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Agua y bosques

Gabriel Zaíd

El problema de los acuíferos (las reservas de agua y humedad subterráneas) es que son invisibles. Los desastres repentinos del agua en las tormentas, huracanes, inundaciones, parecen hechos para salir en televisión. El desastre gradual de los acuíferos que se van secando es medible, pero no fotografiable. Según el Banco Mundial (Time 31-I-00). México extrae de sus acuíferos 40 por ciento más agua de la que reciben por lluvia. Según Marcos Mazari (Dualidad población-agua), el suelo de la ciudad de México se hundirá hasta el colapso, cuarteando y destruyendo construcciones, porque se están secando los acuíferos. Esto sí saldrá en televisión, aunque demasiado tarde.

El desastre forestal, en cambio está a la vista: los bosques están desapareciendo. Según la Comisión de Agricultura del Senado, México ha perdido el 60 por ciento de la superficie arbolada en los últimos cuarenta años. Hay soluciones, pero con el obstáculo de que los bosques no se pueden inaugurar en un sexenio.

El agua y los bosques se favorecen mutuamente, y favorecen a la población vegetal, animal y humana, sacando vida de la energía solar, que de otro modo sería desoladora y absorbiendo carbono, cuya acumulación en la atmósfera es un peligro. No hay bosques sin lluvias, ni lluvias sin bosques. La atmósfera y la tierra se vuelven más húmedas porque los árboles transpiran y el entramado de ramas y raíces retiene la humedad y los suelos. Cuando no hay bosques, el agua que baja de los montes produce deslaves que erosionan los suelos, dañan a la población y fomentan la emigración.

Afortunadamente, se está volviendo claro que cuidar el agua y los bosque se paga sobradamente por sí mismo. Un ejemplo de tantos (The Economist 16-III-02): la contaminación de los acuíferos que alimentan la ciudad de Nueva York había llegado al punto en que hacía falta una inversión de cinco millardos de dólares en nuevas instalaciones de tratamiento de agua. Pero resultó que invirtiendo la quinta parte en los bosques de Castkills, para que actuaran como filtros naturales desde la fuente, se lograba lo mismo. Sucede igual con la pobreza. Cuesta menos que los campesinos tengan recursos para producir más y vivir mejor donde están, que darles empleo, vivienda, agua, arbolado y otros servicios urbanos en las grandes ciudades. El mismo artículo (Conserving forests) habla de un proyecto del Banco Mundial que encargó la conservación de cinco mil kilómetros cuadrados de bosques a una comunidad indígena de Oaxaca. Ahora, mil 300 personas producen diez millones de dólares al año. ¿cuánto costarían desempleadas en la ciudad de México?

México vive un desastre en relación con la pobreza, el agua y los bosques. La pobreza se concentra en las zonas rurales y especialmente en el monte, donde hay o hubo bosques. El territorio de México se presta más a la silvicultura que a la agricultura moderna de grandes planicies. Tener bosques productivos a cargo de comunidades locales resuelve combinadamente los desastres de agua, los bosques y la pobreza. Abundan las iniciativas concretas, por ejemplo: construir grandes tinacos subterráneos en las partes altas, que cosechen y retengan el agua que alimenta a los veneros (un proyecto anunciado como “fábricas de agua” por la Comisión Nacional Forestal). Encostalar el agua de lluvia como humedad retenida en gránulos de acrilato de potasio (un invento de Sergio Rico Velasco). Aprovechar las nuevas especies desarrolladas para reforestar rápidamente (como la Paulownia). Aprovechar los hongos y bacterias cuya presencia estimula el desarrollo de los bosques (según estudios de María Valdés Ramírez en el Politécnico y de Antonio Muñoz Santiago en Monterrey) y elimina contaminantes de los acuíferos (según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente). Vender certificados de absorción de carbono para invertir en proyectos forestales (apoya el Comité Olímpico Internacional) difundir el maravilloso librito de Jean Giono: “El hombre que sembraba árboles. ( Diana).

Ahora que se reconoce la necesidad de pequeños incendios controlados para el mejor desarrollo de los bosques (y para evitar grandes incendios), hay que ver con otros ojos la producción de leña y carbón que son energéticos renovables (a diferencia del petróleo), combustibles muy prácticos en el campo, una vivencia profunda y un pequeño negocio nada despreciable, como otros que exponen J. Solto Douglas y Robert A. De J. Hart en Forest famming. Towards a solution to problems of world hunger an conservation y Rockwell R. Stephens en One man’s forest; Pleasure an profit from your own woods. (ambos de venta en Amazón).

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