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Alberti en el contexto de su generación

Salvador Barros

Lo primero que hay que decir es algo que todos saben: A su muerte en 1999, el poeta hispano Rafael Alberti era ya el último representante, al menos en el mundo occidental, de la estirpe de poetas que por sí solos, con su mera trayectoria y presencia, encarnaron la poesía en el siglo XX.

A este linaje habían pertenecido, por ejemplo, Louis Aragón, Nazim Hikmet, Tristan Tzara, Pablo Neruda, Octavio Paz o Boris Pasternak. Tal adscripción precedía sin duda al conocimiento personal de Rafael y en cierto modo se superponía a su trato, su imagen y su conversación. Con toda evidencia, Rafael era consciente de ello, y no podía ser de otro modo en un hombre tan inteligente, por lo que no es casual que lo primero que me contara en un café de la calle de Tacuba en 1977 fuera un desayuno con Bertolt Brecht: Por él hablaba la historia entera de la poesía revolucionaria de vanguardia.

Por él, igualmente, hablaba la historia de la poesía en español, y bastaba oírle recitar el Polifemo de Góngora para saberlo, y sentirlo hondamente. Dos rasgos enmarcaban esta inserción de Alberdi en una miríada o constelación de poetas: una deliberada rehúsa de la conversación intelectual, reemplazada por una conversación que se presentaba como si fuera sólo la de un poeta estrictamente espontáneo e instintivo, y un agudísimo sentido del humor.

Tan inequívoco era este segundo rasgo como, a mi juicio, consistía el primero en una mera captatio benevolentiae que dejaba en penumbra una personalidad muy compleja, a medias o casi del todo velada por una pantalla de "pobrecito hablador" o de "Juan Panadero" juglar, no menos elaborada que la que en su trato personal solía tener Borges aunque de signo totalmente opuesto.

Ya se ha subrayado otras veces que el peculiar acento de Rafael, que parecía mixto de andaluz, de italiano y de porteño argentino, contribuía grandemente a la impresión singularísima de oír hablar por él a muchos poetas: casi, intemporalmente, a gran parte de la historia de la poesía.. Lo que decía Rafael, en una especie de sordina impuesta por la campechanía y el humor, era invariablemente muy agudo y muy sutil: la formulación era simple y diáfana, pero, a todas luces, se sustentaba en trabazón o armazón de gran complejidad; mucho se parecía en esto al Louis Aragón en su madurez, y no poco también en su vivo patriotismo.

Todos, y más particularmente los escritores a partir de cierto grado de notoriedad, necesitan una personalidad que les sirva para el trato con los demás sin dejarlos ante él totalmente inermes. La conquista de Alberdi era la casi total identificación de esta personalidad con las sucesivas (y, al tiempo, casi simultáneas) voces de su poesía. En este sentido, su propia personalidad l era una de sus creaciones más logradas y cautivadoras: resultaba imposible no asentir a una voz y un habla que hasta tan punto se parecían al idiolecto de su poesía. A lo que asentíamos era a una veracidad artística, semejante a la que podíamos hallar en "Marinero en tierra" o en "Retornos de lo vivo lejano."

Esta veracidad artística era también veracidad psicológica en un sentido importante: nos entregaba el ser entero de Alberdi, no en bruto, sino destilado y acrisolado, tal como podía manifestarse en sus poemas, tal como en ellos había llegado a ser y a formularse. En este sentido más profundo, no en el superficial y más común, tan poeta era Rafael en su persona como en sus textos.

Captar ello requería ser muy consciente, no ya de la naturaleza real de su escritura, sino de la verdadera naturaleza de la poesía, y entender que el trato con la persona de Alberti no podía diferir sustancialmente del trato que como lectores tuviéramos con su poesía. Y de la poesía, creo, ningún lector avisado (bien lo sabía Gil de Biedma, tan lector de Alberti) espera el mismo tipo de veracidad psicológica que del trato personal corriente, sino una más decantada verdad; desplazar ésta del territorio del poema al de la conversación, y hacerlas equivalentes e intercambiables.

Fue un logro de Alberti y en gran medida -sobreimpreso a un prestigio de leyenda viva- constituía la clave de la fascinación que ejercía. Su escudo, si se quiere; pero también su trofeo. La trayectoria poética de Rafael Alberti se inicia con un libro de notable madurez estética, "Marinero en tierra", con el que consigue el Premio Nacional de Literatura hispano en 1924, que coincide con el premio también obtenido por otro poeta de su generación: Gerardo Diego.

Supone su consagración como poeta dentro de una de las modalidades estéticas generacionales (el neopopularismo), aunque ya en sus inicios había participado en las revistas de vanguardia con poemas influidos por los ultraístas y los creacionistas.

Su primera afirmación como poeta ha surgido, sin embargo, tras la lectura de los cancioneros de los siglos XV y XVI y de Gil Vicente, influido por los trabajos de investigación que se llevan a cabo, dirigidos por Menéndez Pidal, en el Centro de Estudios Históricos, y que determinaron la forma tanto de "Marinero en tierra" como de "La amante" o "El alba del alhelí" Su segundo libro, vinculado a paisajes castellanos conocidos en viajes de negocios familiares, aparece en Litoral, en Málaga, en 1926, con lo que Alberti, ya relacionado en Madrid con Pedro Salinas, Gerardo Diego, Jorge Guillén o Federico García Lorca, se integra plenamente en los medios de difusión de los poetas de su generación, al publicar en la editorial de Emilio Prados y Manuel Altolaguirre.

