El Punto de Partida.- Durante la “Guerra Fría”, las manifestaciones pacifistas en Occidente eran descalificadas como resultado de la manipulación de la buena fe por agentes de “poderes extranjeros”. Difícilmente se podrá hoy echar mano de tal argumento en el caso de la impresionante movilización popular de alcance mundial del 15 de febrero, que exigió no desatar una nueva guerra contra Iraq fuera de los marcos de las Naciones Unidas y del sentido común. El actual régimen de Bagdad es una dictadura desvergonzada, pero difícilmente ya una “amenaza a la paz mundial”. Además, ese régimen blanco de la crítica de Washington, es el mismo que el gobierno norteamericano reconoció en 1984 y trató como aliado en contra de los ayatolas de Irán. El mismo cuyos buques petroleros fueron escoltados por la armada norteamericana en 1987, en cuyo apoyo Estados Unidos atacó a buques y plataformas petroleras de Irán y con el que compartió información de inteligencia. En fin, que el Saddam Hussein que hoy es presentado como agresivo, corrupto y dictatorial por Washington, es el mismo al que primero se apoyó contra Irán y luego se atacó por haberse excedido al intentar apoderarse de Kuwait en 1990.
México y la Guerra.- La guerra, uno de los supuestos jinetes del Apocalipsis, ha acompañado a la historia humana desde el origen. Por siglos se ha debatido cual es la guerra justa, aunque para el grueso de los directamente afectados, cualquier guerra es simple y llanamente la injusticia misma. El conflicto organizado fue parte central de las civilizaciones mesoamericanas, y para los aztecas llegó a ser monstruosamente central. Tras la conquista española, México vivió muchos episodios de violencia, pero se trató de conflictos locales, localizados -como la guerra entre los asentamientos del norte y las tribus nómadas- o esporádicos, como las acciones piratas en el Golfo y El Caribe. Pese a lo anterior, se puede afirmar que una vez establecido el dominio colonial y por tres siglos, no hubo ningún conflicto que envolviera a la sociedad en su conjunto y México vivió en un “aislamiento espléndido”, aunque en el siglo XVIII se debieron tomar providencias para hacer frente a una posible invasión inglesa que finalmente no se materializó.
Entre hermanos.- La guerra, definida como un período de violencia sustantiva, extendida, prolongada y organizada, se presentó varias veces en México a partir de 1810. Se trató, sobre todo, de guerras civiles motivadas por razones ideológicas y de intereses -insurgentes contra realistas, centralistas contra federalistas, liberales contra conservadores- o étnicas -indígenas contra mestizos y criollos— y que sólo concluyeron en 1901 con la derrota de dos naciones indígenas: los mayas de Chan Santa Cruz y los yaquis de Sonora. Las guerras civiles —políticas y raciales— marcaron al siglo XIX mexicano y dejaron una estela de muerte y destrucción que la historia de los vencedores ha buscado presentar en términos positivos, pero donde es válido preguntarse si esos conflictos pudieron obviarse o si efectivamente contribuyeron a hacer avanzar el interés general. No se puede evitar ver en el tiempo entonces perdido y en la energía consumida en la autodestrucción, a una de las causas de nuestro subdesarrollo. Como sea, a partir de 1910 la lucha fratricida que se creía superada retornó y con ímpetu. En principio, la gran guerra civil del siglo XX concluyó diecinueve años más tarde, cuando los ejércitos cristeros fueron desmovilizados tras los acuerdos de 1929 entre la Iglesia Católica y el régimen de la Revolución Mexicana. A partir de entonces, la historia política mexicana entró en una etapa de singular estabilidad, sostenida por un partido de Estado que nació entonces y que dominó a México por el resto del siglo. No toda la violencia política desapareció e incluso se puede hablar de la “guerra sucia” que siguió al 68 y en el sureste aún esta activo el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, pero se trata de una violencia localizada y relativamente contenida. El Extraño Enemigo.