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Amigo Sembrador

En tres días inolvidables fuimos partícipes, mi esposa y yo, de múltiples y variadas emociones: En primer término, ser parte integral de un grupo de cuarenta matrimonios y un soltero, miembros del Club Sembradores, cuyo signo prevalente es la amistad. Pasar en su compañía horas de solaz, de alegría y contento. Sentir su aprecio y su calidez humana.

Camino hacia la ciudad de Zacatecas, en Calera, asombrarnos con lo que nuestros ojos fueron descubriendo y nuestro intelecto fue entendiendo. Ser testigos de la colosal magnitud de las instalaciones de una empresa cervecera, netamente mexicana, de sobresaliente proyección en el panorama mundial.

En la señorial Zacatecas, en el recorrido nocturno por las embaldosadas callejuelas, a los acordes musicales de la folklórica tambora que antecedía nuestros pasos, se llenó de gozo nuestro espíritu ante la vista de esta colonial ciudad de rostro de cantera y corazón de plata, nominada, para orgullo nuestro, patrimonio de la cultura universal.

En el Santuario de Guadalupe, en el que se venera a la Santísima Virgen, nos quedamos atónitos ante los portales de filigrana en piedra y la prodigiosa ornamentación recamada en oro de sus altares y columnas, que hablan maravillas de la artesanía mexicana.

El recorrido por los claustros del antiguo Convento de Guadalupe, hoy convertidos en salones de exposición, nos permite descubrir obras del arte pictórico de geniales artistas; contemplación que extasia y hace ligero el cansancio físico.

Nuevamente en la ciudad de Zacatecas, te maravillas ante el ingenio del hombre para convertir un caso taurino en confortable hotel y en espectacular comedor. En mitad del ruedo, escenario de viejas hazañas tauromáquicas, se dispusieron mesas y se nos ofreció un buffet preparado con especialidad para disfrutar de la auténtica cocina mexicana.

Y qué decir de la visita a la antigua hacienda de Trancoso propiedad ahora de una torreonense, Marcela del Bosque de López. Esta hacienda distante treinta kilómetros al sur de la ciudad de Zacatecas nos habló de añejos esplendores y en sus ámbitos no sólo disfrutamos de una deliciosa cena, sino que, además, lo agradable de su ambiente hizo despertar latentes romanticismos, expresados en sentimentales canciones en las bien timbradas voces de Toño Fernández y Rodolfo Castro. ¡Artistas del canto habemus!

El domingo, de regreso a nuestros lares, culminamos nuestro recorrido por tierras zacatecanas, con la visita al Santuario del milagroso Niño de Atocha.

Y de esta plática mía, sólo queda agradecer a quienes hicieron posible esta convivencia, que puede calificarse como magnífica por la exactitud de su desarrollo: nuestros presidentes Fernando González La Fuente y Laurencia, su esposa, los miembros de su consejo directivo y los coordinadores Jorge Pérez Rodríguez, Luis Amarante Uribe y Sergio Berlanga Espinosa, a quienes no se les escapó detalle alguno para lograr de este evento un éxito completo.

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