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Bien por el PAN/Política y dinero

Sergio Aguayo Quezada

Primera de dos partes

La Agenda Legislativa 2003-2006 del Partido Acción Nacional (PAN) tiene trece puntos. Todos son importantes, pero hay uno esencial para la salud democrática: la “reducción del financiamiento público a los partidos políticos”.

Por interés y oficio he dedicado buena parte de mi tiempo a la observación y el estudio de los partidos. Por motivaciones que en su momento expliqué, en las últimas elecciones federales me involucré activamente y pude ver de cerca la corrupción que rodea y cubre la política partidista.

Es una descomposición tan generalizada y honda que pone en riesgo la salud de nuestra frágil democracia. Entre las causas de la infección está el exceso de dinero recibido por los partidos políticos: para la elección federal del 2,003 dispusieron de 5,500 millones, además de transferencias privadas y recursos entregados por las diversas entidades federativas.

Para entender las consecuencias debe incorporarse una variable fundamental que generalmente se ignora: la transición democrática coincidió con una larga crisis económica y eso acentuó las fallas estructurales de la institucionalidad política. Mencionaré tres. En primer lugar está la relación maligna que hay entre los partidos y buena parte de los medios de comunicación (es indispensable enfatizar que siempre hubo y sigue habiendo, periodistas honestos e independientes).

Los partidos incorporaron a plenitud la creencia de que la única forma de ganar elecciones es teniendo presencia en los medios de comunicación. El supuesto es correcto por lo grande de la población y el territorio. Sin embargo, es preocupante la forma como están siendo obligados a acceder a los medios informativos.

En el pasado el presidente controlaba a los comunicadores a través de Gobernación de donde salían prebendas, donativos o amenazas. El sistema lo complementaban políticos y funcionarios que, a través del legendario “chayote”, se garantizaban un trato privilegiado. El resultado era que la crítica o el elogio tenían una parcialidad que beneficiaba al PRI, partido armado sobre una gigantesca red de intereses. La democratización terminó con el control centralizado, pero la parcialidad mantuvo una robusta existencia que depende ahora de una multiplicidad de operadores que actúan por intereses muy específicos. Esto es especialmente obvio en tiempos electorales, cuando por el exceso de dinero los medios de comunicación esperan, o exigen, “convenios de publicidad” que incluyen spots, seguimiento de campaña y entrevistas. En algunos casos estos “convenios” son negociados por los “reporteros de la fuente” que, al obtener comisión, distorsionan una relación que debería ser de respetuosa distancia.

Hay quienes llegan al chantaje grosero y ponen tarifas dependiendo de la duración y el tono de la entrevista que se adapta al gusto del cliente. Una segunda consecuencia de los ríos de prerrogativas es la relación que se establece con los electores. En teoría, los candidatos tienen que convencer a la ciudadanía con su trayectoria y sus propuestas.

Algunos lo intentan, pero en esta última elección se generalizó el uso de recursos para ablandar o aceitar la voluntad ciudadana. En un espléndido reportaje sobre la victoria priista (“Así ganó el PRI...”, noticia publicada en un diario capitalino el 17 de agosto del 2003) Fernando del Collado entrevista al artífice de la estrategia, Rafael Oceguera, quien asegura que “usamos el marketing, pero privilegiamos el contacto con la gente”. Sin negar el mérito de un PRI capaz de mantener la lealtad de sus seguidores pese a la derrota del 2,000, ese “contacto” con la gente se acompañó, en un buen número de casos, con dádivas de diverso tipo.

La diferencia con el pasado es que el regalo no fue monopolio del PRI; lo empleó la mayoría de los partidos. Estas irregularidades causaban escándalo cuando eran denunciadas por los observadores electorales que, además de reducir su número en el 2003, pasaron virtualmente desapercibidos, tal vez porque forman parte de una práctica generalizada.

Finalmente, los recursos abundantes tienen consecuencias nocivas hacia dentro de los partidos. La extendida crisis económica ha convertido al desempleo en una tragedia cotidiana y generalizada. En consecuencia, a los partidos llegan legiones de desempleados que por una mezcla de compromiso y necesidad buscan empleo -aunque sea temporal- en organizaciones con una gran liquidez y muy intensiva mano de obra.

Como en nuestra cultura política es común que se compense la militancia y la lealtad con un empleo, eso explica que los partidos rara vez llenen sus vacantes con un concurso abierto en donde se seleccione al más apto para el puesto. Los cargos se llenan con militantes, aliados, amigos o familiares; la nómina forma parte del mercadeo de influencias y poder. Esto repercute en la calidad del personal que uno encuentra en los partidos.

Cual más, cual menos, todos tienen cuadros de primer nivel. Sin embargo, también están invadidos por personas de dudosa o mediocre calidad. En lugar de incorporar a “los mejores y los más brillantes” (frase con la que algunos describen con seriedad y otros con sorna, al gabinete de John F. Kennedy) ahí están los supervivientes de las batallas burocráticas que se atrincheran en el partido porque en ningún otro lado ganarían lo que ahí perciben. Como lo mismo pasa con los candidatos a cargos de elección popular y con funcionarios en ejercicio, un porcentaje considerable carece de la capacidad que el puesto exige. Continuará...

Como sus pretensiones son usualmente elevadas, hay una inflación en los niveles superiores, esto conlleva a que los presupuestos dediquen un porcentaje muy alto al “gasto corriente” (sueldos, honorarios, compensaciones, etcétera) y bastante bajo al gasto público.

Por todo esto es que considero tan importante la propuesta del PAN de reducir el “financiamiento público a los partidos políticos”. De lograrse, los obligará a modificar su relación con los medios de información y los electores y a corregir las distorsiones que les impiden dar el brinco a la modernidad (se trata, por supuesto, de una generalización porque es notable el desarrollo desigual de los partidos). Si además logramos una mayor fiscalización de la forma en que gastan sus recursos, daríamos un enorme paso en la construcción de una democracia que funcione.

¿Qué posibilidades hay de que se apruebe la propuesta del PAN? Pocas. No está en el interés de los partidos, o de la mayoría de los medios de comunicación, modificar el orden establecido. Los partidos están acostumbrados a presupuestos enormes y los presiona la coyuntura. El Partido de la Revolución Democrática incluyó en su plataforma electoral el compromiso de combatir los “montos exagerados” pero vive el efecto del déficit incurrido en la pasada campaña.

El PRI y el PVEM difícilmente darán su respaldo. No sólo guardaron silencio en sus promesas de campaña; el tricolor tiene que pagar los abonos de su millonaria multa y la codicia del Verde es de todos conocida. Pese a todo, es posible que los intereses partidistas se hagan a un lado. Ayudaría que los presionemos desde la sociedad para hacerlos entender lo que está en juego. Hay una creciente descomposición del sistema que debe enfrentarse porque alimenta una ingobernabilidad que también los afectaría. Por otro lado, es imposible que la dirigencia del PAN ignorara la multa que el IFE les aplicará en cualquier momento por los excesos cometidos por los “Amigos de Fox” (ahora ex amigos del PAN). Porque aun así abogaron por esa propuesta de austeridad, ¡bien por el PAN!

La miscelánea

Estoy consternado por la trágica muerte en Iraq de Sergio Vieira di Melo, Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Mi consternación viene por una vieja amistad y porque fue un ser humano excepcional que pudo armonizar la excelencia diplomática con el compromiso con principios. Comentarios: Fax (5) 683 93 75; e-mail: sergioaguayo@infosel.net.mx1

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