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Árbol navideño, el invitado especial

MEXICO, D.F., (SUN-AEE).- El exceso de adornos es su característica. Se le pueden colgar esferas, velas, bastones, moños, campanas, en fin, lo que a la imaginación se le ocurra.

El árbol de navidad es el invitado especial en casa, pues nos acompaña durante la cena de Noche Buena y Año Nuevo.

La costumbre de comprar árboles naturales ha aumentado tanto, que los artificiales han quedado casi en el olvido.

Pero, ¿sabe de dónde proviene esta costumbre?

La historia cuenta que los semisalvajes germanos tenían sus bosques sagrados, donde ofrecían sacrificios de hombres y de niños habidos en guerras de conquista y aun de sus propios niños y colgaban sus cabezas de los árboles. Parte de sus ceremonias eran espeluznantes orgías y banquetes, en los que solían brindar con cráneos a manera de copas. Sus deidades eran Hertha (La Naturaleza), Theutsch su hijo, etc.,. de quienes procedían ellos. También en Upsala (Suecia) todos los árboles eran considerados sagrados.

Hasta el siglo XVII alguien observó la clásica forma de una variedad del pino (árbol sagrado para los antiguos pueblos), destacado en la blancura de la nieve y para darle categórica adaptación surgió una leyenda germana. Pero Dios (dice la leyenda), le prometió brillo y lozanía perennes, especialmente en la noche del honor a Su Hijo Jesucristo. Los adornos y luces del árbol de Navidad tuvieron su origen en Turingia, Alemania. Con el paso del tiempo al unificarse las costumbres paganas con la religión “cristiana” se adaptó el árbol de navidad con adornos simbolizando a los dioses paganos y “santificándolo”, por así decirlo con la fiesta para el “Niño Jesús”.

La leyenda del abeto es tan vieja como el cultivo del mismo árbol. Fue en el siglo VIII, en la antigua Germania, cuando un monje inglés, llamado Winfrid, taló en una nochebuena, un roble que era utilizado en las festividades paganas para ofrecer vidas en sacrificio. En ese mismo lugar brotó milagrosamente un abeto y por eso su especie se tomó como emblema del cristianismo.

Para los bretones (grupo celta de Bretaña), el árbol de Navidad fue descubierto por Persifal, caballero de la mesa redonda del rey Arturo, mientras buscaba el Santo Grial o cáliz de la Última Cena de Jesús. La leyenda cuenta que el caballero vio un árbol lleno de luces brillantes, que se movían como estrellas. El escritor alemán Goethe, en su libro Werther, también hizo alusión a un frondoso arbusto lleno de caramelos y figuras religiosas.

La leyenda alemana lo relaciona con Martín Lutero, quien regresando a Wittenberg, una silenciosa y fría noche de vigilia, quiso recrear, adornando con pequeñas velas un abeto domestico, la impresión fabulosa que tuvo al observar los árboles helados del bosque que resplandecían bajo la luz de las estrellas... quizá haya sido un intento de la iglesia alemana reformada por conservar una costumbre pagana, viva en el pueblo, atribuyendole un carácter cristiano.

La costumbre se arraigó en Alemania y los países escandinavos en los siglos XVI y XVII, de allí paso a Inglaterra: primero fueron los soberanos de la casa de Hannóver, Jorge III (y sobre todo su esposa Carlota), y más tarde el Príncipe Consorte Alberto de Sajonia-Coburgo, célebre marido de la reina Victoria. Cabe pensar que el abeto decorado en los hogares, podría considerarse, en cierto sentido, como una prueba de fidelidad monárquica.

El árbol de Navidad llegó a Finlandia en el año de 1800; en Inglaterra en 1829, y fue el príncipe Alberto, esposo de la reina Victoria, quien ordenó adornar el castillo de Windsor con un árbol navideño en 1841.

La tradición del abeto decorado, salió de Inglaterra directo a Estados Unidos, en tiempos de la colonización. Se le atribuye a August Imgard, un hombre de Ohio, quien instaló el primer árbol navideño, en 1847. De ahí en adelante, la cultura norteamericana ha sido abanderada en materia de decoración navideña. Árboles cuyas dimensiones, abarcan la atención en parques, centros comerciales, tiendas, calles y hogares. Sintético, natural, seco, fresco, blanco o verde; lo que importa es que se sigue adornado cada año.

Más tarde, en 1804, esta tradición se introdujo en Norteamérica hasta llegar a México.

Hoy, en el país existen alrededor de 560 productores de árboles de navidad, de los cuales unos 470 los cultivan en viveros especializados y el resto en plantaciones forestales comerciales.

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