Santiago, Chile.- El animador chileno Mario Kreutzberger, conocido a nivel internacional como “Don Francisco”, recibió ayer un doctorado honoris causa en Comunicación Social por parte de la capitalina Universidad del Pacífico.
El titular del programa Sábado Gigante recibió el reconocimiento de esa casa de estudios privada de manos del rector, Julio Ortúzar Montt, en una ceremonia que contó con la presencia del ex presidente chileno Patricio Aylwin (1990-1994).
“Don Francisco” señaló en declaraciones a periodistas que “yo sólo pasé por la universidad, pasé durante 40 años por los pasillos de la Universidad Católica porque los estudios (de su programa) estaban ahí”.
El animador, quien ha recibido múltiples premios durante su larga carrera artística, aseveró que “no estuve en la universidad y reconozco hoy día un gran valor a la formación académica”.
El director de la Facultad de Relaciones Públicas de la Universidad del Pacífico, Francisco Solanich, comentó que esta es la primera distinción de ese tipo que otorga la institución y dijo que Kreutzberger cumple con todos los requisitos para el nombramiento.
“Kreutzberger representa los valores de la universidad. El consejo superior de la universidad ha determinado que reúne todos los requisitos para estar en esta investidura de este grado académico”, sostuvo el académico chileno.
Dentro de su camerino
“Es como la cueva de Ali-Babá”, así dice del tocador de Mario Kreutzberger, una de sus asistentes. En ese lugar, donde pasa la mayor parte de su vida, Don Francisco le cede el puesto a Mario. Dos personas en una.
El Don estudia cuál de los 200 trajes debe usar en el programa y compra zapatos ingleses Church’s, a un exclusivo fabricante en Texas. Mario, en cambio, llega a Univisión, con una nevera roja y blanca, donde guarda su comida del día.
Mario tiene dos camerinos: el que usa para quienes trabajan con él; y el elegante, reservado para los artistas. En el primero -podemos llamarle “cuarto obrero”- tiene pequeños envases plásticos, con etiquetas, en las que se lee: salmón, arroz, sopa. Es la comida que se trae de su casa. En el otro -”cuarto ejecutivo”- hay bandejas con frutas selectas y quesos para los famosos.
En “el obrero”, la luz es blanca chillona, como de bodega de pueblo. En “el ejecutivo”, es tenue, iluminando discretamente dos sofás grandes, donde los artistas reposan antes de presentarse en el show más viejo del mundo.
“Si el público entrara por la trastienda de un teatro, se daría cuenta cómo se ven las luces detrás del escenario. Allá afuera tenemos que hacer parecer que esto es mágico, pero para llegar a eso, hay que hacer un trabajo duro como en un banco, cafetería o factoría”, dice.
¿Y qué traje me pongo?
En el “camerino obrero”, Mario pasa hasta 14 horas al día. Estudia un libreto de 50 páginas, almuerza, merienda, comparte un café americano con Javier Romero o revisa, junto a su asistente Gloria, cuál de los 200 trajes que tiene en el closet -y al que se le traban las puertas- es el que debe ponerse.
“Eso es muy importante en un show, tienes que cuidar el detalle, tienes que cuidar hasta que el pañuelo de la chaqueta te quede a la misma altura”.
Los trajes de Mario se los confecciona un sastre en Chile y cada uno cuesta alrededor de 3 mil dólares. “Cada seis meses, regala trajes. El otro día le dio algunos a dos chicos, de Univisión, que los necesitaban”, dice Gloria, su asistente.
Algo impecable en su vestuario, lo constituyen los zapatos. Tiene cuatro pares: dos de color café y dos negros. Ingleses, marca Church’s y traídos de Texas.
“También los regala -añade Gloria- pero no es tan fácil encontrar alguien con esa talla”. El Don tiene pies de Don: 11 y medio o 12. Los zapatos son caros y sólo los usa un año.
Poca dieta, mucho perejil
Una pintura de Don Francisco -no de Mario- con micrófono en mano y la sonrisa gigante del sábado, es lo que más se destaca a la entrada del “camerino obrero”. Se la regaló Roblan, un comediante cubano de Miami.
“Aquí en el camerino también tengo Listerine para cuando ando con el dragón, tequila Cuervo para mis amigos mexicanos y Jonhie Walker para los norteamericanos”. Él, en cambio, tiene en su pequeño refrigerador, sólo agua y un potente olor a perejil de un salmón que se debía comer ese día.
“La dieta no me ha funcionado muy bien. Tengo un poco de diabetes. La gente joven no lo cree, pero llega el día en que el cuerpo te la cobra. Mientras menos se come, más se vive”.