Nueva York, EU.- Habrán pasado 5 años desde que se le vio por última vez en una película, The Boxer, de Jim Sheridan, pero le bastó una sola cinta en un lustro para recuperar el lugar que había dejado. Su contundente interpretación de Bill “El Carnicero” en Pandillas de New York, ya le ha ganado el premio BAFTA y el del Screen Actors Guild. Y aunque la duda sobre si será él o Jack Nicholson el que se llevará el Oscar es una de las mayores incógnitas del domingo 23, son más los que apuestan a que será Day-Lewis el que se lleve su segunda estatuilla a Mejor Actor (ganó la primera por Mi Pie Izquierdo).
¿Cómo lograste meterte en la piel de “El Carnicero”? “Fue algo muy instintivo, igual que en cada uno de los filmes en los que he trabajado. Lo que uno busca es siempre diferente, pero el método es el mismo. Es algo que está dentro de ti. Uno tiene que crearse la ilusión de que está viendo y experimentando el mundo a través de una sensibilidad diferente, de un par de ojos que no son los tuyos”.
¿Es cierto que buscaste antiguas grabaciones para inspirarte sobre cómo dar vida al personaje? “Sí. Pero hubo una sola grabación que me sirvió, que fue la de Walt Whitman. No sólo su voz, sino también su poesía. Había algo en sus textos que me servían para identificarme con ‘El Carnicero’, porque hablan de la vida febril de las calles de Nueva York. El objetivo para mí no era dar con el acento correcto para Bill, porque eso hubiera sido hacer mal las cosas. Aunque uno tenga que hacer este trabajo muy técnico en algunos aspectos, en el fondo la actuación es un juego, y parte de ese juego es dejar que las cosas se vayan definiendo por sí mismas. Afortunadamente para mí, nadie sabe cómo hablaban los neoyorquinos en aquellos tiempos, y eso me tranquilizó un poco...”.
¿Por qué dices que la actuación es un juego? “Porque lo es. Muchos pueden pensar que yo me tomo mi profesión demasiado en serio, pero la verdad es que a mí la filmación de una cinta me parece un juego. Eso no quiere decir que uno a veces no tenga que liberar emociones perturbadoras, pero eso es parte del juego.
“Todas las dificultades que tengas que sobrellevar haciendo tu trabajo es parte de ese juego. Si las ves puramente como dificultades estás haciendo un juicio equivocado, porque el placer de actuar es satisfacer tu curiosidad sobre esta vida con la que estás intercambiando lugares. Por lo tanto no lo siento como algo muy serio. Lo siento como un juego”.
¿Tuviste alguna duda sobre cuál era la mejor forma de recrear al personaje? “Sí, todo el mundo las tuvo. Yo creo que todo actor tiene, durante el transcurso de cualquier rodaje, no importa cuán largo sea, períodos de tremendas dudas. Ciertamente, en mi posición, uno tiene que ser absolutamente subjetivo en lo que hace. Por lo tanto, no sabes si estás haciendo bien las cosas ni si estás llegando al punto que se había propuesto en un principio”.
¿Te parece que Bill no es lo que la gente se imagina? “Quizás. Como buena parte de los seres humanos, él es capaz de ser brutal, pero también generoso. Esos parecen grandes extremos, pero esta era una época muy particular. Estos gángsters eran hombres dispuestos a cualquier cosa, pero al mismo tiempo eran gente que se guiaba por un código ético muy estricto; creían en el honor, aunque el concepto que ellos tenían del honor no es el concepto que nosotros tenemos hoy en día.
Bill se pensaba como un hombre honorable. Uno podría discutir esa apreciación diciendo que era un racista y un fanático. Pero así era la mayor parte de la población en aquellos tiempos”.
¿Por qué dejaste de trabajar durante tantos años? “No dejé de trabajar, estuve trabajando en otras cosas. Me encanta trabajar. Pero no sólo tengo ganas de ser actor. Desde una edad muy temprana soñé con actuar de vez en cuando, porque sospechaba que no iba a poder hacer bien esto si no me tomaba un buen tiempo lejos de los sets entre proyecto y proyecto. De alguna manera, mi decisión de no trabajar durante cierto tiempo tiene que ver con mi respeto a esta profesión”.