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¿Ahora qué hago?

Cecilia Lavalle

Bien vestidos, bien peinados, bien desayunados, bien animados, con voz fuerte y mirada al horizonte, un día nos dicen que la educación es lo más importante para el progreso de un país, que por eso es la prioridad gubernamental y luego nos salen con que la mejor opción para salir adelante en la vida es (fanfarrias) ¡¡un changarro!! ¿Y ahora qué hago?

Me queda clarísimo que egresar de una universidad hace mucho que no significa mayor cosa. En la época de mis padres ser médico era, sin ir tan lejos, la gran posibilidad de pasar de la pobreza a la clase media y estudiar una especialidad representaba de plano ascender a las alturas. Para mi generación el panorama no fue tan alentador, pero sabíamos que con una profesión y un poco de suerte o de buenos contactos podíamos, con mucho trabajo y esfuerzo, mantener el nivel de vida; con maestría y doctorado teníamos, acaso, mejores oportunidades.

Entonces la apuesta fue por una mayor especialización. No bastaba, siguiendo con el ejemplo inicial, ser médico general, era mejor ser internista y mucho mejor ser oncólogo o cirujano plástico. Para la generación que me sucedió las cosas se pusieron más difíciles, la apuesta debía ser más alta: una mayor especialización, mayor calidad, mayor eficiencia.

Se trataba de ser un especialista en cáncer de mama, no oncólogo a secas. Con ese esquema, ahí me tiene usted desde hace años pronunciando de vez en vez inflamados discursos a mis vástagos, sobre la importancia de estudiar, de rechazar la política del menor esfuerzo, de mirar hacia el futuro pensando en una especialización, etcétera, etcétera, etcétera. Y ahora resulta que el futuro prometido viene envuelto en (fanfarrias) ¡¡un changarro!!

El entusiasmo presidencial es tal que pasma (Reforma y La Jornada, agosto 14): “Si hablamos de empleo formal en el país (ese que genera impuestos y representa para el/la trabajadora prestaciones como seguridad social, vacaciones, aguinaldo), hablamos de 15 millones de personas… Pero existen en el país ¡10 millones de personas que se autoemplean!”.

Fox dijo también que en los últimos dos años se han perdido 325 mil empleos, pero a cambio se han constituido “más de un millón de pequeños changarros”, lo que significa que “este mundo de los pequeños negocios ha sido capaz de reponer los empleos perdidos en el mundo formal ¡y no sólo eso!, también han dado un neto adicional que nos da 750 mil empleos en estos dos años”. Supongo que lo que deberíamos decir es (fanfarrias) ¡¡Que vivan los changarros!!

Y no es que yo quiera ser una aguafiestas, pero yo leo: casi el mismo número de empleados formales que de autoempleados, en los últimos dos años un millón de changarros nuevos y 325 mil desempleados (más los que se acumulen en los próximos meses) y lo que veo es (sin fanfarrias) ¡¡un fracaso, un estrepitoso fracaso!! Porque, si mal no entiendo, se considera como changarro no a la pequeña empresa, sino lo mismo a la señora que saca su ollita llena de tamales para vender fuera de su casa, que el señor que en su carrito vende tacos, hot dogs o empanadas y un autoempleado/a, lo mismo es el limpiaparabrisas de las esquinas, que el que lava coches en un terreno baldío, que el “cerillo” de un supermercado, que el tragafuegos, que el que reparte volantes durante el alto, que el que vende discos pirata. No entiendo. ¿Cuál es el motivo de orgullo?

Por si fuera poco y ya con el ánimo decaído leo (La Jornada, agosto 18) que según el INEGI la población con estudios de nivel medio superior y superior que busca empleo y no encuentra o intenta autoemplearse sin éxito aumentó 56 por ciento en lo que va de esta administración. Y ya a punto del soponcio leo que el número de desocupados con estudios de bachillerato y licenciatura era en junio 8.3 veces superior al de los buscadores de empleo sin instrucción alguna y ¡487 por ciento mayor al conjunto de personas abiertamente desempleadas que no concluyeron la secundaria! Entonces me pregunto ¿Para qué tanto rollo, tanta inversión en los estudios de mi hijo e hija, si, finalmente, su futuro se encuentra en un changarro, en el autoempleo? ¿Para qué insistir en que estudien, si el Gobierno –el presidente y los secretarios de Economía y del Trabajo- está apostando a una economía de changarros, a una economía basada en el “que cada quién se rasque con sus uñas”? Francamente, para enarbolar esa tesis nos salen muy caros.

Y bueno, ¿ahora qué hago? ¿Saco a mi hijo de la prepa y lo introduzco en el maravilloso mundo de hacer tacos?, ¿contrato al señor que vende perros calientes en el carrito ambulante para que le enseñe las increíbles bondades de ser autoempleado?, ¿le pido al limpiaparabrisas de la esquina que le dé un curso intensivo de franelazo sin dejar rayas en el cristal? ¿A mi hija terminando la secundaria la introduzco en el fascinante mundo de hacer tortas, o limpiar casas?, ¿le consigo un curso rápido para vender Avon, Tuperware o similares? ¿Y si la administración de “empresas” no se les da, los preparo para la pizca de algodón en Estados Unidos? ¿Qué hago?

Apreciaría sus comentarios: cecilialavalle@hotmail.com

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