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Banxico y los fantasmas

Federico Reyes Heroles

aquí estamos en el 2003, instalados en un juego democrático que a muchos enorgullece y otros aterra, con una lista infinita de novedades que en ocasiones no sabemos cómo digerir: un obispo que se mofa de la justicia y en los hechos se declara intocable; un jefe de gobierno capitalino envuelto en invocaciones justicieras que, de nuevo en los hechos, camina al desacato. Las personas, las representaciones que de los seres humanos nos hacemos, se mezclan con las leyes y las normas. José Woldenberg y varios de los consejeros electorales cosechan el bien ganado reconocimiento que su trabajo provoca. Entre las instituciones el IFE destaca como construcción racional de un referente. Bien, se pudo. A la par afloran las flaquezas: ¿cómo está eso de que todos pueden ser removidos? Peor aún la reelección podría ser violatoria de la norma básica. ¿En quién es que confiamos, en ellos, en la institución o en ambos? En eso de confiar en las personas los mexicanos somos muy quisquillosos, —más del 70 por ciento no confía en sus conciudadanos—. Además la mula no era arisca, quizá por eso surgió la búsqueda de los “puros” que hoy, exacerbada y manipulada, podría estarnos asfixiando. Los señalamientos al origen pueden ser una nueva y dañina retórica. Al final de cuentas de lo que se trata es de evaluar el desempeño profesional. La cuestión de la “impureza” ha envenenado el ambiente. ¡Cuidado con la sociedades que rechazan o persiguen a los “impuros”, porque cualquiera de nosotros podría serlo y nunca se acaba! Algo similar ocurrió en la CNDH hace casi cuatro años cuando a la doctora Rocatti se le reclamó no tener sensibilidad política al emitir sus recomendaciones, como si la CNDH pudiera andarse con ese tipo de consideraciones. Su grave error fue emitir una recomendación en una entidad en campaña, Chihuahua. Algunos senadores panistas le imputaron esa derrota. Se le removió de fea manera. Se dañó a la institución. El ejemplo para las comisiones estatales fue pernicioso. Rocatti no era “pura”, su pasado la vinculaba con el PRI, dijeron. Hoy por cierto trabaja en la PGR del gobierno panista. No se juzgó su profesionalismo sino su “pureza”. Lo mismo ocurrió con el primer Auditor Superior de la Federación, Gregorio Guerrero, quien se comenta podría obtener el amparo por un cese improcedente. El argumento fue el mismo. Decimos confiar en las instituciones pero en el fondo nos gustaría tener amigos, cuates, en todas las posiciones.

Cierto primitivismo se desnuda en esas búsquedas de pureza que se han ido sistematizando. Allí se muestra como la verdadera pluralidad no termina por ser aceptada. Se trata de una faceta oscura de ánimo persecutorio. Imaginar a los “puros” nos llevó a sobreponer la honradez profesional y personal a cualquier otra motivación. Fue útil en tanto que el imaginario construyó lo que debería ser regla. Un juez puede ser priísta, panista, perredista o lo que sea, puede ser creyente o no, pero si en su juzgado se asienta una demanda digamos de divorcio, lo que esperamos de él será una justa lectura de la ley que le permita decir derecho. Esa debe ser nuestra exigencia. La “pureza” de origen como postulado no hace más que ocultar el otro lado de la moneda: nuestra incapacidad para exigir un desempeño profesional. Esa es la única moneda de cambio. Los “puros” se pueden corromper en el camino o al contrario los “impuros” comportarse con un profesionalismo de santos. Las creencias íntimas, las simpatías y antipatías que todos tenemos, en algunos más evidentes que en otros, deben estar sujetas a una convicción aún mayor, la de seriedad en nuestro trabajo. Es allí dónde estamos mal y por eso recurrimos al expediente de los “puros”.

En esas estamos cuando aparece en el escenario la designación del gobernador del Banco de México. Los resultados allí están. Nos podemos quejar de mil asuntos pero los objetivos de control inflacionario y por ende estabilidad monetaria se han cumplido, a pesar de la guerra y la natural sacudida que ella supuso. La llegada del panismo al poder, todos los sabíamos, conllevaría falta de experiencia. Era inevitable. Pero, por fortuna, esa delicada área se mantuvo fuera de los vaivenes y con ello el costo de aprendizaje no se presentó. Todo mundo daba por un hecho la reelección de Guillermo Ortiz aunque con un manejo poco prudente, pues incluso el propio presidente Fox se expresó al respecto, cuando de pronto surge el reclamo: “impuro”, es priista se dice a sotto voce, además estuvo metido en lo de Fobaproa, razón más que suficiente para descalificarlo. Qué hubiese ocurrido sin esa institución de rescate, es algo que pocos se ponen a reflexionar. Si colaboró en su creación de seguro estuvo metido en las pillerías —que sin duda las hubo y están pendientes— aquí se sospecha de oficio y después averiguamos. Ahora resulta que cierto nerviosismo se está presentando entre los inversionistas que se hacen una sola pregunta, ¿por qué?

Si al gobernador se le hubiesen encontrado expedientes turbios, éstos ya hubieran salido. Pero no hay nada. Supongamos algo totalmente subjetivo, por ejemplo que el presidente simplemente no tiene simpatía por él, por Guillermo Ortiz, entonces para qué lanzarlo. Está en todo su derecho de no proponerlo. Lo más importante, si los resultados fueran negativos todos clamarían por su relevo, pero no es así. ¿Y ahora? Nadie cuestiona el derecho de los señores senadores a discrepar de la opinión presidencial. Lo que verdaderamente alarma es la incapacidad para tomar una decisión gubernamental y conducirla a buen puerto. ¿Cuánto nos puede costar un error? Mídase en miles de millones. ¿Es determinante la presencia de Ortiz en el banco central? No, hay economistas serios incluso al interior que podrían sustituirlo. Nadie es imprescindible, pero sí necesario. Su permanencia no es determinante pero es conveniente. Por qué si creemos en las instituciones nos tenemos que seguir fijando en los hombres, en las personas. Incluso en los países desarrollados ocurre: Greenspan, su homólogo inglés, Brown o Duisenberg, “Mister Euro” como le apodan, al frente del Banco Central Europeo no son casos menores. Se trata de áreas muy sensibles en las cuáles la técnica llevada a cierto nivel debe ceder el timón a la sensibilidad y experiencia, como ocurre en un navío. Esa experiencia es uno de los capitales más escasos de cualquier país. Lo curioso del nuestro es que siendo pobres, pobres en todo, también en esto, nos damos el lujo de botarla por andar en una cruzada a favor de la “pureza” que ha resultado políticamente muy buen negocio. Por más sólidas que sean las instituciones si permitimos que los fantasmas de la desconfianza, de la venganza y de la “pureza” se apoderen de nosotros, nunca lograremos dormir tranquilos.

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