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Agenda Ciudadana/La salida de un canciller posmoderno

Lorenzo Meyer

Significados de una Renuncia.- En días pasados Jorge Castañeda presentó su renuncia como encargado de las relaciones políticas de México con el exterior. El caso merece ser comentado por varias razones, una relacionada con la naturaleza del equipo gobernante y otra que tiene que ver con la propuesta de una política exterior adecuada a las nuevas circunstancias en México y en el sistema internacional.

Un Gabinete Monocorde.- El personaje que acaba de dejar el puesto de secretario de Relaciones Exteriores era un miembro conspicuo del equipo gobernante por ser el más imaginativo en un gobierno que si bien hizo de la promesa del cambio su razón de ser, en la práctica ha resultado casi lo contrario.

El hecho que la democracia política haya llegado a México por la derecha para sustituir a un autoritarismo que de tiempo atrás se inclinó hacia la derecha, ha resultado ser un factor que obstaculiza el cambio a pesar de que éste es precisamente la bandera que enarbolaron quienes hoy gobiernan. Desde esta perspectiva, el punto que importa destacar dentro de los movimientos que acaban de suceder en el primer círculo de colaboradores de Vicente Fox -se trata del segundo reacomodo, después de la desaparición, por inoperantes, de las llamadas supersecretarías- no es la presencia o ausencia de un individuo particular, Jorge Castañeda, sino lo que ese cambio significa para las opciones que se pueden contemplar desde el más alto nivel de la pirámide: la presidencia. Ya sin el ex canciller, el gabinete actual acentúa su carácter de espacio monocolor donde la imaginación no es un elemento que abunde y donde las voces a favor del cambio, ya de por sí débiles, ahora tendrán menos fuerza frente a las que aconsejan precaución, marchar despacio, con lo que se favorece la continuidad o la persistencia de un pasado que se quisiera ver superado.

Las sociedades relativamente homogéneas y sin muchos conflictos sociales, pueden funcionar con equipos de gobierno igualmente uniformes, pero difícilmente es ese el caso en sociedades como la mexicana, con grandes diferencias y donde se requiere un gran abanico de opciones. Examinando, por ejemplo, el gabinete del nuevo presidente brasileño, lo primero que resalta es justamente su pluralidad: de origen social, de experiencia, de estilo, de género, de preferencias ideológicas e incluso de origen étnico. Esa composición no sólo pareciera la adecuada sino la indispensable para un país con las dimensiones y diferencias sociales, geográficas y culturales del Brasil y que se encuentra en un proceso muy consciente y difícil de cambio. México, tiene una diversidad y complejidad no muy distinta de la del gigante de la América del Sur, y también una voluntad de cambio, pero resulta que el equipo elegido por el Presidente, se caracteriza, además de su falta de cohesión y armonía, por su relativa similitud por lo que se refiere a origen, preparación, experiencia e imaginación, con lo que se limitan las posibilidades de transformación.

En el pasado reciente, México ya vivió la experiencia de un gabinete donde sus elementos principales, los encargados de las políticas decisivas, se parecían enormemente entre sí: el de Carlos Salinas. Ese “grupo compacto” de tecnócratas que se apoderó del gobierno y del sistema entre 1988 a 1994, persiguió sin vacilar y por lo menos hasta antes de 1994, una sola visión y simplemente se cerró a la posibilidad de considerar alternativas. Al final falló, y en grande. Y parte de la explicación del fracaso se encuentra precisamente en la uniformidad de su visión del mundo. En el caso del gobierno actual, hay diferencias sustantivas y evidentes respecto del de Salinas; entre ellas sobresalen una legitimidad democrática indiscutible, la ausencia del gozo patológico por concentrar y ejercer un poder irresponsable y que no se detecta la voluntad de buscar el beneficio personal por encima de cualquier consideración sobre su legalidad o sus efectos en el bien colectivo e incluso del orden legal, como sí fue el caso del salinismo. Sin embargo, salinismo y foxismo se asemejan en un aspecto desafortunado: la ausencia de puntos de vista alternativos dentro del círculo interno del poder. En el gabinete de Fox domina la visión propia de un grupo católico, conservador y que proviene del mundo y la cultura de la empresa privada. Es ahí donde hace falta, entre otras, el tipo de visión que aportaba Jorge Castañeda, un personaje nacido en una familia de servidores públicos -profesionales de la diplomacia-, con una educación de corte internacional en universidades de élite en Estados Unidos y Europa, con una militancia política que se originó en la izquierda, con amplios contactos en el mundo intelectual y político internacional, autor de una bibliografía que aborda temas de política mexicana y latinoamericana en sus aspectos más generales y poseedor de una buena experiencia en la cátedra y en el periodismo de opinión en México y en Estados Unidos. Nadie es indispensable en ninguna parte. Sin embargo, lo que sí le es indispensable al Presidente, es disponer al interior de su círculo íntimo de consejeros que le ofrezcan una pluralidad de perspectivas informadas e inteligentemente argumentadas sobre la gran problemática interna e internacional o sobre temas o problemas muy concretos. Si Castañeda decidió retirarse del grupo de consejeros del poder, a Fox y al proceso político en general, le hubiera convenido sustituirlo por alguien equivalente, lo que no se pudo o no se quiso hacer. Lástima, pues al cerrarse en Los Pinos una ventana que no daba al PAN, ni a la doctrina de la Iglesia católica, ni a la administración de empresas o a los negocios, no por ello desaparece ese otro y ancho mundo.

