Llegó el gran día. Al menos por el barullo armado, uno supondría que ES un gran día. Dado el nivel de aturdimiento que alcanzó la propaganda electoral durante las últimas semanas, se podría pensar que de los resultados de esta jornada depende el que los astros conserven sus órbitas y que el Cosmos permanezca inalterado. Sabemos que no es así: no habrá reacomodos telúricos ni en la corteza terrestre ni en la Cámara de Diputados. En gran medida los equilbrios y repartos de poder seguirán siendo los mismos. Las urgentes reformas que requiere el país para salir de su marasmo no tendrán tanto qué ver con la conformación de la Cámara Baja (¿Baja? ¡Bajísima!), como con la voluntad política, la inteligencia y la generosidad de sus componentes, sean del partido que sean. Uuuh, dirán ustedes; pues ya estuvo.
Sin embargo, hay que ir a votar. No porque los candidatos se lo merezcan. No porque los partidos se hayan ganado nuestra confianza ni estimulado nuestro entusiasmo. Hay que votar por México y por su democracia niña. Para demostrar que a pesar de nuestra inepta clase política, creemos que la democracia es el camino que debemos seguir y que puede conducirnos a un futuro mejor para nosotros y nuestros hijos. Hay que enseñarle a los generales que la infantería también cuenta; y que la historia enseña que es la infantería la que gana las batallas, aún a pesar de los generales. Éstos nunca ganan las guerras por sí solos.
El problema es que, según el muy peculiar sentido de la autoimportancia que tiene la clase política mexicana, una votación copiosa puede crearle la impresión de que sus integrantes son imprescindibles, próceres luminosos y redentores incomprendidos y nunca valorados en su real magnitud. Esa imagen que tienen de sí mismos nuestros políticos (con sus honrosas excepciones) debería verse contrapesada con algunos cambios que evidentemente requieren nuestros procesos electorales. Por ello, en esta fecha memorable, he aquí algunas propuestas para hacer más digeribles esas contingencias. Ya sé que son a toro pasado, pero quizá una que otra pegue de manera tal que lo que nos espera dentro de tres años sea un trago menos amargo.
Propuesta # 1: Como en el Islam, prohibir las imágenes humanas. El señor Mahoma, al fundar su Iglesia (en el sentido de congregación), identificó la idolatría como uno de sus principales enemigos. Para no fomentarla e impedir la tentación, se condenó cualquier representación de animales o seres humanos. Por ello ustedes jamás verán una pintura de Alá o una estatua del Profeta (y por eso NUNCA hay que referirse a los seguidores de esa creencia como “mahometanos”). Una de las (muchas) razones por las que Saddam Hussein era tan detestado, era por su alucinante tendencia de hacer aparecer su efigie hasta en la sopa, en todos los ámbitos donde se desenvolvía su sufrido pueblo. Ya sabemos que la humildad no era el fuerte del señor Saddam. Pues bien, como que no estaría de más imponerle esa prohibición a nuestros soberbios candidatos. Se podría empezar por eliminar los monotes que representan familias (supongo que disfuncionales, por lo mal dibujadas). Y debería seguirse con las numerosas, inútiles y pueriles banderitas y gallardetes. No sólo afean y ensucian la ciudad con ellas; lo peor es que no contienen más mensaje que sus rostros... lo cual, por supuesto, a nivel semiótico (ya no hablemos de lo estético) deja mucho qué desear. Que un candidato se parezca sospechosamente a Christopher Lloyd (Remember “Back to the Future”?), y otro no presente propuesta más elevada que su rubicunda y pletórica sonrisa, no le dice nada al electorado; pero ¡ah, cómo nos cuesta esa multitudinaria muestra de autoestima! De hecho, algo me dice que algunos candidatos de los partidos más pequeños (la mayoría de los cuales están destinados a desaparecer en una o dos semanas) no aceptaron la candidatura sino para darse el gusto de ver su cara pendiendo de numerosos postes de la luz. Como capricho personal, se vale: cada quién sus complejos. Pero que no lo paguen con nuestro dinero. Lo que nos lleva a:
Propuesta # 2: Que el presupuesto para campañas siga una progresión descendente. Esto es: que para las próximas elecciones federales el dinero que se chupan los partidos sea la mitad que el gastado a puños en este proceso; para las del 2009, la cuarta parte. Y así hasta el infinito. Los institutos políticos tendrían que rascarse cada vez más con sus propias uñas y al sufrido electorado le saldría más económico mantener el aparato electoral más caro del mundo. Eso de que hay que erogar hartas cantidades de dinero para “concientizar” al electorado y que éste se vea interesado en ir a votar, es chuparse el dedo y negar la realidad: que a la gente poco le dicen esas campañas populacheras y vacías de ideas, y que más bien se siente insultada por ese inmenso desperdicio de recursos en un país con tantas carencias. Por no decir nada de cómo algunos vivales han creado sustanciosas franquicias, disfrazadas de partidos políticos, para darse la gran vida... a nuestras costillas.
