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Artista circense| Entrega el corazón a cambio de aplausos

Su sueño infantil: ser velocista; hoy como si lo fuera entrena horas para ejecutar su acto.

TORREON, COAH.- Frente al espejo, unos ojos expresivos cercados por unas pestañas espesas y largas escudriñan a la persona reflejada en él. Una mirada firme aprueba el color rosa fuschia perfectamente difuminado que logró resaltar por una capa de polvo brillante en sus párpados y que un escandaloso rojo carmín en sus labios complementan su imagen de artista circense.

Con la gracia de una bailarina de danza clásica, lentamente se levanta. Ahora sus ojos se depositan en su esbelta figura. Primero van por su cuello alto y delgado rodeado por una cinta rosa. Luego recorren su cuerpo firme y perfectamente moldeado enfundado por una llamativa pantiblusa bordada por pequeñas piedras de brillantes.

“Protégeme también esta vez, Santa Bárbara, protégeme”, lanza una oración para la santa patrona cubana, mientras las luces de su camerino parecen resaltar cada pieza que se encuentra ahí: Diademas con plumas de múltiples colores bañadas por chaquira refulgente, suecos con tiras bordadas, zapatos de tacón alto transparente, leotardos completos y cortos de colores chillantes, ligas, broches, brazaletes, aretes, cintas para el cuello y collares forman su espectacular ajuar.

La función está por comenzar, Hayleén Castro Cruz, está lista. Y como siempre, está dispuesta a dar lo mejor de sí. Está segura de que alegrará a los rostros expectantes a través del espectáculo conocido como Dúo de Pulsadas y el Baile de Elefantes.

Cuando recuerda a Abel Hernández Rodríguez, su corazón late fuertemente y pone mayor ahínco a su trabajo. A él agradece todo lo que sabe. Fue su maestro en la Escuela Nacional de Circo de la Habana, Cuba, donde nació hace 20 años.

Qué hubiera sido si sus papás le hubieran permitido ser una velocista profesional como eran sus deseos. Pero María Elena Cruz, licenciada en Español y Literatura y Ángel Castro, ingeniero mecánico de profesión, pensaron que lo mejor para su persona sería la danza, por tal razón combinó los estudios de secundaria con el baile clásico que estudió durante tres años en la Escuela Nacional de Arte (ENA).

Sentada tras bambalinas, mientras el espectáculo de los payasos se desarrolla, Hayleén repasa cada uno de los episodios de su vida. La nostalgia de su natal Cuba la envuelve. Desde aquel seis de diciembre del 2001 a la fecha, solamente dos veces ha regresado, pero el amor a su profesión la sostiene y la esperanza de reunirse con él, la animan sobremanera.

El ir y venir de sus compañeros la sitúan en la realidad. A su lado ya estaba Derileysy Díaz Hernández, otra artista cubana con quien presenta el Dúo de Pulsadas.

—“Siguen ustedes, prepárense”, se escucha una voz, luego otra que al tiempo dice: “Con ustedes, las artistas circenses cubanas, Hayleén y...”.

Los reflectores las envuelven así como los aplausos. Por inercia, el cuerpo de Hayleén al son de una música clásica inicia un movimiento sugestivo al tiempo que sus extremidades parecen doblarse cual si fueran goma. Fuerza, movimiento, flexibilidad, coordinación, elegancia, precisión, vocación y cerca de 12 horas diarias de entrenamiento se conjugan.

Hayleén se alimenta de los aplausos de la gente, a cambio les deja su corazón. Luego de una sonrisa y un beso arrojado al aire, junto a su compañera sale corriendo para cambiarse de atuendo para el siguiente número.

Mientras estira su cuerpo en una alfombra gastada ubicada en su camerino, confirma que la actividad del circo la acercan a su amor por el deporte. Al igual que una velocista, una artista circense tiene que dedicar horas y someter su cuerpo a fuertes rutinas de ejercicio.

“Es también ganar una batalla”, murmura para sí con su clásico acento cubano mientras hace ejercicios de equilibrio. Sus pensamientos retroceden al mes de abril del 2001 cuando por tres meses viajó alrededor de Cuba como practicante profesional en la empresa Cir-Cuba —compuesta por tres carpas— donde los egresados de la Escuela Nacional de Cuba están obligados a incorporarse.

Luego, frente al espejo mientras coloca en su cabeza un penacho de plumas brillantes reconoce que le sirvió mucho ser una estudiante destacada en las materias de especialidad —equilibro, acrobacia, malabares, gimnástica, balet, danza, actuación y maquillaje—, pues lo demostró en la práctica y fue así que consiguió que en esa gira trimestral, en el mes de julio, la contratara el Circo Tihany donde por tres meses desarrolló una gira por Chile.