La Propuesta Controvertida.- Si la idea de la posmodernidad significa reconocer que nos encontramos en el inicio de una nueva época histórica y que ya quedó atrás la llamada era moderna, entonces el modo de pensar posmoderno consiste en aceptar el desafío de rechazar ortodoxias, imaginar una gama de modos nuevos de interpretar el mundo y abrirse a la pluralidad de perspectivas teóricas. Posmodernidad, significa salirse de las grandes visiones heredadas, de las “metanarrativas”, para enfocarse en teorías de alcance intermedio y limitar la explicación y la acción a parcelas de la realidad, sin tener que referirse a un supuesto “motor de la historia” o desentrañar “la razón última” de la realidad individual o colectiva. Definido así el concepto de posmodernidad, resulta que el ex canciller Castañeda bien puede ser calificado como un representante del posmodernismo en política exterior. En efecto, Castañeda decidió primero romper con su ortodoxia heredada -en su caso, de la izquierda- y luego, como foxista, también con las heredadas del antiguo régimen mexicano, para intentar poner en marcha un nuevo modo de pensar la política mexicana. En principio trató de separarse del mundo posterior a la guerra fría y a sus grandes certidumbres: las del marxismo soviético por un lado y las del capitalismo del “Estado Benefactor” rooseveltiano por el otro. Todo ello demandaba crear una política -tanto interior como exterior- guiada por nuevos enfoques y objetivos. En el caso de la política exterior, Castañeda imaginó que si en el pasado el autoritarismo priista había encontrado un ancla en el interés norteamericano por la estabilidad mexicana, entonces el gobierno actual debía y podía configurar un esquema en donde la democracia recién nacida pudiera también encontrar un anclaje en el sistema internacional. Hacer lo que Calles había hecho en su acuerdo con el embajador Morrow en 1927, pero a tono con la nueva época y naturaleza del sistema.

El objetivo de la política exterior del foxismo, según el hoy ex canciller, debía ser encontrar la fórmula para relacionar a una democracia sin tradición, políticamente débil -el viejo partido autoritario tiene aún la mayoría relativa en el Congreso- y económicamente subdesarrollada, con un sistema internacional inédito: dominado por una sola potencia -una hiperpotencia- con poca inclinación a buscar una solución multilateral a los problemas internacionales y que, además, es nuestra vecina. Al final, se puede o no estar de acuerdo con este enfoque o con las acciones concretas en que se tradujo, pero no se le puede negar al ex canciller imaginación, inteligencia, claridad y determinación en el diseño y puesta en práctica de las políticas que propuso al Presidente que decidió servir, un Presidente con un programa propio de una derecha democrática y moderada.

La Relación con Estados Unidos.- El meollo de la política exterior mexicana es su relación con el país vecino del norte. Estados Unidos es hoy la única potencia realmente global y el centro indiscutible del sistema mundial. En la historia mundial -en la contemporánea o en la antigua-, no se encuentra un caso similar, donde ningún otro país o conjunto de países, pone en peligro la superioridad militar norteamericana. Desde luego que hay y seguirá habiendo quienes desafíen a Washington -Al Qaeda, Iraq o Corea del Norte-, pero en ningún caso lo hacen como alternativas, como posibles sustitutos en el papel de ejes del sistema mundial. El cambio en el contexto internacional de la posguerra coincidió con la aceleración de los procesos de decadencia del régimen político priista. La crisis y final del sistema económico que sustentó el nacionalismo revolucionario -la economía cerrada apoyada en el mercado interno- tuvo lugar en 1982, pero justo entonces se desató una carrera armamentista que terminó por reventar internamente a la URSS y Estados Unidos quedó como el poder hegemónico indiscutible. Para entonces el nacionalismo revolucionario priista había perdido ya su razón de ser, pues el Tratado de Libre Comercio de la América del Norte (TLCAN) significó integrar la débil economía mexicana a la poderosa máquina productiva norteamericana. También se había perdido el espacio que en el pasado le había permitido a México jugar con éxito la carta de la independencia relativa gracias a la rivalidad de las grandes potencias. Castañeda propuso hacer de la necesidad una virtud: abandonar definitivamente la tradicional retórica nacionalista a cambio de negociar bien con Estados Unidos el nuevo tipo de asociación o, mejor dicho, de dependencia. La gran jugada de la nueva política exterior en el 2000, fue presionar con tacto pero con decisión a Estados Unidos para que transformara favorablemente la situación de un numeroso grupo de mexicanos a los que el viejo régimen había mantenido abandonados a pesar de su gran contribución en remesas: los trabajadores indocumentados en Estados Unidos. Y por un momento pareció que México podía ganar ese juego. En la recepción de Estado que el presidente norteamericano dio al mexicano el cinco de septiembre del 2001, hubo indicios de que la posición del primero podía ser aceptada por el segundo, pero el inesperado cambio de prioridades nacionales e internacionales que trajeron los atentados terroristas en Estados Unidos del 11 de septiembre, echó por tierra esa posibilidad. Castañeda intentó hacer de Fox el Tony Blair mexicano en el apoyo a Washington en la nueva guerra mundial -la guerra contra el terrorismo-, pero el canciller no supo o no pudo explicar a la sociedad mexicana las bondades de abandonar el viejo nacionalismo por la nueva asociación con el gran poder imperial, y el grueso de los actores políticos se negaron a seguirle. Por su parte, Estados Unidos dejó de interesarse en el tema mexicano.

México requiere hoy un debate, a fondo, sobre la naturaleza de su proyecto nacional frente al norteamericano, pero ¿el nuevo canciller tiene la voluntad y la capacidad de iniciarlo y dirigirlo? Es una pregunta que por acción u omisión, pronto será respondida.

Postdata: Dos veces me recibieron en su casa Rocío Beltrán y su familia. El esfuerzo de Andrés Manuel López Obrador por transformar a México no se entiende sin el apoyo de Rocío. Nuestras sinceras condolencias.

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