Me parece estéril sumarme a quienes bordan sobre la personalidad y el estilo de Jorge G. Castañeda. Se ha dicho casi todo. Resulta más fructífero ubicar su breve gestión en la compleja relación que tenemos con el mundo. El ex funcionario partió de un diagnóstico. En el antiguo régimen, el nacionalismo fue manipulado durante décadas y el principio de no intervención y autodeterminación sirvieron de anclas que mantenían cerradas las puertas del país y facilitaban la represión, el fraude y la corrupción. En las últimas décadas ese régimen aceptó a regañadientes la modificación de su relación con el mundo que se hizo a una cadencia sincronizada con el ritmo de las transformaciones internas. Ese tránsito se ejemplifica con los dos principales Tratados de Libre Comercio (TLC) firmados en la década pasada. En el polémico TLC con América del Norte -que significó un incremento espectacular en la relación económica con Estados Unidos- no aparece una sola mención a democracia y derechos humanos. Seis años después hubo una modificación de raíz. Es altamente simbólico que el primero de julio del 2000, un día antes de la última elección presidencial, entrara en vigor el TLC con la Unión Europea cuyo artículo primero contiene una “cláusula democrática”, un compromiso con los principios democráticos. En la propuesta de Castañeda, México debía poner al día su política exterior, airearla y afinarla a las nuevas realidades para redefinir las relaciones con el mundo en torno a dos ejes: rediseñar la relación con Estados Unidos y participar activamente en la conformación del nuevo sistema internacional.
La transformación tenía como objetivo político invertir el sentido del anclaje. En lugar de que sirviera para apuntalar al autoritarismo debía utilizarse para sujetar nuestro cambio democrático al exterior al mismo tiempo que ocupábamos el lugar en el concierto internacional que nos corresponde por ubicación geopolítica, economía, población y cultura. Otro aspecto original fue el ritmo vertiginoso al que intentó fraguar el nuevo esquema (sobre todo si se compara con lo que pasaba en otras áreas del gobierno foxista). Sobre derechos humanos debe mencionarse su compromiso explícito con la Comisión de la Verdad, el acuerdo con el Alto Comisionado de Naciones Unidas para Derechos Humanos, la campaña para que se ratificara el Estatuto de Roma que establece la Corte Penal Internacional (aunque con candados impuestos por senadores timoratos) y la toma de posición frente a lo que sucede en Cuba.
En una dimensión estrechamente relacionada estaría la participación en organismos multilaterales, en donde destaca el ingreso de México al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Abro un paréntesis para recordar el indisoluble nexo entre seguridad y derechos humanos. Son fundamentales las instituciones dedicadas a promover los derechos, pero no bastan. Es indispensable la modificación de las instituciones de seguridad donde se toman las decisiones que desembocan, luego, en abusos. Sigue entonces que para lograr un Estado de Derecho pleno debe modificarse la mentalidad y las prácticas de las instituciones donde se debate la seguridad (y esto incluye desde un organismo multilateral hasta la cabina de mando de una corporación policíaca). Vistas así las cosas toman sentido pleno sobre nuestra presencia activa en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en donde, a través de Adolfo Aguilar Zínser, defendemos una versión correcta de la seguridad internacional.
Estaría finalmente la redefinición de la relación bilateral con Estados Unidos que ha sido uno de los temas más criticados de la gestión del ex canciller. Para Castañeda era necesario tener una relación más estrecha y profunda con ese país lo que suponía incluir e incorporar nuevos temas e interlocutores. Resultó más fácil enunciarlo que implementarlo y el ejemplo más acabado está con la migración. La meta era alcanzar un acuerdo integral que lograra que se respetaran los derechos de nuestros paisanos para normalizar, regular y potenciar los enormes beneficios económicos que deja al país la migración. No se logró por ese 11 de septiembre que todos conocemos, pero sí obtuvo que diversos estados y ciudades del vecino país aceptaran la matrícula consular, un instrumento de identificación que limita los vergonzosos abusos hechos por algunas de las empresas -estadounidenses y mexicanas- que traían el dinero de los trabajadores mexicanos.
Fueron dos años intensos, de actividad internacional frenética salpicada con los modos ásperos del canciller; tan ajenos al tacto diplomático. Salieron a la luz mitos y verdades desagradables, se sacudieron las conciencias y apareció la diversidad de nuestras relaciones internacionales. Así, pocos agradecieron la propuesta de que el país profundizara su relación con Estados Unidos, sobre todo por el peso de esa gigantesca asimetría de poder, porque en la Casa Blanca vive un presidente que practica activamente un unilateralismo ofensivo y porque nuestras culturas siguen siendo muy diferentes.
En otro terreno, la modificación de la postura mexicana frente a los abusos de los derechos humanos en Cuba sacó a la luz la existencia de un “lobby cubano” en México, mucho más fuerte de lo que uno se hubiera imaginado y que confirma la internacionalización integral que vive la política mexicana. La sacudida fue saludable, pero buena parte de la construcción se quedó trunca, en obra negra y atribuida a las hechuras de una sola persona. Aunque la historia no puede atribuirse a las parcas líneas de las biografías individuales, ¿qué tanto de la reforma se quedó inconclusa por variables que nadie controla y qué tanto se debió a las asperezas e impaciencias de Jorge Castañeda?
En los últimos dos años, toda reunión de políticos creaba un apartado para relatar y diseccionar anécdotas sobre el ex canciller. En esa sección se conocían las majaderías, los desplantes y las implacables -e inaceptables- vendettas contra los enemigos del Secretario. Aunque en menor medida, también aparecían relatos de actos de generosidad hacia sus amigos y de compromiso con algunas causas. Ni sumando todas las anécdotas logra explicarse las múltiples interacciones que se dan entre la biografía individual y el cambio social. Falta información, mucha información y el discurso de despedida del ex canciller, aunque original en el enfoque, es ciertamente insuficiente para darnos una explicación convincente. ¿Qué elementos de la estrategia del ex canciller sobrevivirán en la nueva gestión? Difícil decirlo porque faltan indicadores, como los nombres de quienes acompañarán a Luis Ernesto Derbez en subsecretarías y direcciones generales. Tampoco sabemos si permanecerán los representantes de la izquierda social que llegaron a Relaciones Exteriores durante los años de Castañeda (inevitable pensar en Mariclaire Acosta y Adolfo Aguilar Zínser). Por el momento, el primer reajuste en el gabinete lanza una sombra de dudas sobre la pluralidad del gobierno de Vicente Fox. Lo más probable es que Relaciones Exteriores se acerque al perfil propio de Acción Nacional lo cual tiene sus ventajas porque acabará con las confusiones ideológicas creadas por un gabinete de transición. Castañeda no desaparecerá de la vida pública y aunque hay mucha especulación sobre su lugar de destino, creo en su intención expresa de reintegrarse a la cátedra y a la computadora (al menos por los próximos años). Desde ahí seguirá revisando mitos, sacudiendo conciencias e irritando sensibilidades con su inteligencia y su arrogancia. Entretanto, la política exterior seguirá su evolución levando o echando sus anclas.
La miscelánea
Hay momentos en que las reiteraciones son indispensables, sobre todo cuando se padece la ausencia de un ser querido. Por tanto, un abrazo solidario y lleno de afecto para Andrés Manuel López Obrador y su familia.
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