sólo del unilateralismo norteamericano en política exterior sino también de la construcción de una zona de influencia en "su" continente. El éxito inicial del pronunciamiento fue relativo, pues Washington, por ejemplo, no pudo evitar la violación de su doctrina cuando Francia decidió mandar una fuerza expedicionaria a México para apoyar el proyecto imperial de Maximiliano de Habsburgo, pues estaba absolutamente centrado en sofocar la rebelión de los estados sureños. Sin embargo y en contraste, al inicio del siguiente siglo, varios países europeos fueron efectivamente contenidos por Washington cuando amenazaron actuar contra Venezuela por los daños ocasionados a sus nacionales durante las luchas internas en ese país. Luego, durante la Revolución Mexicana, el presidente Wilson obligó a varias cancillerías europeas a retirarle su apoyo al gobierno de Victoriano Huerta. Para entonces, hacía tiempo que Estados Unidos había incumplido el segundo punto del documento de Monroe, pues en 1898 y sin mayor problema, acabó con lo que quedaba del poder Español en América. Un par de decenios después, echó por la borda el punto primero y se metió a fondo en los asuntos europeos —su acción resultó decisiva para el destino de Europa en las dos guerras mundiales del siglo XX y en la "Guerra Fría" que siguió. Es verdad que la estrecha relación de la Cuba revolucionaria con la Unión Soviética fue una espina clavada en el centro de la "Doctrina Monroe", y quizá por ello la "Guerra Fría" entre Cuba y Estados Unidos aún no acaba, pero finalmente Washington logró aislar a Cuba del resto del continente.
Los Corolarios.- En 1904 el presidente norteamericano Teodoro Roosevelt añadió un "corolario" a lo anunciado por su antecesor Monroe: Por sí y ante sí, Estados Unidos se otorgó el derecho de intervenir en aquellos países de la América Latina que no supieran gobernarse y que, con su inestabilidad crónica y malos manejos, crearan condiciones que dieran pie a los europeos para intervenir. Para no dar pretexto a la acción directa de los europeos en América, Estados Unidos intervino en Cuba, Haití, Dominicana o Nicaragua y también por esa razón sus buques mantuvieron una presencia constante en los puertos de nuestro país durante los difíciles años de la Revolución Mexicana. Se puede argumentar que tras los atentados contra objetivos norteamericanos del 11 de septiembre del 2001, el "Corolario Roosevelt" simplemente se extendió a todo el mundo en la forma del "Corolario Bush" a la Doctrina Monroe. En efecto, las acciones militares norteamericanas contra los talibanes en Afganistán o contra el régimen batista en Iraq, se llevaron a cabo de manera crecientemente unilateral, y se justificaron como necesarias para reintroducir orden en sistemas corruptos e irresponsables que habían permitido o podían permitir que grupos de terroristas internacionales los usasen en su proyecto de atacar no sólo a Estados Unidos sino a cualquier país que no comulgase con sus inaceptables objetivos.
Los Argumentos del Imperio.- Esto que bien se puede calificar como la mundialización de la Doctrina Monroe, ya tiene hoy un cierto número de justificaciones teóricas. Veamos una de ellas. Casi coincidiendo con los ataques terroristas de septiembre del 2001, apareció el libro de ensayos de Robert D. Kaplan titulado Warrior Politics: Why Leadership Demands a Pagan Ethos (Random House). Esta obra sostiene que la actual etapa histórica es la época del nuevo imperio, la del imperio americano. Y este imperio, como el romano, para sostenerse, va a tener que actuar de manera unilateral y decisiva en aquellas zonas donde la desintegración de las estructuras de gobierno -algunas creadas por los viejos imperios pero que han resultado incapaces de persistir tras la salida de los antiguos amos— han creado las condiciones para el surgimiento de los nuevos bárbaros: Los terroristas. Por tanto, esas acciones de intervención imperial, como las de Afganistán o Iraq, deberán estar dirigidas no por consideraciones de orden moral al estilo de Woodrow Wilson o por ilusiones sentimentales como la promoción de la democracia o de los derechos humanos al estilo de James Carter, sino por consideraciones de real politic o, mejor dicho, de "realismo pagano", es decir, del propio de la antigua Roma. Desde la perspectiva de Kaplan, Estados Unidos tiene y debe intervenir en cualquier parte del globo donde sus intereses se vean amenazados y debe hacerlo sin pedir permiso a nadie. Ahora bien, por las mismas razones, puede sustituir la intervención por algo más cómodo y económico: Acuerdos políticos con aquellos grupos gobernantes locales que les garanticen esos intereses y muestren ser capaces de mantener el compromiso de preservar el orden imperial. Con relación a estos acuerdos, Kaplan sostiene que a Estados Unidos no debe importarle mayor cosa si sus aliados son demócratas o autoritarios o si respetan o no el "Estado de Derecho", lo importante es su eficacia, pues el objetivo es claro: La estabilidad del imperio. Y si como en todo imperio la meta es lograr y mantener el orden, entonces el norteamericano deberá de ser muy selectivo en la relación con las fuerzas democratizadoras, pues en no pocas ocasiones una transición a la democracia puede desembocar en desorden e inestabilidad. No hay duda que si Kaplan hubiera examinado la relación de 71 años de Estados Unidos con el México del PRI, la hubiera propuesto como modelo a seguir en el resto del mundo periférico, la tierra de los "nuevos bárbaros". En realidad, lo que Kaplan propone es la continuación, de la política que Estados Unidos siguió durante la Guerra Fría: Una preferencia por la estabilidad sobre cualquier otra consideración, incluyendo la democracia y la legalidad.
La Democracia Amenazada.- Para el pensamiento imperial conservador norteamericano, la lógica dominante debe ser la de Hobbes: No hay nada peor para todos que el desorden, de ahí que incluso la injusticia y la tiranía sean preferibles a la falta de orden. Sólo tras asegurar la estabilidad y la disciplina, se puede proceder con cuidado a la lenta apertura de los sistemas políticos hacia mayores libertades. Las prioridades deben ser claras: Primero el orden y lo demás es ya lo de menos. George W. Bush justificó el ataque a Iraq en nombre de los altos valores de la democracia y la libertad, pero la fría lógica de teóricos del nuevo imperio como Kaplan -y la realidad misma— muestran lo contrario: Saddam Hussein fue eliminado no por ser un tirano sino por haber introducido el desorden regional al haber atacado a Kuwait en contra del interés de la estabilidad imperial. En contraste, en Pakistán, Washington apoya y se apoya en un personaje autoritario como lo es el general Musharraf, porque él mantiene el orden y no contradice al imperio sino que lo acata.
En Suma.- El predominio absoluto de un solo país en el sistema internacional no puede favorecer el equilibrio o balance de poderes, elemento indispensable para institucionalizar un cierto espíritu y práctica democráticas en la relación entre los miembros de la comunidad mundial. La marginación de las Naciones Unidas en la operación militar que Estados Unidos llevó a cabo en Iraq, es ya un anuncio del estilo unilateral norteamericano a ejercer su gobierno imperial.
La lógica propia de un modelo imperial ha aparecido ya en los círculos conservadores de Estados Unidos, que son los que hoy controlan el proceso político en ese país. Y esa lógica amenaza con favorecer el orden y la estabilidad sobre la democracia en los países periféricos, lo que puede reforzar el carácter no democrático del nuevo orden mundial. Por razones tanto morales como prácticas, es necesario buscar y ofrecer alternativas frente al pensamiento imperial y conservador en ascenso.