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MÉXICO, DF.- Los concheros, danzantes a los que se les puede encontrar especialmente a un costado de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México o en el atrio de la Basílica de Guadalupe, son algo más que un espectáculo de plumas, copal y limpias.
Según un artículo publicado en la revista Centro. Guía para Caminantes, son los guardianes de una tradición de muchos siglos que se mantiene viva gracias a su respeto por la armonía universal.
El cuerpo y el espíritu de los concheros se funden en rítmica armonía, para dar gracias a la creación por medio de los rituales que son ejecutados en círculo, el cual representa al Universo y a la igualdad del individuo.
En las antiguas culturas indígenas, como la Olmeca, Zapoteca, Teotihuacana, Tolteca, Chichimeca o Mexica tiene sus raíces la tradición conchera.
Sus danzas hablan de conocimientos científicos, fechas específicas, astronomía, astrología; de ciclos de vida y muerte, como sucede en la Guadalupana, que es una danza ejecutada en honor de la tierra, Tonantzin, Coatlicue, Chalchiutlicue, Omecíhuatl (representación femenina de la doble imagen del principio creador).
Tierra y Luna
Cada danzante tiene un lugar dentro del círculo y un papel dentro de su purificación, ?pues uno se hace todo y todo es Dios?, explican los mismos concheros. Lo anterior se refleja en su saludo, en el que se escucha ?El es Dios?, frase que modifica su actitud ante sí mismo y ante lo que lo rodea.
Se dice que esta costumbre viene por un hecho que sucedió en Querétaro, el 25 de julio de 1531, durante una batalla entre chichimecas y españoles.
Según cuenta la leyenda, hubo un eclipse de Sol, de repente apareció una cruz luminosa y se perfiló una figura que los indígenas reconocieron como Quetzalcóatl y los conquistadores como Santiago Apóstol. Ambos grupos de combatientes se arrodillaron, a la vez que escucharon una voz que dijo: ?El es Dios?.
Desde entonces, estos grupos de danzantes están conformados de mayor a menor grado: Por un capitán de conquista, segundos capitanes o secretarios, sargentos de campo, los concheros y los alférez.
Cada uno tiene una función específica: El capitán de conquista es el líder del grupo y cuando muere hereda su cargo a su hijo mayor, al no poder éste se somete a votación la aceptación de otro hijo quien deberá tener padrinos que avalen su descendencia de danzante.
Los sargentos de campo son quienes indican a los danzantes cuándo iniciar un baile y cuándo parar, además de proveerlos de agua y comida, cuidan los altares.
Luego entran los concheros, quienes tienen derecho a bailar en las invitaciones que se les hagan, ya sean velaciones, bodas, nacimientos, bautizos o festividades de los santos patronos del pueblo. El alférez es quien porta el estandarte mientras aprende danzas y alabanzas.
Las mujeres, por su parte, ocupan otros rangos dentro del grupo, pueden ser malinches de banderas o sahumadoras, aunque también pueden ser capitanas y si es pariente del capitán de conquista, incluso lo puede suplir.
El nombre de conchero surge de un instrumento musical que es muy común entre ellos, y está hecho con la concha de un armadillo hembra y cuerdas de ocelote o jaguar.
El número cuatro es muy representativo para estos grupos, por ello los antepasados prehispánicos escogieron a un armadillo hembra, porque siempre tiene cuatro crías, lo cual ellos relacionan con las cuatro estaciones del año, los cuatro puntos cardinales y los cuatro vientos.
Incluso, una de sus danzas, Tonatiuh (Jesús de Nazareth), representa la historia de los cuatro soles que nos remiten a los cuatro puntos cardinales, las cuatro estaciones y las cuatro etapas que vive el hombre: Nacimiento, infancia, plenitud y decadencia.
Con representaciones en distintos estados del país, incluso en el extranjero, cada grupo de danzantes es independiente del otro y son ellos mismos quienes imponen sus leyes y sanciones.
Dentro de sus preceptos está el trabajar para el bien común, buscar la excelencia, no perder el tiempo, no dormir tanto, no comer tanto, saber pedir perdón y dar gracias a Dios.
Los concheros son un ejército florido que danza para cargarse de energía para el bien individual y universal; en sus ritos hay mucha oración, cantos y alabanzas.