Un largo autoelogio, una breve autocrítica, una nueva promesa y unos cambios no consecuentes del todo constituyeron la fórmula aplicada por la Presidencia de la República y ésta surtió el efecto de un analgésico: alivió temporalmente el dolor de cabeza.
El asunto tiene su mérito. La fórmula no logró conquistar al círculo rojo, pero una buena parte de él echó las campanas al vuelo. A tres años de distancia, se dice, se entendió la importancia de la política y, por fin -al menos, eso se quiere creer-, el gobierno cayó en el casillero del realismo político.
Cuarenta y ocho cuartillas y unos cambios en el gabinete borraron las contradicciones, las marchas y contramarchas, las frivolidades, el desánimo y las indecisiones presidenciales. Sin bono democrático, sin período de gracia, sin resultados, la fórmula surtió efecto: el segundo gobierno de la época foxista se inauguró la noche del lunes primero de septiembre.
Hay, sin embargo, tres dudas. ¿Quién encabeza ese gobierno? ¿Esta vez se sostendrá el discurso presidencial con el respaldo de acciones coordinadas y consistentes? ¿Pretende el mandatario encabezar el gobierno del cambio o el cambio de gobierno? La respuesta se conocerá, por fortuna, en unos cuantos meses. El nuevo compás es reducido. No va más allá de mayo. Si el cambio de estrategia no se concreta en ese lapso, el verano electoral del año entrante volverá a contaminar la atmósfera: marcará las diferencias, no las coincidencias de la clase política.
*** Poner en duda el giro en la estrategia foxista no deriva de la incredulidad que vino cultivando el propio Presidente de la República a lo largo de sus casi tres años de gobierno. “Años -él mismo dice- de reformas postergadas.” No, deriva de tres fuentes, del presente: del propio Informe presidencial, de las acciones inmediatas que se llevaron a cabo y del primer desencuentro entre el PRI y el PAN, a pocos días de haber anunciado la nueva estrategia.
Brotan dudas del Informe porque, aun cuando del documento se quiere destacar su espíritu autocrítico, se deja de lado una cuestión principal: las acciones y medidas que se adoptarán para corregir el rumbo. La autocrítica se quedó en el lamento. No se acompañó de los correctivos y, así, el replanteamiento de la estrategia carece de perspectiva. Es muy general. A eso se agrega otra cuestión. El número de reformas que el mandatario propone atender es exagerado y, como extra, no precisa quién llevará la interlocución por parte del gobierno.
Habla el mandatario de la reforma del Estado, la reforma hacendaria, la reforma energética, la reforma en las telecomunicaciones y la reforma laboral. Y, en ese punto, el concepto y el rediseño de la estrategia se pierde. Por su naturaleza y amplitud, la reforma del Estado habría que verla como el paraguas de las reformas restantes. Pero hablar de la reforma del Estado y, además, de las otras reformas, revela la ausencia de un concepto global que las integre. Si tan sólo se consiguiera la reforma hacendaria, el gobierno podría colgarse una condecoración al pecho. Pero pensar de nuevo que se pueden emprender todas esas reformas, es descabellado. Anula la autocrítica.
En el caso de la reforma hacendaria, ni siquiera está claro quién llevará las riendas de ella. Por un lado, el secretario de Gobernación, Santiago Creel, aparece como el interlocutor designado por el mandatario para tratar con gobernadores y munícipes. Sin embargo, con otros actores no menos importantes -como lo son los empresarios- aparecen otros interlocutores: los funcionarios de Hacienda que no cierran el círculo con los de Gobernación. ¿Cuántos actores participarán en esa reforma, cuántos y cuáles serán los interlocutores gubernamentales? La vieja interrogante sigue vigente.
*** Aunado a lo anterior si, en verdad, el mandatario o su equipo de asesores buscan replantearse la relación política con su propio partido y, desde luego, con el Partido Revolucionario Institucional, hay una serie de acciones y pretensiones a las que, por fuerza y no sin dolor, el gobierno tendría que renunciar. Así es la política. Dónde ya no se va a hincar el diente: ¿en la revisión del pasado, en el combate a la corrupción, en los pagarés del Fobaproa? Una autocrítica seria y profunda obligaba a eso. A reconocer la debilidad del gobierno y la inmadurez del Estado. Y, entonces, a señalar seriamente que habrá expedientes que se mantendrán abiertos pero que habrá que cerrar otros. Vamos, que no todo se puede aunque se tenga voluntad. Y, entonces, el mandatario tendría que haber dicho no sólo lo que va a hacer, sino también lo que ya no va a hacer.
No decir eso deja muchas dudas. Aparte de todas las reformas que de nuevo plantea el gobierno, ¿se va continuar con el ejercicio de abrir el pasado? ¿Se puede abrir el pasado y, al mismo tiempo, pedir apoyo en el presente para apresurar el futuro? ¿Se puede pedir apoyo a quienes, al mismo tiempo, se quiere sentar en el banquillo de los acusados? No hablar de eso es ocultar información o, peor aún, es ignorarla. Un político serio sabe que toda negociación supone a la vez un cierto sacrificio. Qué va a sacrificar la administración: la apertura del pasado, el combate a la corrupción. ¿Qué? Suena muy duro decir lo anterior y, sin duda, hay oídos que no quisieran escucharlo. Pero si, finalmente, llegó el realismo político, el gobierno foxista no puede dejar de señalar qué expedientes va a cerrar. No decirlo o, peor todavía, creer que se puede con todo es un engaño. Un engaño cuyo primer resultado se tuvo cuando la sola mención de instalar el jurado contra el dirigente petrolero y senador Ricardo Aldana, hizo crujir por lo pronto el supuesto entendimiento entre el gobierno y una porción del PRI. A pocos días de endulzar la voz, Elba Esther Gordillo agravó el tono.
