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Argentina y Paraguay/Plaza Pública

Miguel Angel Granados Chapa

La bendita no reelección presidencial vigente en México impedirá que nuestro Carlos Menem, su tocayo Salinas, suponga que la efímera prosperidad electoral de su tocayo y semejante (tanto que parece cada quien un clon del otro) refleja la suya propia y que, de presentarse otra vez ante las urnas una extraña amnesia lo colocaría así fuera por un tiempo a cabeza en las decisiones electorales. Estamos a salvo de un fenómeno análogo, por lo menos en su perspectiva estrictamente personal. Hay que reforzar por eso la prohibición constitucional que impide permanencias y retornos. Y mientras tanto, cavilemos sobre las circunstancias que han dado larga vida al peronismo en la Argentina (si es que Menem es en verdad peronista); y en Paraguay (donde hubo también elecciones presidenciales anteayer) revalidaron la confianza ciudadana en el Partido Colorado (si es que eso fue lo ocurrido el domingo).

Aprendamos de Ricardo Nudelman (Diccionario de política latinoamericana del siglo XX), que el coloradismo paraguayo nació con el nombre de Asociación Nacional Republicana, fundada en 1887 por José Segundo Decoud, un “personaje insólito que ya había tratado de entregar la mitad del Chaco paraguayo a Bolivia, en 1879” y cuyos compañeros, “los líderes de la ANR se hicieron dueños del país y lo remataron a las compañías extranjeras, reduciendo a la población prácticamente a un estado de esclavitud”. Aunque no siempre ha estado en el poder, o lo ejerció un miembro suyo, el general Alfredo Stroessner con notable autoritarismo personal, el Partido Colorado ha sido el factor dominante de la política paraguaya hasta el día de hoy. El domingo consiguió un nuevo refrendo del voto popular.

Para prevalecer, el Partido Colorado (que permitió a Stroessner legitimar con sucesivas reelecciones en 1958,62,68,73, 83 y 88 el golpe militar que lo llevó al poder en 1954) ha conseguido mantener dividida a la oposición, aun la que surgió de su propio seno como una disidencia. Triunfos opositores en elecciones legislativas y aun en la vicepresidencia nacional, no han sido bastantes para desmantelar el poder central, dominado por la presencia castrense. A pesar de que Paraguay llegó a exportar cuantiosos volúmenes de energía eléctrica a sus poderosos vecinos Argentina y Brasil, el subdesarrollo mantiene en la pobreza a la mayor parte de los paraguayos, cuya situación empeora por los estragos de la corrupción y el narcotráfico.

El que no obstante esos datos el Partido Colorado se mantenga en la presidencia, con márgenes considerables respecto de la oposición obliga a cavilar sobre la persistencia del poder priista en México. No obstante la evidencia apabullante de los daños de todo género que causó el avasallamiento del partido oficial y del presidencialismo abusivo que fue su causa y su efecto, la presencia inercial del priismo le permitirá todavía ser, en los comicios próximos, una fuerza de primera importancia. Al menos será una de las dos grandes bancadas en San Lázaro y acaso recupere el gobierno de Nuevo León, en lo que sería una victoria de gran fuerza simbólica. Colorado el de Paraguay, tricolor el de México, son ejemplos de tenaces persistencias que, en el caso nuestro podría incluir la restauración de su poder.

Puestos a evocar la circunstancia mexicana a la luz de los acontecimientos sudamericanos, no es exótico comparar el peronismo con el priismo así sea sólo por su condición de mosaico ideológico y coalición de intereses. Aunque entre ambos movimientos hay muchas diferencias (señaladamente el componente personalísimo que se hace notar aun en la denominación del fenómeno argentino), también es verdad que bajo una bandera común se cobijan en ambos casos las maneras más distantes de pensar y hacer política y aun de concebir a la nación.

Los dos candidatos que disputarán la Presidencia en la segunda vuelta, el 18 de mayo, son peronistas, miembros ambos del Partido Justicialista, y sin embargo poseen talantes personales muy diferentes, tanto como lo son las bases de su actuación ya probada y las propuestas para su gobierno futuro. Menem y Néstor Kirchner son las dos caras de ese Jano argentino que fueron el peronismo y su fundador: “En sus comienzos, el pensamiento de Perón —define Nudelman—tenía puntos de contacto con el fascismo, pero en la práctica sus gobiernos entre 1946 y 1955 fueron el intento de desarrollar un capitalismo autónomo con participación popular, aunque sus rasgos autoritarios también fueron característicos. Líder carismático de un movimiento de masa policlasista, Perón terminó sus días intentando sin éxito una conciliación política, tratando de alejarse de los extremistas de derecha que permitió que lo rodearan...y de los guerrilleros que aduló en su momento”.

Kirchner representa hoy la tendencia socialcristiana que, como otras, ha buscado para su desarrollo el amparo electoral del peronismo. Se inclina, por lo tanto, al distribucionismo, a la acción gubernamental, al gasto público social. Menem, en cambio, encarnó el neoliberalismo más devastador —aunque sea pleonástico decirlo—, el que tiene a la corrupción como obligada secuela de la privatización y el que somete a los más débiles, incapaces de resistirla, a la tiranía del mercado.

Es torpe suponer que lo son los argentinos que votaron por Menem. Factores diversos los condujeron a esa opción que, sin embargo, no cristalizará en su retorno a la Presidencia. Para nuestro bien, su suerte será la de su tocayo, amigo y clon.

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