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Añoranza

Federico Reyes Heroles

Vicente Fox llega a la mitad de su gestión amenazado por la añoranza. Tres años han sido suficientes para demostrar que las buenas intenciones no bastan. Tres años han sido suficientes para provocar un gran desánimo. Pocos tienen hoy esperanzas en giros sorprendentes. Ya ni siquiera se le otorga la capacidad de sorprender. Por eso muchos cantan gozosos desde ahora el final del sexenio. Dentro de 24 meses estaremos atrapados en las campañas desbocadas desde ahora. Dentro de 36 Fox estará a días de entregar el poder. ¿Qué ocurrió? ¿Dónde quedó el arrojado candidato, el furioso opositor? ¿Cómo es posible que el hombre que tuvo la enjundia para derrotar a una maquinaria electoral poderosísima, mañosa y corrupta, carezca de la garra para ser Presidente?

Increíble pero puestos en la balanza los méritos del opositor se desdibujan frente a los deméritos del funcionario. ¿Cómo explicarlo? La actuación de Fox ha puesto al descubierto una fibra muy sensible de los mexicanos, me refiero a un presidencialismo cultural vigente y muy arraigado. La credencial democrática de Fox no lo autoriza a herir la imagen de poder y respeto que rodeaban a la institución presidencial.

Dijimos que la mayor amenaza es la añoranza, una añoranza que puede ser brutalmente conservadora, restauradora. Es tan fuerte esa añoranza que incluso podría llevar al PRI de regreso a Los Pinos. Pero, ¿es acaso al PRI al que se extraña? No necesariamente. Se extraña un uso del poder que no está allí. Vacío en la palabra que corre. Se extraña la firmeza, el mando, la definición, el respeto.

Democratizar al país pasaba por la alternancia del Ejecutivo Federal. Democratizar al país cruzaba por quitarle a la Presidencia los aires faraónicos heredados de un presidencialismo sin brida. Pero democratizar al país no suponía destruir el marco de autoridad de cualquier régimen presidencial. No haber distinguido esa frágil frontera puede haberse convertido en uno de los errores claves de la gestión. En el 2000 y en el 2003 los mexicanos votaron por un poder dividido, pero no por un presidente débil.

Votaron por un México plural, pero con un mando central incuestionable. La ecuación es al revés: no era el PRI el que sostenía un presidencialismo fuerte, era el presidencialismo fuerte el que apuntalaba al PRI. Hay que decirlo, el presidencialismo mexicano tenía rasgos de funcionalidad innegables. Se toleraba al PRI y sus excesos por esa funcionalidad que convertía a la Presidencia en un motor de los procesos de modernización. Porque la Presidencia agitaba, impulsaba proyectos, pudimos soportar un Legislativo tan poco profesional.

El mando se ejercía durante seis años y nadie dudaba del poder del titular del Ejecutivo. Al caer presas de la retórica de campaña, aquello de los 70 años de oscuridad y mal gobierno, tiraron por la borda uno de los rasgos más loables del antiguo sistema. Eso explica la añoranza.

Azul, verde o amarillo, sea el partido que sea, los mexicanos están acostumbrados a un ejercicio del poder en el cual se respeta el mando y la palabra presidencial.

¿Cuándo habíamos visto que un secretario de Estado le renuncie con meses de antelación al Presidente y que éste quede como suplicante del colaborador? ¿Cuándo habíamos visto que los pleitos entre secretarios se perpetúen y trasciendan a la prensa, sean públicos, obstaculicen los compromisos presidenciales, sin consecuencia alguna? Es esa carencia de autoridad la que provoca la añoranza.

¿Cuándo habíamos visto que el Presidente se defina a favor de X -ratificar a Guillermo Ortiz en el Banco de México, por ejemplo- y que un grupo de legisladores de su propio partido se le insubordine poniendo en entredicho no sólo la palabra presidencial, sino también una dosis de estabilidad que necesitamos? ¿Cuándo habíamos visto que se lance un paquete de desincorporaciones -por cierto excesivo e injustificado- y que sean los propios funcionarios del régimen los que salgan a cuestionarlo?

Hay algo de majestad del poder que se ha perdido, ese respeto y temor como lo dice Maquiavelo: el príncipe puede gobernar sin que lo quieran, no puede gobernar sin que le teman. A tres años de gobierno lo que muchos le reclaman es lo que ocurre al interior de la casa. Nunca antes habíamos visto tantas líneas ágata, tantos minutos de televisión y radio, tanto espacio utilizado por la cónyuge del presidente. Se trata de un activismo que ha actuado en desdoro de la Presidencia. Ya lo dicen los estudios de opinión pública: se cree que ella tiene más injerencia que el gabinete, que el propio partido en el poder, que los medios de comunicación, que el Congreso, etc. Esa es la percepción. ¿Cuándo habíamos visto que se permita a un embajador mofarse de las instrucciones de la cancillería, pisotear el lenguaje diplomático y ser despedido a plazos? La rebelión en la granja lleva tres años. Los costos tenían que aflorar.

Se trataba de alternar de partido en la Presidencia, pero no de destruir la Presidencia. El presidente es una figura central para los mexicanos, los de antes del 2000 y los de ahora. Tres años después la mitificada llegada de la oposición al Ejecutivo Federal se ve ensombrecida por un expediente que ya mejor es llevado a la guasa y broma de sobremesa. Todos sabíamos que habría un costo de aprendizaje -nadie nace sabiendo-, por eso durante casi dos años hubo una especie de tolerancia expresa a los yerros gubernamentales.

El asunto sin embargo ha dado un giro, pareciera que la opinión pública se colmó. Los maltratos a la institución presidencial, como los dimes y diretes de la última semana, hieren al ciudadano. ¿Cómo es posible, se preguntan, que no ponga orden entre sus colaboradores; cómo es posible que ni siquiera sepa correr a alguien? La conclusión a la que llegan es terrible: no le interesa mandar. Falso que el país esté por delante. Primero va su estilo, sus amigos, su familia. Por eso la indisciplina, el desorden, la falta de respeto. De allí la añoranza, peligrosa añoranza, entendible añoranza.

* * * * * Hace cuatro años la UNAM estaba contra la pared. Hoy está erguida y en movimiento. Así de dramático. El mérito es de muchos. Destaca sin duda Juan Ramón de la Fuente. La nueva oportunidad le permitirá a la institución ir muy lejos. Felicidades.

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