Ni una línea de la autocrítica presidencial se refirió a eso. ¿Fue una omisión involuntaria o un error de cálculo político?
*** A esas deficiencias del discurso presidencial, se añadió una señal contradictoria al día siguiente. El Presidente de la República removió a dos secretarios de Estado, nombró a un nuevo director de la Profepa y, como producto del acomodo, designó a Luis Pazos como director de Banobras. Luego, el creador de la imagen presidencial, Francisco Ortiz, anunció su paso de la Presidencia al Consejo de Promoción Turística.
Esos cambios quisieron encuadrarse en el marco del replanteamiento de la nueva estrategia y, en un exceso, como una consecuencia natural del Informe.
Sin embargo, la contradicción resultó inocultable y se advirtió sobre todo en el cese Víctor Lichtinger de la Secretaría del Medio Ambiente. En la evaluación del gabinete realizada por Reforma (publicada el 25 de agosto), ese funcionario aparecía entre los secretarios que han tenido un desempeño regular. Ni arriba ni abajo, en medio. Por lo demás, ese funcionario había emprendido acciones que estaban arrojando resultados. Y, por si no bastara, esa posición no estaba relacionada con las reformas que supuestamente se van a emprender.
La causa de esa remoción, de acuerdo con lo que se ventiló en los medios de comunicación, nada tuvo que ver con el replanteamiento de la estrategia gubernamental. Tuvo que ver con un hecho increíble, Lichtinger no estaba de acuerdo con el subsecretario del ramo, Raúl Arriaga, que era uno de los consentidos de la casa presidencial. Además, el secretario estaba operando cambios que incomodaban a sectores económicos y, entonces, su cese fue fulminante. Así las cosas, la señal enviada nada tiene que ver con una nueva Presidencia, sino con una vieja Presidencia que antepone las amistades o se doblega al primer respingo de los grupos de presión. ¿Se puede creer, entonces, en la autocrítica y en el replanteamiento de la estrategia? Otro cambio interesante es el de Luis Pazos. Un economista que, durante años, se lanzó contra la intervención del sector público en la banca, pasa ahora a encabezar un banco importantísimo del sector público. ¿No hay, ahí, una nueva contradicción? Si a eso se agrega que al economista se le dio posesión 12 días antes como portavoz de Hacienda porque se quedaba sin chamba al término de su diputación y, luego, súbitamente, se le cambia de puesto, la duda no puede ser mayor. ¿Esa es la acción consecuente con el Informe? Al relevo en la Secretaría de Energía habrá que darle el beneficio de la duda. Ciertamente, Ernesto Martens aparecía con notas muy malas en la evaluación de Reforma, ocupaba el antepenúltimo lugar.
Como quiera, habrá que darle el beneficio de la duda a Felipe Calderón. Habrá que darle ese beneficio, pero también habrá que reconocer que con su nombramiento, el mandatario abrió y amplió la baraja de los precandidatos presidenciales del PAN. El grupo de Felipe Calderón -si entre éste se reconoce a Germán Martínez, Juan Ignacio Zavala, Alejandro Zapata Perogordo, Margarita Zavala y César Nava- ocupa posiciones prominentes en la Cámara de Diputados, en Acción Nacional y en Pemex. Y, de seguro, esa circunstancia la tomó en cuenta el presidente Fox.
Y el paso de Francisco Ortiz, clave en la construcción de la imagen popular de Vicente Fox, de la Presidencia de la República al Consejo de Promoción Turística puede tener un filón insospechado que será menester tratar en otra columna.
En todo caso, todos los cambios realizados en el gabinete presidencial que involucran hasta ahora a siete secretarías de Estado -Relaciones Exteriores, Economía, Función Pública, Reforma Agraria, Turismo, Medio Ambiente y Energía- tienen un denominador común: responden a intereses o caprichos de los colaboradores, a intereses de Acción Nacional o a intereses de grupos de presión con buena entrada en la casa presidencial. No responden, hasta ahora, a necesidades del gobierno.
Si a esos cambios se agrega la salida de personalidades de lo que era el gabinete Pinos, la incredulidad es mayor. Ya no están José Sarukhán, Rafael Rangel, Adolfo Aguilar Zínser, Carlos Flores, Rodolfo Elizondo, Xóchitl Gálvez y Juan Hernández. Así, ese círculo se ha estrechado. Sólo sobreviven Ramón Muñoz, Alfonso Durazo y Eduardo Sojo y, desde luego, la primera dama, Marta Sahagún. Un círculo muy pequeño y poderoso, pero que no siempre actúa en la misma dirección.
De ahí deriva la incredulidad en las acciones posteriores al Informe presidencial: ¿a qué intereses responden los cambios en el gabinete?
*** Visto así el proceder presidencial de esa semana, no es descabellado pensar que Vicente Fox ha resuelto acogerse al amparo de tres grupos políticos que presionan y tironean el rumbo del gobierno y que, curiosamente, por esa razón, podrían impulsar las reformas que el desarrollo exige y la nación reclama. Esos grupos son: Acción Nacional, la corriente salinista del PRI y su muy estrecho círculo de colaboradores que, por lo demás, no tienen los mismos intereses ni trabajan en la misma dirección.
Como quiera, el mandatario abrió un nuevo compás y encontró un cierto amparo. Pero, como dicho, a ese compás lo limita la contienda electoral del año entrante que, en más de una entidad, se ha precipitado.
En 10 meses se sabrá si el largo autoelogio, la breve autocrítica y la nueva promesa son consecuentes con la realidad política. Si de un golpe se borró el despilfarro de tiempo que caracterizó los tres primeros años de la administración y si Vicente Fox encabeza el gobierno del cambio o el cambio de gobierno.