- Los choques directos entre fuerzas mexicanas y extranjeras también menudearon en el siglo XIX. Para empezar, el sitio y resistencia de la guarnición española en San Juan de Ulúa tras la independencia, luego la fallida invasión de española en 1829, la lucha entre el ejército mexicano y los colonos americanos en Texas de 1836, la ocupación de Veracruz por la armada francesa en 1838-1839, la guerra mexicano americana de 1846-1848, la invasión de la fuerza expedicionaria francesa de 1862 a 1867 y los diferentes choques de fuerzas mexicanas con filibusteros. Finalmente, una larga lista de amenazas que, afortunadamente, no se materializaron. En el siglo XX hay dos choques breves, casi simbólicos, entre fuerzas mexicanas y norteamericanas; uno en Veracruz en 1914 y que culminó con la ocupación del puerto por la armada norteamericana y otro en 1916, entre tropas carrancistas y norteamericanas en El Carrizal, en Chihuahua. Ahora bien, también se puede añadir a la lista las acciones del ejército en 1911 contra las fuerzas magonistas en Baja California, básicamente formadas por norteamericanos, y el choque entre villistas y tropas norteamericanas en Nuevo México en 1916, y que fue el origen de la “Expedición Punitiva” de ese año. En la II Guerra Mundial, México se unió formalmente a los aliados y envió al Pacífico a un escuadrón de caza, el 201 de la Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana, para hacerse presente en la última etapa del conflicto. A partir de 1945, el régimen posrevolucionario mexicano afianzó la estabilidad interna y subordinó a su ejército a la autoridad civil. En el plano internacional y a todo lo largo de la “Guerra Fría”, México quedó colocado dentro de la zona de influencia y de protección norteamericana. Esa combinación de factores, le permitió al país aislarse en términos militares y lograr que su historia quedara libre de confrontaciones con fuerzas militares extranjeras. De todas formas, las guerras distantes se dejaron sentir. Las Guerras de los Otros. Las grandes guerras, las que han involucrado a las potencias de la época, han tenido efectos indirectos muy diversos sobre México. Los efectos de la Revolución Francesa primero y de las conquistas napoleónicas después, llevaron a la invasión de España en 1808 e indirectamente alentaron a los criollos americanos a llevar a cabo sus propias guerras de independencia, entre ellas la de México. Medio siglo más tarde, la guerra civil norteamericana impidió a Washington hacer algo contra los franceses que desafiaron la “Doctrina Monroe” e invadieron México, pero el final del conflicto interno norteamericano combinado con las tensiones creadas por la agresividad prusiana en 1866, aceleraron la salida de las tropas francesas y aseguraron el triunfo del partido liberal. La guerra hispano-americana de 1898, removió definitivamente la presencia colonial de España de América Latina pero estableció a Estados Unidos como el poder dominante en El Caribe, lo que en nada favoreció al interés mexicano. Para el gobierno de Porfirio Díaz hubiera sido mejor que una España débil se quedara en Cuba -la llave del Golfo- y por eso dejó que los españoles buscaron ciertos suministros en México. La victoria de Japón sobre Rusia en 1905, hizo que Díaz se interesara por fortalecer las relaciones políticas y económicas con ese poder naciente, como una forma más de diversificar sus ligas con el exterior y neutralizar la creciente influencia norteamericana. La I Guerra Mundial (1914-1918) encontró a México inmerso en su revolución. Los dos bloques en pugna -aliados e imperios centrales- desearon atraer a nuestro país, pero finalmente México se mantuvo neutral e incluso propuso una organización de los países periféricos que negara materias primas a los beligerantes para obligarles a firmar la paz. El interés aliado por México, británico primero y norteamericano después, no tenía otra razón que asegurar el suministro de petróleo y facilitar la vigilancia de la zona petrolera en contra de posibles saboteadores alemanes. Por su lado, Alemania, en vísperas de chocar de frente con Estados Unidos, propuso una alianza