Fue ahí donde los empresarios del Circo Atayde la descubrieron y la contrataron. El seis de diciembre del 2001, se separó de sus padres y de su hermana de nueve años de nombre Vanessa y de su novio.

Un movimiento afuera de su camerino la saca nuevamente de sus pensamientos y cuando se asoma, descubre que el número de bailarines africanos ha terminado y que su show del Baile de Elefantes está por comenzar.

Hayleén camina por fuera de la carpa y se dirige hacia la entrada del escenario. Los trapecistas están comenzando su número. Ahora con una pantiblusa roja y blanca sin cuello que resalta perfectamente unos hombros firmes y esbeltos, se sienta detrás para esperar su show.

Parece no impactarle que tres enormes elefantes deambulen cerca de ella. Como tampoco le impide que recuerde su época de estudiante donde un grupo de 18 personas, entre ellas más estudiantes del sexo femenino, emprendieron por cuatro años una carrera singular única en Cuba y también en Rusia.

“Tienen que tener mucha vocación, dedicación, disciplina y pasión, si no no hay nada de esto, deben elegir otra carrera”, recuerda las palabras que les dijo Abel al inicio de clases. Durante tres años supo que eso que él dijo, era cierto y lo confirmó el último y cuarto año cuando se preparaba para su gira pre-profesional.

Mientras observa el ir y venir de sus compañeros y un olor intenso a palomitas de maíz llega hasta su nariz y logra despertarle el antojo, Hayleén piensa en las diferencias que existen entre los artistas circenses mexicanos y los cubanos.

En México el formar parte de un circo es por tradición familiar. Nada menos piensa en los artistas circenses del Circo Atayde donde actualmente trabajan hasta cinco generaciones donde casi es como una regla que los hijos hagan lo que sus papás, “eso es muy bello”, considera.

Los gritos y los aplausos del público que disfruta ahora el espectáculo de unos bailarines que ágilmente pasan de una salsa a una música moderna, llegan hasta los oídos de la artista cubana quien reconoce que a ella no le llamó la atención dedicarse a lo que sus padres hacen.

Pudo haber sido una maestra de historia o literatura como su madre o una profesionista en la rama de la ingeniería como su padre, pero para Hayleén fue más fuerte seguir lo que su alma y cuerpo desde pequeña la apasionó: El deporte.

Ese sentimiento fue tan grande que por eso buscó algo semejante. Seguir su ideal le ha brindado satisfacciones personales y profesionales y convivir con expertos, -que desde pequeños coexisten con la vida circense-, la han enriquecido sobremanera.

Sin embargo para ella el reto aún no acaba y muchas son las metas que se plantea. Mientras escucha cómo es que el público goza con los bailarines, piensa cómo sería bonito formar un dúo con Abel de quien se separó físicamente para trabajar en México y con el que actualmente sólo se comunica por teléfono o vía Internet.

Recuerda que desde que se vieron en la Escuela Nacional de Circo se flecharon y pensaron en no separarse. Pese a que no están juntos, de él continúa recibido apoyo y mucho cariño, reconoce al tiempo que deposita en sus brazos dos largos guantes color rojo que hacen juego con su actual vestimenta.

Cerca está por iniciar el show de El Baile de los Elefantes al que le dedicó el tiempo suficiente para que el cuadro le saliera a la perfección, ya que al principio montar sobre la piel áspera y ruda de esos animales era incómodo.

Sonríe cuando sus ojos se depositan en los tres elefantes que el domador por fin consiguió enfilar. “Son tiernos”, pensó mientras se disponía a montar a uno de ellos. El espectáculo fue anunciado por el prestador y nuevamente Hayleén puso la pasión y la entrega que su novio Abel le recomendó.

“Cómo gozo de este número”, se dijo para sus adentros mientras su cuerpo que solamente pesa 49 kilos y mide un metro 56 centímetros un elefante la lleva por toda la pista. Ella y dos artistas más, montan los elefantes, quienes bajo la mirada de admiración de un público sonriente, bailan una música rítmica y alegre.

Hayleén parece una bella diosa mística. Con precisión y coordinación ella y las dos artistas contorsionan su cuerpo sobre los elefantes a tal grado que dejan escapar estruendosos aplausos que parecen no acabar. En cada movimiento, la pasión y el amor que dice sentir por la vida circense lo comprueban el público.

Los aplausos aún resuenan en sus oídos cuando Hayleén entra en su camerino. Más tarde frente a ella, el mismo espejo ahora refleja a una mujer que sin gota de maquillaje parece aún más bella.

Sus ojos no dejan de ser grandes y expresivos y su sonrisa ilumina su cara cuando piensa que esa tarde hablará con Abel, quien cada vez está más cerca, desde que en meses pasados, también fue contratado por otra familia de artistas circenses en México.

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