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Calenturas ajenas.../Hora Cero

Roberto Orozco Melo

El mundo está con el alma en un hilo con motivo de la crisis bélica en el Oriente Medio. Las economías nacionales están casi dadas al traste, empezando con las de los países involucrados en el conflicto. Hay tensión en la sociedad yanqui, como en la iraquí: sus pueblos saben que van a sufrir las consecuencias de cualquier modo, pues las guerras contemporáneas devienen aniquilantes por necesidad.

El terrorismo causó un gravísimo daño a los norteamericanos. Agredió profundamente a Estados Unidos en su honor y le ha obligado a tomar decisiones extremas en contra de los talibanes; pero también a prevenir nuevos ataques, provenientes del único país de la región que desde hace doce años había anunciado poseer un arsenal mortífero.

Planteado el problema ante la Organización de las Naciones Unidas ésta debería resolverlo en el cauce del diálogo y el pacifismo, de acuerdo con el derecho internacional y en busca del menor daño posible a la estabilidad del mundo. La otra opción es la guerra, con o sin el aval de la ONU. Los Gobiernos mexicanos no desean ponerse a las patadas con Sansón, ni mojarle la oreja. Están en lo justo. Cuando nuestros antepasados lo intentaron nos fue de la patada, perdimos la mitad del territorio nacional, les quedamos a deber y todavía nos reclaman, por medio de películas -como la que están filmando ahora- su derrota en el Álamo, en la cual los mexicanos aparecemos como villanos invasores y los anglosajones como víctimas inocentes.

No es tiempo de revivir nuestras viejas querellas, ni alimentar otras nuevas y distintas. La dilatada frontera entre México y Estados Unidos impone a las dos naciones, a querer y sin ganas, la práctica de una amistad respetuosa y solidaria sin duda; mas nunca indigna. Admiramos a los estadounidenses sin dejar de reconocer que tienen sus defectos y nos han perjudicado. Ellos también admiran nuestra historia, nuestros monumentos, nuestras ciudades coloniales, nuestras playas, y no por eso dejan de pintarnos como indios durmiendo a la sombra de un escuálido nopal o maguey: así nos miran. En aras de esa peculiar amistad ningún país tiene por qué renunciar a su independencia de criterio, ni a su dignidad y menos a su tradición diplomática.

Jamás hizo México causa común con el comunismo de Rusia, pero tampoco se alió con quienes lo combatían como amenaza mundial durante la Guerra Fría; apoyamos a Cuba en su decisión de darse un gobierno socialista, pero cuando el ex presidente Cárdenas quiso ir a luchar al lado de Fidel Castro, en la crisis de Bahía de Cochinos, el presidente Adolfo López Mateos lo arraigó en México evitando que comprometiera al país con su actitud. Otras crisis parecidas se han planteado en el curso de la historia, mas ninguna ha sido tan delicada como la actual. México ha luchado históricamente a favor de la paz, pero aquellos conflictos no tenían el cariz apocalíptico que posee el que ahora se afronta, ni aquí se habían adquirido los compromisos económicos y políticos que hoy obligan a la emisión de un voto a su favor dentro del Consejo de Seguridad de la ONU; obtenido en la rifa del tigre por cuyo boleto peleamos y salimos triunfadores. ¿Qué haremos ahora con el problemón? ¿Para qué comprometernos a sudar calenturas ajenas? Una sana neutralidad podía haber sido la mejor posición, pero una cosa nos llevó a otra y ahora resulta imposible no hacer frente a las actuales circunstancias.

Así las cosas resulta perfectamente explicable el nerviosismo observable en el presidente Fox durante su gira por el extranjero: sus tartamudeos y confusiones; el deletreo de los discursos pronunciados en lengua inglesa y la inseguridad en el comportamiento. ¿Qué necesidad tenía nuestro primer mandatario de realizar este tour por Europa, en momentos de crisis, compromiso y responsabilidad? En el conflicto USA-Iraq más le valdría al Gobierno de Vicente Fox evitar cualquier protagonismo peligroso, hablar sin reflexión o sin consulta. Estamos situados en la vecindad geográfica con el país más poderoso del mundo, los tiempos y los usos han cambiado. Si nuestros vecinos tienen sus razones, buenas o malas, para pelear esa guerra, la mejor ayuda que podríamos darles es permanecer a la expectativa.

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