En el 35 aniversario de los hechos que acontecieron en la Plaza de las Tres Culturas, allá en la ciudad de México, el jueves pasado, desfilaron grupos de jóvenes cometiendo desmanes, que año con año tienen mayor virulencia. En esta ocasión las autoridades han dejado correr la versión de que son grupos organizados, mismos que ya habían aparecido en Cancún, Quintana Roo en pasada reunión de países ricos, que demuestran una preparación poco usual. Se cambian de ropa mientras caminan, causan destrozos y saqueos en comercios, dañan inmuebles y arrojan piedras a manera de proyectiles contra las fuerzas del orden. Es tal la furia desatada que, al ver el tamaño de los estragos, la gente hace la señal de la cruz, persignándose como si se encontraran frente a frente con el mismísimo Pedro Botero. No es para menos.
Pero, me pregunto, ¿qué es lo que da lugar a estas atrocidades? Será, como dejó entrever la autoridad, que se trata de gente dirigida supuestamente para realizar una labor de zapa contra instituciones gubernamentales. De las cerca de 17 mil personas que formaban la turba vandálica fueron detenidos 75 sujetos en flagrancia. Los días seguirán a otros días. Los que están detenidos pasarán un rato presos para después salir tan campantes y aquí no ha pasado nada. El próximo año, en igual fecha, se repetirán los bochornosos sucesos. La gran mayoría de los jóvenes que cantaban, al tiempo que lanzaban consignas, cuando la matanza de Tlatelolco ¡aun no habían nacido! Lo que, desde luego, no es un impedimento para sumarse a la protesta masiva, pues no es necesario haberla vivido para reconocer una injusticia. Además los jóvenes tienen ese sexto sentido que los impulsa a recoger las causas justas. Ayer se lanzaban a las calles para protestar contra la falta de democracia. Hoy lo hacen por un motivo distinto.
Las cosas no andan bien en la República. Nos esforzamos por no darnos cuenta, cerrando los ojos a la dura realidad. Los jóvenes no miran un presente halagüeño. Hay un sentimiento de desesperación que los hace buscar el momento oportuno para soltar lo que traen adentro. Veamos. Las tropelías de estos pubescentes identifican sus traumas. La Torre del Caballito, en la que se encuentran las oficinas del Senado, fastuosos aparadores de comercios, automóviles de lujo, tres establecimientos periodísticos y la Secretaría de Gobernación. Nos dice que algo muy malo está pasando en este país. Si presumo que la gente está descontenta, estarán ustedes acordes conmigo que no estoy descubriendo el hilo negro. La muchedumbre nos está diciendo que no está conforme con que el país permanezca estacionado, mientras varias generaciones de mexicanos sufren el abandono de una sociedad epicúrea. Hay un descontento generalizado, de eso no hay duda. La crema y nata de nuestros grupos políticos están recibiendo un mensaje cargado de malos augurios, que se puede resumir en corrijan el rumbo o no respondemos de lo que pueda acontecer.
Lo peor que puede suceder es que permanezcamos impasibles ante estos acontecimientos. Esto, más que una reseña, debe ser un recuento de aflicciones que nos haga reflexionar. Hay más desempleo, el dinero escasea, la pobreza está flagelando a capas sociales que se creían a salvo de estas contingencias. Nos conformamos con sentarnos en la puerta de nuestras casas sin percatarnos de que es nuestra abulia la que nos ha conducido ha dejar que otros hagan. No me he enterado que las oficinas de legisladores estén recibiendo por escrito que pensamos acerca de los temas fundamentales que están en el pizarrón para su discusión. Mantengamos los ojos cerrados, hagamos oídos sordos, pongamos nuestras cabezas en la somnolencia del aquí nunca pasa nada. En un estudio patrocinado por la UNAM, se llega a la conclusión de que el 80 por ciento de la población rural, o sea cerca de 20 millones de campesinos y el 40 por ciento de los habitantes de las ciudades del país, unos 26.8 millones, en un total de 46.8 millones, están imposibilitados de adquirir una canasta alimentaria, debido a lo cual no alcanzan los niveles adecuados de seguridad nutricional. Por lo común no me gusta ser ave de mal agüero pero, según se advierte, la situación tenderá a ir de mal en peor.