"El alba del alhelí (1927) lo publicaría José María de Cossío en su colección de "Libros para Amigos" en Santander. Las revistas juveniles serían también medio habitual de expresión para Alberti y en ellas coincidiría con todos sus compañeros de generación: Verso y Prosa, Litoral, Carmen, Meseta, Mediodía...

La presencia de los cancioneros del siglo XVI contribuye poderosamente a forjar una estética muy sólida, vinculada a la tradición, pero también los sonetos que forman parte de "Marinero en tierra" representan en Alberti una de las primeras contribuciones, y de las más sólidas, a la recuperación de la lírica culta del Siglo de Oro, previa a las reivindicaciones gongorinas. No sólo por los aspectos estrictamente formales, sino también por el lenguaje neobarroco, basado en un cultivo muy original de la metáfora, poseen estos sonetos una singular trascendencia, acorde con los impulsos iniciales de su propia generación, entre tradición y vanguardia.

Participa el poeta directamente en las conmemoraciones gongorinas, firma la convocatoria del centenario (con Guillén, Salinas, Alonso, Diego y Lorca) y su fervor hacia el poeta cordobés determinará las características de su cuarto libro, "Cal y canto" (aparecido en la editorial de la Revista de Occidente en 1928), que desarrollará una de los más interesantes procesos de actualización del lenguaje poético culterano en la poesía de su generación. Tales experiencias culminarán en la escritura de una insólita "Soledad tercera", que corona un extenso y decisivo proceso de recuperación de formas clásicas (sonetos, tercetos) con un lenguaje metafórico neobarroco de gran originalidad.

Cuando en 1929 Rafael Alberti publica "Sobre los Ángeles", sin proponérselo o proponiéndoselo, daba a conocer el libro más complicado y más difícil de todos los suyos, cuya clave puede hallarse en la cuestión amorosa, con desengaño incluido; en la insatisfacción con la obra anterior -muy típico de los poetas de su tiempo y especialmente de Federico García Lorca que experimenta también en esa misma fecha similar reacción-; o en la pérdida de la fe religiosa, en la que coincide también con el Federico que abraza el surrealismo en 1929 y produce "Poeta en Nueva Cork".

Una temporada en la Casona de Tudanca, con José María de Cossío, entre tormentas y lecturas de Quevedo y de Bécquer, determinaron su nueva estética vital e inquietante, reveladora no ya de una crisis personal sino de la crisis de todo un tiempo de España, acorde con lo que otros poetas de su generación (Aleixandre, Cernuda, Lorca, Prados) están llevando a cabo en su poesía en estos mismos años. Alberti, intérprete seguro como en ningún otro momento de un clima angustiado, el suyo personal, fue capaz de crear una estética peculiar para un momento difícil y de formular un lenguaje complejo para expresar, con acentos de indudable autenticidad, la verdad de un sentimiento, que continuaría en "Sermones y moradas", que no se publicó como libro exento y apareció por primera vez en la edición de Poesía (1924-1930) (aparecida en 1936), y en "Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos", formado por una serie de poemas inspirados en los héroes del cine mudo cómico, desde Charlot a Harold Lloyd, desde Harry Langdon a Buster Keaton, con el que se cierra su etapa surrealista, entre el entusiasmo ante las novedades del cinematógrafo y la modernidad absurda de los héroes de celuloide.

Cuando Rafael Alberti escribe en 1930 su poema "Con los zapatos puestos tengo que morir", que subtitula "Elegía cívica", inicia su etapa más personal, y única en el panorama poético de su generación, la que el propio autor denomina poesía civil o de "poeta en la calle", que coincidirá y se corresponderá con las actividades políticas del poeta, unido a partir de entonces a María Teresa León.

Sus viajes a la Unión Soviética y su participación en congresos y actividades literarias de signo revolucionario, culminarán en esta etapa en la fundación de la revista Octubre, en 1934 Alberti caminaba ya por senderos personales, pero no alejado del todo de los poetas de su generación, con los que sigue conviviendo hasta el estallido de la Guerra Civil: figuraría en las dos Antologías de Gerardo Diego (1932 y 1934), aunque en su "poética" de la segunda ya marca distancias abogando por la "razón revolucionaria" para justificar su poesía. También formaría parte del comité de redacción del que se considera último encuentro generacional, Los "Cuatro Vientos" (1933), pero sólo del primer número sin llegar nunca a colaborar en la revista. La muerte de Sánchez Mejías le inspiró su elegía "Verte y no verte" (1935), último punto de coincidencia con sus amigos, en esta oportunidad con la desolación que produjo en todos ellos la desaparición del admirado torero y dramaturgo.

Tras la Guerra Civil, y durante el exilio, las distancias entre Rafael Alberti y los componentes de su generación aumentaron:. Disgustos con Luis Cernuda por haber realizado una edición en Argentina sin su permiso, visitas esporádicas de algunos compañeros de generación tanto en Buenos Aires como en Roma (donde se reunió con Gerardo Diego, a finales de los sesenta), no mejoraron unas relaciones que, cuando Alberti regresa a España, tras el largo exilio, impidieron la ansiada reunión de los supervivientes. No llegó a verse nunca con Aleixandre ni con Guillén, y con Dámaso Alonso y Gerardo Diego con quienes coincidió en algún acto público, las relaciones fueron mínimas.

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