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Burdo

Federico Reyes Heroles

Todo comienza con la eliminación de un singular: la verdad. Sólo el dogma permite seguir allí. Con el tiempo nos damos cuenta de que en todo caso tendremos que utilizar el plural, las verdades. Múltiples, verdades simultáneas, paralelas, contradictorias y sin embargo válidas. Cada persona es un mundo y empatarlos es imposible. Ni hablar. Pero por ese camino tampoco vamos a ninguna parte, cada quién andando solo con su verdad se convierte en un cómodo e inútil desacuerdo que conduce al caos. Por ahí todo se relativiza, no hay verdad única pero tampoco un mínimo entendimiento sobre lo que nos ocurre más allá de la individualidad. Por eso en las ciencias sociales, a pesar de todos los apesares, se insiste en la búsqueda de verdades externas que seguimos llamando “objetivas”. Como dijera Santiago Genovés, la objetividad es un invento de la subjetividad humana, un muy útil invento. Pero bueno algo hemos ganado en el camino. Somos capaces de establecer verdades relativas válidas por tiempos determinados. Dejan de serlo cuando aparecen nuevas fórmulas de explicación. Esas verdades, limitadas, temporales, son lo mejor que hemos encontrado para guiarnos. Un científico y filósofo de la ciencia decidió llamarlos “paradigmas”. Se preguntará el lector y con toda razón y a qué viene todo este cuento. Son esos paradigmas los que nos permiten establecer cierta racionalidad en las políticas públicas es decir en fundamentar el porqué hacemos las cosas como las hacemos. Sin esos referentes relativamente estables la discusión de lo público se convierte en un galimatías. Ahora bien, para que esas verdades públicas funcionen hay una condición básica, ineludible: el que las pronuncia no puede ser parte del acto en cuestión, situación típica de los gobernantes hablando de sus logros. Pero los opositores tampoco son fiables, también son parte del juego. ¿A quién creerle? Si algo nos ha dañado terriblemente como país es la duda infinita y sistemática sobre esas verdades públicas. Subió o bajó el analfabetismo, cuál es el desempleo real, cuántos son los afectados por el Sida. Los acuerdos básicos sobre lo que ocurre en el país no están allí, por eso la discusión es por momentos surrealista. Los gobiernos priistas siempre exageraron sus bondades y mintieron callando los problemas. Pero los entonces opositores también evadieron casi siempre reconocer avances. Hoy vivimos lo inverso. Resultado: para unos estamos encaminados al edén y para los otros al infierno. Tal ha sido el manoseo político de cifras y resultados que el ciudadano termina no sólo por dudar sino por descreer como forma de previsión, de cautela. Lo doloroso del caso es que, al final del día, los mexicanos no pueden decidir racionalmente por la mejor opción pues todo está inundado de mentiras. Es tal el desmoronamiento de referentes claros que los mexicanos ya no creen ni las malas noticias, menos aún las buenas.

La semana pasada el INEGI y la Sedesol dieron a conocer la ya tradicional encuesta sobre ingreso y gasto de los hogares y un corte de caja con la nueva metodología de Sedesol sobre los niveles de pobreza. Los dos estudios coinciden: en los últimos dos años la pobreza ha tenido en México una leve pero significativa disminución. Ello se refleja en los ingresos de los segmentos económicos más débiles que habrían aumentado un cinco por ciento. Con ello casi tres millones y medio de mexicanos habrían dejado la “pobreza alimentaria”, es un avance. También en el segundo nivel de Sedesol, “pobreza de capacidades” donde no alcanza para sufragar educación y salud, habría mejoría. Bien por la noticia. ¿Puede ella tener visos de realidad? Sí, sería la respuesta, pero francamente es invendible. En la forma llevan el castigo. Me explico.

El asombro comienza por el hecho de que el país básicamente no creció en ese período, por lo cual la mejoría resulta difícil de creer. Esa es la reacción inicial. Sin embargo puede ser equívoca. Es posible que los resultados sean reales pero, de nuevo el uso político los arruina. Los gobiernos tienen no sólo el derecho sino la obligación de darnos a conocer este tipo de cifras. Pero queda claro que ellos son parte involucrada, por eso la necesidad de un tercero. ¡Qué casualidad que el INEGI libere los resultados días antes de la elección! Pero bueno, supongamos sin conceder que había un calendario previo, de todas formas cabe la pregunta ¿cómo es que la Presidencia festinaba los resultados antes de la presentación pública de los mismos? La seriedad de los estudios del INEGI no está en duda, sí el uso político que de ellos puede hacer el gobierno.

Además todo se vuelve increíble por la teoría del gran “renacimiento nacional” del 2000. ¿Qué cambio de fondo ha habido en el manejo económico de los últimos dos años? Ninguno y quizá sea una fortuna. No sólo es posible que el salario real ahora esté mejorando y que ello favorezca a los menos favorecidos, de hecho ya venía ocurriendo. En los últimos dos años de la gestión de Ernesto Zedillo, una vez que la inflación cedió a los niveles altos, hubo una recuperación del salario. No hay novedad, sí acumulación. O sea que la amarga crítica contra los “neoliberales” empeñados en domeñar la inflación por ser un impuesto muy regresivo era totalmente infundada. Desde hace un cuarto de siglo los mexicanos conocen muy bien que la inflación afecta más a los que menos tienen. De allí el costoso empeño por controlar el fenómeno.

Es válido que el gobierno de Fox se ufane del hecho pues ha habido continuidad. El manoseo político comienza sin embargo por no admitir que la tendencia es el resultado de las políticas económicas previas de regímenes priistas que, por cierto, también son responsables del desastre de los años setenta. La impopular estabilidad monetaria y financiera del país hoy muestra claramente sus bondades. Alcanzarlas no se llevó dos años sino muchos más. ¿A quién creerle, cómo explicar al gran público estas mañas? Imposible, peor aún cuando estamos inmersos en una batalla totalmente inmoral de usos políticos con dineros públicos y de la imagen presidencial para obtener votos. Lástima por los resultados, mala forma, mal momento, todo fue muy burdo.

Posdata.- Precisamente para evitar la incredulidad generalizada sobre las verdades públicas desde hace una década se viene promoviendo la consolidación del INEGI como órgano de Estado. Ni el PRI, ni el PAN, ni el PRD han tenido la visión para dar el sí final. El que parece se adelantará en el camino es el gobierno del estado de Sinaloa que ha propuesto la creación de un instituto independiente de evaluación de las gestiones públicas. Bien por el hecho. Viva la competencia.

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