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Andrés Manuel y Slim

Jorge Zepeda Patterson

Es difícil no toparse con Vicente Fox en estos días: sus anuncios en radio, televisión y espectaculares lo convierten en un paisaje ineludible. Pero aún es más difícil no toparse con Carlos Slim, o al menos con una parte de su imperio. Cada que hablamos por teléfono, hacemos una operación bancaria o entramos a un comercio a comprar cigarros, muy probablemente estamos aumentando el capital del hombre más rico de América Latina.

Uno tendría que convertirse en ermitaño o salir del país para no consumir un producto de Slim. Y ni siquiera así. Aun en Houston o Nueva York basta con comprar algún artículo electrónico en la cadena de tiendas de computación más grande de Estados Unidos, propiedad del mexicano, para terminar metiendo dólares en las cajas registradoras de Slim.

Durante décadas este empresario de origen libanés se ha dedicado a hacer dinero. Ahora quiere hacer algo más. Por lo general generó su fortuna sin aspavientos ni alharacas, tratando de rehuir de los reflectores. Eso no impidió desarrollar una hábil red de contactos y relaciones con la élite del sector público para estar en el lugar y la hora correcta en materia de privatizaciones. Pero por lo general, pasó de largo frente a micrófonos, estrados y cámaras.

Eso parece estar cambiando. En los últimos meses Carlos Slim ha emprendido un creciente protagonismo que le ha llevado a hacer declaraciones públicas, recomendaciones en asuntos de política económica, participaciones en Consejos y Fideicomisos de distinta índole. Incluso su aspecto ha variado. El viejo y monótono guardarropa de empresario pulcro pero descuidado, ha sido sustituido por trajes de marca y corte impecable. Su rostro luce una barba moderna y cuidada.

Pero la mayor novedad es, sin duda, su “luna de miel” con Andrés Manuel López Obrador. “Juntos son dinamita”. El alcalde de la Ciudad de México no sólo es el político con mayor popularidad en el país, es también un serio y seguro contendiente a las elecciones presidenciales del 2006. La mera posibilidad de una alianza estratégica entre el hombre más rico del país y el político más popular, hace perder el sueño a buena parte de la clase política.

Muchos pensarían que, en teoría, se trataría de una cohabitación forzada, de un amor imposible. López Obrador es un dirigente de izquierda, un militante que se hizo famoso por las marchas y plantones en Tabasco en contra de fraudes electorales y explotaciones petroleras arbitrarias. El perredista no ha sido precisamente un defensor a ultranza de la propiedad privada. Y, desde luego, Carlos Slim, enriquecido por las privatizaciones, difícilmente califica como un hombre de izquierda, favorecedor de soluciones socialistas.

Y sin embargo, ahora comparten proyectos y, más importante aún, tesis y estrategias sobre el destino de México y los caminos a seguir. En las últimas semanas, contra su costumbre, Carlos Slim ha difundido, a diestra y siniestra, su opinión sobre la política económica actual y las correcciones que habría que introducir en los criterios de asignación del gasto público. Sus propuestas son esencialmente keynesianas. Basar el crecimiento en el ahorro interno, mejorar los salarios para fortalecer el mercado, acelerar la inversión pública en infraestructura y vivienda, apoyar el desarrollo de empresas nacionales y ampliar el gasto público. En suma, el planteamiento de Slim es una variante de la vieja propuesta keynesiana para salir del estancamiento: generar empleos y mejorar la distribución del ingreso para lograr un mercado de consumo capaz de dinamizar la planta industrial.

Y justamente esas tesis podrían ser suscritas por Andrés Manuel López Obrador. Después de la caída del régimen soviético y el desplome de la economía planificada estatalmente, la izquierda ha abandonado las viejas concepciones comunistas o el odio a la propiedad privada. El discurso económico de la izquierda actual es un discurso keynesiano: gasto público para compensar el desequilibrio que provoca el mercado y la inversión privada, empleo, distribución del ingreso. Es decir, lo mismo que pide Carlos Slim. Desde luego, la identificación entre ambos va mucho más allá de una coincidencia en asuntos de teoría económica. Es también táctica.

Desde hace años Slim ha mantenido una “sana” distancia con el PAN, producto de las severas críticas que los del blanquiazul vertieron sobre la venta de Telmex y las posibles complicidades entre el empresario y Carlos Salinas. Por su parte, difícilmente haría alianza estrecha con el liderazgo actual del PRI, Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo, vinculados con el pasado y las estructuras tradicionales del tricolor. De ahí que la relación con Andrés Manuel López Obrador, que no con el PRD, sea la más viable.

El proyecto de renovación del centro de la Ciudad de México, es uno de los más ambiciosos que se hayan realizado en el mundo. Es un proyecto que incluso opaca las “grandes” iniciativas de Fox como el Plan Puebla Panamá o “Un país de Lectores”, ambos prácticamente moribundos.

La recuperación del centro, en cambio, es un proyecto mayúsculo, intenso, vibrante. Basta circular por el primer cuadro de la capital, para constatar que algo importante está pasando: grandes edificios en construcción, zonas adoquinadas, mejor equipamiento urbano (postes, señalamientos, limpieza, etc.). Hay una alta probabilidad de que esta ardua y compleja misión que Andrés Manuel y Slim se han echado a cuestas resulte exitosa. Paradójicamente, pese a las grandes expectativas que generó el triunfo de Fox, no es descabellado pensar que al final del sexenio la remodelación del centro en el Distrito Federal sea la obra más importante del período.

Si tal fuera el caso, el dúo habrá demostrado que estaría listo para empresas ambiciosas. Del tamaño del país, por ejemplo. Habrá que observar. (jzepeda52@aol.com)

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