La reunión de la Organización Mundial de Comercio, que tuvo lugar en Cancún, terminó en un fracaso. No se llegó a ningún acuerdo. Los estados más ricos no quisieron entrar a la discusión de suprimir los subsidios que otorgan a sus agricultores, condicionando este punto, que para los países emergentes es el más importante, a la aceptación y la discusión previa de los “temas de Singapur”, de dar mayor seguridad a la inversión extranjera, de permitir la competencia y de la transparencia en las compras, el representante de Estados Unidos llegó a decir que Estados Unidos también necesitaba crecer y que no estaban dispuestos a aceptar el crecimiento de los países pobres a costa del estancamiento de los Estados Unidos.
Se rumoró también que Estados Unidos había intentado fragmentar “el grupo de los 21”, entre los que estaban México, Brasil y Argentina, que representaban la oposición más fuerte al proyecto de Estados Unidos y de la Unión Europea, exigiendo a varios países pequeños apartarse del grupo, con la amenaza de ponerles trabas para sus exportaciones hacia Estados Unidos.
Se dijo que las discusiones continuarían en las oficinas generales de la OMC en Suiza y Estados Unidos afirmó que seguiría haciendo tratados bilaterales con varias naciones para solucionar las dificultades del comercio y que está dispuesto a disminuir los subsidios a los agricultores, pero de acuerdo con un plan elaborado para su ejecución a mediano plazo.
Poco se puede sacar como balance positivo de esta verdadera derrota mundial. Con todo hay voces en varios rincones del mundo afirmando que la situación de los países pobres no es tan desesperada como se dice, sin descartar la urgencia de un orden económico mundial más justo.
Por ejemplo, la tasa global de pobreza definida como el porcentaje de la población que vive con menos de un dólar al día, que era del cincuenta por ciento en 1950, se habría reducido al 25 por ciento en 1999 y la tasa de pobreza de dos dólares al día habría pasado del 44 por ciento al 18 por ciento.
Los avances más rápidos han ocurrido en China y en India, los países más poblados del planeta con 1,200 y 1,000 millones de habitantes respectivamente y ambos han seguido una política de globalización o sea de inserción de su economía en los mercados mundiales.
En esta situación de mejoría se encuentran el resto de los países asiáticos y los países latinoamericanos. La mejoría se refleja en diversos indicadores de desarrollo humano, como la educación, el aumento del promedio de vida, la disminución de la mortalidad infantil, etc.
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En el ámbito de los alimentos, que hasta hace poco se discutía únicamente en torno a los granos, provocando, en buena medida, los problemas que aquejan en el rubro agrícola al mercado mundial, está iniciándose un mercado mundial nuevo. Se trata fundamentalmente de frutas y legumbres frescas.
Tan cerca de nosotros como es 1993, cuando se estaba discutiendo el Tratado de Libre Comercio entre México y Estados Unidos, la cooperativa californiana de productores de aguacate, cerraron con éxito el paso al aguacate mexicano.
Cuando hace dos años Estados Unidos firmó un Tratado de Libre Comercio con Chile, los mismos cooperativistas apoyaron el proyecto.
El cambio se debe a que varias empresas se han convertido en empresas mundiales, produciendo, comprando y vendiendo en muchos países. Hay en Estados Unidos compañías de empaque de aguacate mexicano, neozelandés y chileno que se reexporta a todo el mundo.
Cultivadores americanos se están uniendo a productores mexicanos, cuyas estaciones de producción complementan las de Estados Unidos con lo que los productores se pueden ofrecer todo el año.
Incluso los aranceles que Estados Unidos impone a muchas frutas y verduras, trabajan a favor de esta globalización. Las compañías americanas en vez de importar y pagar los aranceles, prefieren comprar en otros países para surtir mercados asiáticos y europeos, sin pasar por la unión americana.
Aunque se trata todavía de un elemento menor, si se compara con los miles de millones de exportaciones e importaciones mundiales de alimentos, esta nueva realidad parece tener perspectivas muy interesantes para un futuro muy remoto: mejoramiento de productos, inversiones en los países apropiados, control de calidad, precios internacionales creación de nuevos empleos, mejoramiento de especies, tecnificación en el manejo y posibilidad de rápido crecimiento al aumentar la demanda.
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A pesar de que el dólar ha repuntado, los analistas dicen que hasta ahora no ha tenido ninguna consecuencia inflacionaria, esperan que para octubre-noviembre se estabilice a 11.20. Los instrumentos usados para controlar la inflación, como el corto, la venta de excedentes en dólares y las bajas tasas de interés, se siguen usando, pero ya se habla de que el Banco de México cesará de ofrecer dólares y que en breve se disminuirá el corto.
Recordemos que el dinero funciona como mercancía, su precio aumenta con la demanda y disminuye cuando la oferta es mayor que la demanda. De aquí a diciembre las compañías mexicanas que han comprado empresas en América del Sur, deben pagar alrededor de mil doscientos millones de dólares que evidentemente tendrán que comprar en el mercado mexicano, aumentando la demanda y por lo tanto el precio del dólar.
Si lo que dicen los especialistas que hacen este análisis es soportado por la realidad, tendremos la ventaja de tener mayor penetración en los mercados extranjeros, ya que con la baja del peso, nuestros productos serán más baratos.