a México para alentarle a lanzarse contra Estados Unidos a cambio de recuperar Texas al final de la contienda, pero suponiendo que en realidad esa acción obligaría a Estados Unidos a invadir al vecino del sur, lo que le obligaría a distraer un buen número de tropas que no serían embarcadas al frente europeo, donde Alemania lanzaría su ofensiva final contra los ejércitos francés e inglés. La oferta de alianza hecha a Carranza por Alemania vía el famoso “Telegrama Zimmermann” de 1917, fue explorada por México pero sin caer en el juego. La Primera Guerra llevó las exportaciones de petróleo mexicano y en menor medida de henequén a niveles no imaginados y los impuestos le dieron a Carranza recursos para enfrentar a villistas y zapatistas. Por otro lado, al mantener a Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Alemania ocupados en extremo con temas de vida o muerte, la Gran Guerra permitió a la Revolución Mexicana y a su nacionalismo, desarrollarse en un entorno de presión externa menor a la que experimentó a partir de 1918, cuando los vencedores de Alemania se volvieron ferozmente conservadores por anticomunistas. El resentimiento de los ganadores por su neutralidad y nacionalismo, mantuvo a México fuera de la Sociedad de Naciones durante los “alegres años veinte”. La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) encontró a un México en plena reforma social y construcción del nuevo régimen. Esta vez el cardenismo ya había dejado claro de que lado estaban sus simpatías -apoyó a los republicanos españoles y condenó a Japón, Alemania e Italia por sus agresiones en Manchuria, Checoslovaquia y Etiopía—, pero la opinión pública mexicana se resistió a apoyar a los aliados hasta que una intensa ola de propaganda norteamericana más el hundimiento de varios buques petroleros mexicanos por submarinos alemanes, permitieron al presidente Ávila Camacho declarar el “estado de guerra” con el Eje en mayo de 1942. Esta vez, el México oficial se declaró enteramente comprometido con las razones de los aliados y las exportaciones a Estados Unidos aumentaron. Además, la “Buena Vecindad” -la política formulada desde 1933 en Washington para mantener unida en torno suyo a Latinoamérica-, llevó a que disminuyera la presión contra la expropiación petrolera de 1938 y luego facilitó el arreglo de la compensación a las empresas, la liquidación de la vieja deuda externa y de las reclamaciones más un arreglo comercial, otro de braceros y, desde luego, uno de cooperación militar con Estados Unidos. Al término de la contienda México se encontró como orgulloso miembro fundador de Naciones Unidas. Para México, las guerras calientes alimentadas por la “Guerra Fría” en Asia -Corea y Vietnam- resultaron lejanas y de impacto poco significativo. En contraste, los conflictos posteriores en Centroamérica, trajeron una oleada de refugiados y crearon serias fricciones con Estados Unidos en torno a la interpretación del principio de “no intervención”.
El Presente.- La “Guerra del Golfo” de 1991 fue rápida, no ideológica y poco significativa para México. En contraste, el conflicto actual amenaza con tener un efecto más hondo, y no tanto por su impacto negativo en la economía mundial, sino porque obligará al gobierno mexicano a pronunciarse sobre un tema central para Estados Unidos y donde su interés nacional no coincide con el de Washington. Hoy Estados Unidos demanda (¿exige?) de todos los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU un apoyo claro a su proyecto sobre Iraq, lo que equivale a legitimar la peligrosa doctrina del “ataque preventivo”. México debe unirse a los esfuerzos por refrenar al gigante e insistir en que la guerra contra Iraq debe ser la última instancia y contar con el aval de la ONU. Si finalmente se desataran las hostilidades, México debe insistir en que sean conducidas de la forma menos dañina para la población y, en cualquier caso, que su resultado no signifique ventajas para los atacantes a costa de la soberanía iraquí sobre sus reservas de petróleo, la segunda más importante del mundo: 112 mil millones de barriles.