EDITORIAL Columnas Editorial Caricatura editorial

Batalla de Bagdad/Jaque Mate

Sergio Sarmiento

“Nada es más peligroso que la victoria”.

Yuri Lotman

Mucho habían dicho los generales de sofá que la batalla de Bagdad sería terrible. Que la Guardia Republicana Especial, ese cuerpo de élite apostado en el interior de la capital, iba a presentar una resistencia enorme ante la tropa invasora. Que la población civil, armada por el propio gobierno de Saddam Hussein, se uniría al ejército iraquí para defender la histórica ciudad de Bagdad.

Nada de eso ocurrió. Una columna de tanques del cuerpo de infantería de marina penetró ayer al centro de Bagdad sin encontrar ya ninguna resistencia. Un grupo de un centenar de iraquíes salieron a la calle a celebrar la caída del régimen iraquí. El momento culminante tuvo lugar cuando la estatua gigante de Saddam en la plaza Firdos del centro de Bagdad fue derribada por un tanque estadounidense, el cual tiró de ella con unos cables. Los iraquíes que se habían concentrado en la plaza se treparon de inmediato sobre la estatua y celebraron. Más tarde arrastraron la gigantesca cabeza de bronce de la estatua por la zona.

La batalla de Bagdad tuvo lugar exactamente 21 días —tres semanas— después de que la coalición anglo-estadounidense inició el bombardeo de Bagdad. La ocupación del centro de la ciudad no significa, por supuesto, la terminación de la guerra de Iraq. Mientras la estatua de Saddam se desplomaba ayer en la plaza Firdos, se registraba una resistencia importante en la Universidad de Bagdad.

En el momento de escribir este artículo sigue habiendo resistencia militar en algunos lugares de Iraq. El ejército iraquí parece haberse desbandado, por lo menos en la zona de Bagdad, pero decenas de miles de soldados vestidos de civil se han mezclado con la población. Muchos de ellos están armados y un número indeterminado podría tratar de causar daño todavía a la fuerza invasora. Incluso en Basora, esa ciudad meridional que fue la segunda en supuestamente haber sido tomada por la alianza anglo-estadounidense, sigue habiendo combates esporádicos.

La guerra de Iraq parece haber tenido lugar en el tiempo que sugerían originalmente los cálculos más optimistas, los cuales estimaban que la guerra podría llevarse entre cuatro y seis semanas. El que Bagdad haya caído en tres semanas no significa que haya terminado la guerra, pero sí marca el principio del fin.

Estados Unidos va a tratar de establecer un gobierno quizá encabezado inicialmente por estadounidenses pero que tendrá que contar con el apoyo de algunos iraquíes opositores al régimen de Saddam Hussein. El nuevo régimen tendrá que administrar a un país devastado, tanto por esta última guerra como por los conflictos anteriores y sobre todo por 12 años de un durísimo bloqueo económico internacional. Si el gobierno de Estados Unidos pretende cubrir el costo de la guerra apoderándose de los ingresos del petróleo iraquí, lo único que hará será sembrar las semillas de una inestabilidad económica tal en el país que se verá obligado a seguir interviniendo en el futuro.

El nuevo régimen iraquí vivirá en un ambiente muy enrarecido. El gobierno de la vecina siria, encabezado por el Partido Baath, hermano del de Saddam Husein, se sentirá cuando menos incómodo por la presencia de un régimen proestadounidense en sus fronteras. Lo mismo ocurrirá con Irán, que bien puede festejar la caída del dictador que lo atacó en los años ochenta pero que mantiene una marcada actitud antiestadounidense. Los gobiernos monárquicos de Kuwait y Arabia Saudita podrán celebrar también la caída de Saddam, pero sin duda resentirán el intento de establecer en Iraq un régimen democrático, el cual, según el propio presidente estadounidense George W. Bush, debe servir para difundir las virtudes de la democracia en toda la región.

Finalmente, la guerra de Iraq ha servido no solamente para derrocar a Saddam Hussein. También ha generado una sensación de agraviada unidad entre los pueblos árabes de la región ante lo que perciben como una injustificada intervención militar estadounidense. Esta sensación puede nutrir ese conflicto de civilizaciones que Samuel Huntington ha previsto en el mundo posterior a la Guerra Fría. Si bien es verdad que ha habido iraquíes que han festejado la toma de Bagdad por las tropas estadounidenses, también es cierto que en la intimidad de sus hogares, en Bagdad y muchas otras ciudades del mundo árabe, hay gente que se ha sentido humillada por la captura estadounidense de la que fue capital del califa abasí Harún al-Rashid.

Bolsas bajan

Los mercados bursátiles en Estados Unidos subieron en un principio con la toma de Bagdad, pero después cayeron. Los inversionistas se dan cuenta de que la victoria abre nuevas incertidumbres políticas y económicas.

Correo electrónico: sergiosarmiento@todito.com

Leer más de EDITORIAL / Siglo plus

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 27076

elsiglo.mx