La ciudad de Saltillo, cada día más bella, refulgía durante las horas de la mañana cuando serios personajes enfundados en trajes recién planchados se dirigían apresurados a registrarse. Bajo un enorme toldo de lona, que en algo atenuaba los candentes rayos del sol, pero no el calor sofocante e irrespirable que producían las personas apretujadas que con sus groseros empujones creaban una atmósfera de emoción ficticia. Algunos de los asistentes se dejaban oír, ruidosos unos, estridentes otros, vocingleros aquellos de más allá.
Un grupo de matronas que daban la impresión de ser, al igual que en el pasado, acarreadas de colonias populares, coreaban estribillos aprendidos minutos antes, que se oían monótonos, dichos de cualquier manera, pero que, en un abrir y cerrar de ojos, cobraron nuevos bríos al percatarse que diverso grupo lanzaba vivas a un distinto aspirante, empezando una encarnizada competencia fraternal en que ambos bandos se desgañitaban tratando de demostrar así su superioridad en la liza política. ¡Eran priistas contra priistas! que en el fragor de la épica batalla ignoraron que sus pre candidatos pertenecían a distritos electorales diferentes.
Los aspirantes sonreían a sus anchas, disfrutando la voluptuosa idea de que debido a un fantasioso carisma la ciudadanía priista se volcaría en las urnas a votar en su favor. Lo único que enfriaba su entusiasmo era saber que las demostraciones de alegría, con las que la multitud ahí arracimada los recibía, no eran espontáneas.
La cara de los “amarrados” -dícese de aquellos postulantes que se inscriben por que el señor les dijo que lo hicieran- denotaba que confiaban en la apatía de quienes voltearían hacía otro lado para mostrar su asco cívico no parándose en las casillas el día de los comicios internos. La temperatura ascendía cuando el astro rey se acercaba a su apogeo, los rostros se perlaban de sudor, la muchedumbre mostraba su indolencia, los vendedores ambulantes gritaban anunciando, a pesar de la parvedad, su mustia mercancía, imperturbables ante el ajetreo de las huestes priistas.
Las fanfarrias se escuchaban por encima del estrépito. Las notas de un conjunto musical no lograron despertar de su modorra a los que recibían la papelería, entumecidas las posaderas, agobiados por el sopor, cansados de participar en lo que, no se engañaban, consideraban una pachanga en la que sólo bailarían los escogidos de los dioses.
De pronto, tras lo que pareció un ligero vahído, me di cuenta, que de manera misteriosa había cruzado la barrera del tiempo para situarme en la época en que el priismo era un vendaval que barría con todo. En otros años, cuando las elecciones eran una farsa, había escepticismo entre quienes no creían que pudieran ganar la contienda interna aquellos que no habían recibido el visto bueno del gran elector.
En aquel entonces les ganaba el recelo y la incredulidad a algunos sectores que revelaban que no creían que se hubieran cambiado los métodos de selección abriendo las puertas a la participación de las bases priistas.
Es cierto, muchos se registraban –¿partiquinos?- dando la impresión de que había una lucha interna pareja en la que cualquiera podía ganar. Lo que sucede, se decían, no es que hubiera iguales posibilidades de triunfo para todos, en realidad se trataba de dar cierto sesgo de apertura para simular un proceso interno democrático. ¿Cómo crear un ambiente favorable a los candidatos del invencible? fingiendo que las bases escogían cuando en realidad todo estaba determinado con anterioridad en los salones de palacio donde despachaba el que ejercía el mando.
Volviendo a estos días. La algarabía continuaba en una reunión en que se colaron, como siempre, gentes amantes de lo ajeno cuyas caras daban la impresión de ser priistas pues en nada se distinguían de los demás circunstantes. Hicieron de las suyas aplicando el clásico dos de bastos. En su descargo debemos decir que recibieron un perdón que durará cien años.
Entretanto, las agitadas porras hacían trepidar el entarimado. Se escuchó el ulular de una sirena que se acercaba al lugar del evento. Alguien comentó con sorna: es la ambulancia pues a la democracia se le puso malo el cuerpo, van a llevarla a rehabilitación dándole oxígeno, pues no soportó la presencia de iguanodontes cuya cola no acababa de llegar cuando sus dueños ya se habían retirado, así era de larga. Ni hablar, parafraseó su compañero, hay de todo en la viña del señor.
En fin, digo yo, se gastará dinero a manos llenas, sin que a nadie le interese de donde proviene. Como en los anuncios de una popular revista para señoras, de mediados del siglo pasado, a los convocados les advierto: pobretones absténganse, esto es un juego sólo para adinerados.