La guerra es inminente y va en el interés nacional respaldar al Gobierno de Vicente Fox que está buscando contribuir a la contención del agresivo unilateralismo estadounidense al mismo tiempo que protege nuestros múltiples intereses en Estados Unidos. Se trata de políticas sólidas porque combinan principios e intereses.
Vivimos una angustiosa carrera contra el tiempo. Por una calzada avanza la poderosa maquinaria bélica de Washington y sus aliados que amenazan con ir solos a la guerra. Por senderos diferentes caminan aquellos Gobiernos y sociedades que reivindican la paz como objetivo y método. El escenario que concentra el drama es el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU) donde se mantiene la resistencia a la doctrina de la intervención preventiva acuñada por George W. Bush. Al mismo tiempo, no ha cesado la presión sobre el Gobierno de Saddam Hussein que finalmente se muestra más dispuesto a colaborar con los inspectores de la ONU cuyo veredicto será decisivo en la postura de un Consejo consciente de que, si Estados Unidos se lanza en solitario, el sistema internacional sufrirá un golpe brutal. México tiene un lugar en el Consejo de Seguridad donde aparece una política en dos dimensiones.
El Gobierno de Vicente Fox busca evitar una confrontación abierta con el Gobierno estadounidense porque están en juego intereses tan concretos como que siga aceptándose la matrícula consular (documento emitido por Relaciones Exteriores que es aceptado por los bancos para abrir una cuenta, lo que reduce la explotación que de nuestros indocumentados han hecho compañías poco escrupulosas). Al mismo tiempo se trabaja a favor de la paz respaldando la institucionalidad de las Naciones Unidas y peleando por conceder más tiempo a los inspectores que verifican la peligrosidad del armamento iraquí. Es una política asentada en nuestra historia y realidad geopolítica. Enarbolar principios fue, es, una reacción a la asimetría que hay frente a Estados Unidos y otras potencias. El pasado 28 de enero, en un discurso ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya, Vicente Fox incorporó a su discurso las tesis de Benito Juárez que, décadas después se transformarían en la “Doctrina Carranza” que con el tiempo terminaron formando parte de la Constitución. Que la no intervención y la resolución pacífica de los conflictos fueran pervertidos por el autoritarismo priista no quita validez a principios que deben actualizarse, no abandonarse.
En los últimos días ha circulado la idea de que fue un error ingresar al Consejo de Seguridad porque ello nos expone innecesariamente. No puede negarse que estar fuera del Consejo nos evitaría dolores de cabeza. Sin embargo, seguiría la exigencia de que nos pronunciáramos porque resulta imposible evadir los problemas de un mundo con el cual estamos íntimamente relacionados. Además de ello, la defensa de nuestros intereses, principios y cultura requiere participar en todos los foros superando los traumas e inseguridades que teníamos cuando éramos un país encerrado en sí mismo. Somos vecinos de potencia y debemos hacer lo posible por tener relaciones cordiales con ellos, pero ello no significa claudicar en la defensa activa de nuestros intereses.
No se trata solamente de superar traumas históricos, o de atender al sentimiento antiestadounidense que tiene una parte de la población. Hay razones prácticas para luchar contra una guerra en Iraq. Las consecuencias económicas asociadas al conflicto agravarían la inestabilidad financiera y pospondrían la recuperación de la economía mundial. En el terreno de la seguridad habría que recordar que en Europa crece la resistencia a la guerra porque un conflicto exacerbaría los odios antioccidentales en el mundo islámico, y eso estimularía a los grupos terroristas que no reconocen fronteras en el combate a sus enemigos. En la vieja Europa se argumenta y con razón, que la solución de raíz está en mantener la paz seguida de una promoción activa de la democracia y el desarrollo económico y complementada por el combate al terrorismo. En ese razonamiento ocupa un lugar preferencial la atención al conflicto entre Palestina e Israel. En otras palabras son mayoría los que no comparten la tesis de Washington de que el régimen de Hussein representa un riesgo inaceptable. Y en el terreno de la seguridad la definición de la amenaza es fundamental.
En el debate actual hay voces que proponen una alianza explícita con Estados Unidos. Olvidan que ser incondicional de Washington no garantiza nada y Argentina es una prueba viviente porque pocos países fueron tan servilmente aliados de Estados Unidos, y en la hora de la crisis económica Buenos Aires ha sido zarandeada por la potencia. Hay otro factor que generalmente se olvida.
Hace ya años, el internacionalista Carlos Rico acuñó la “paradoja del precipicio” para describir uno de los rasgos más interesantes de las relaciones entre México y Estados Unidos. Según el razonamiento de Rico, en los momentos de crisis en México, cuando el país está al borde del precipicio, Washington no se atreve a dar el último empujón porque están en juego sus intereses. Es decir, la vecindad geopolítica nos condiciona, pero también amplía nuestro margen de acción. Por lo anterior sostengo que va en el interés nacional apoyar explícitamente las políticas de Fox. Hay un ángulo adicional digno de ser comentado.
En la dinámica de un conflicto son fundamentales las percepciones que se tengan sobre las intenciones de los diferentes actores. Para algunos estrategas, la amenaza de usar la fuerza es efectiva cuando es creíble. Washington ha desplegado por el mundo una ofensiva para convencer y/o presionar a los tibios e indecisos mientras apila sus armas en las arenas y desiertos que rodean a Iraq. Hay optimistas en Estados Unidos que sostienen que esa ostentación de fuerza es tan burda y brutal porque lo que Washington quiere es presionar a Hussein para que deje voluntariamente del poder. Otros piensan que Washington ya tomó la decisión de ir a la guerra y que con Naciones Unidas o sin ella, pronto, muy pronto, se iniciarán los combates. A ciencia cierta, pocos conocen los verdaderos planes de la Casa Blanca.
Es cierto que Vicente Fox no se distingue por el manejo de los modos diplomáticos. Aciertan quienes aseguran que al nuevo canciller, Luis Ernesto Derbez, todavía le falta destreza en el manejo de los antecedentes de nuestra política exterior. Es indudable que nuestro embajador en el Consejo de Seguridad, Adolfo Aguilar Zínser no es aceptado en círculos influyentes (tanto así que el presidente de Estados Unidos se quejó de él ante el presidente Fox cuando los mandatarios se reunieron en Los Cabos). Pese a todo esto, si queremos que la estrategia diplomática mexicana contribuya a la paz, debe ser creíble la firmeza de las decisiones adoptadas. Por ello es que resulta indispensable que los partidos representados en el Congreso promuevan una resolución para manifestarse explícitamente frente al momento que vive el mundo. Para que surja un símbolo de unidad basta con que los partidos muestren un mínimo de sensibilidad y recojan el rechazo que la sociedad mexicana tiene hacia la guerra. Según una encuesta de un diario capitalino, el 25 de enero pasado el 83 por ciento de los mexicanos nos oponemos al conflicto (sólo un 12 por ciento la respaldan). Hay momentos, y éste es uno de ellos, en que los intereses partidarios deben someterse al interés nacional que exige rechazar clara, tajante, inequívocamente la guerra. La paz todavía es posible.
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