Un financiamiento apretado obligaría a los partidos a sacar mejor provecho de los recursos que tienen. Y en vez de gastarlos en zonzeras como las banderolas y los jingles pegajosos (por lo dulzones y corrientes, no por lo llegadores), quizá se les ocurriera emplear esos dineros para que la gente conociera su plataforma; o su ideología (si tienen); o su proyecto de nación (si es que saben a qué nación nos referimos).
Propuesta # 3: Exigir que las campañas incluyan al menos una idea original por partido: La rara ocasión en que los candidatos permiten que el mensaje sea otro que su rostro, es para decir inanidades dignas de porra de equipo (malo) de basket de secundaria: “Estamos contigo”; “Estás conmigo”; “Soy de los tuyos”; “Eres de los míos”; “Somos de los nuestros”; “Contigo o sin ti” (ah, no, ésa es de los maestros de U-2). ¿Qué IQ se requiere para concebir semejante promiscuidad? Y ésos no son los conceptos más superficiales que uno se encuentra entre los colguijes que afean la ciudad (si de por sí...) e insultan la inteligencia. Digo, cualquiera con seso suficiente para embarrar una quesadilla puede esgrimir una propuesta como “Crearemos empleos” o “Mejores servicios de salud”. ¿Quién se opone a eso? Lo que nunca dicen es cómo lo van a conseguir una vez que les hayamos dado nuestro voto. Si a ésas vamos, ¿por qué nadie propone acabar con las tolvaneras? ¿Por qué no leemos en los gallardetes: “Con tu voto, un volante ofensivo de empuje para el Santos”? ¿Quién se echa el trompo a la uña de prometer un árbol por habitante en esta terrosa y sucia ciudad? Ésas sí serían ideas originales y bienvenidas. Que sean viables o no, esa ya es otra cuestión. Pero al menos se vería quién tiene imaginación... cualidad evidentemente escasa entre nuestros candidatos... a la posición que sea. Y que, no es por nada, es mucho más importante que la capacidad de regurgitar lugares comunes a velocidades asombrosas. Pero, me dirán, ¿quién juzgaría el nivel de imaginación alcanzado? Bueno, se me ocurren algunas ternas de gente que siempre se ha distinguido por su capacidad creativa y portentosa fecundidad en eso de echar a volar la fantasía: el Cardenal Íñiguez, Lavolpe y el Güiri-Güiri; o Brozo, Carlos Fuentes y don Onésimo; ¿o qué tal La Tigresa, Chapa Bezanilla y cualquiera de los 28 ex presidentes del PRI tabasqueño?
Propuesta # 4: Que todo candidato que ande en estas danzas por segunda (o duodécima) ocasión, presente retratos de “antes” y “después”. Sí, ya sé que ello viola el principio de la Propuesta # 1. Pero sería una muy buena forma de ver si quien pide nuestro voto realmente ha cumplido su labor en política. Ustedes habrán visto que cada presidente mexicano envejece unos veinte años en su sexenio (aunque en el caso presente ya no sabemos si fue el puesto, la cónyuge o ambos factores combinados). Pero ¿qué pasa con los diputados? Bueno, quien aparezca tan fresco y rozagante en las fotos del 2006 como en las que utilizó en su campaña para Enésimo Regidor de 1988, entonces evidentemente se la ha pasado cachetona, no se ha desgastado y no merece una segunda (o duodécima) oportunidad. Por su mucho pelo y ausencia de canas los conoceréis.
En fin, ésas son algunas ideas tomadas al desgaire. Creo que ustedes tendrán otras. La cuestión es que, después de tanto grito y sombrerazo, hay que hacer algo urgentemente con nuestro proceso electoral. Es demasiado ruido para tan pocas nueces. ¡Y a lo que nos sale la nogada!
Bueno, ya deje este magnífico periódico, ¡y vaya a votar! Insisto, aunque quienes de él se beneficien no se lo merezcan. Es por México. Y por nuestra democracia niña.
Correo: francisco.amparan@itesm.mx