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Cambios para mejorar y cambios para empeorar

Jorge Zepeda Patterson

Hasta hace unas semanas muchos opinábamos que se requerían cambios en el gabinete. Ahora ya no estamos tan seguros. Y no tanto porque súbitamente los secretarios hayan mejorado su desempeño, sino porque la manera de hacer los cambios deja mucho qué desear.

En lo que va del sexenio tres secretarías han cambiado de titular: Reforma Agraria, Relaciones Exteriores y, recientemente, Turismo. En el primer caso, Teresa Herrera Tello, se trató de una designación equivocada, propiciada por el afán absurdo de lograr una cuota significativa de mujeres dentro del gabinete que tomó posesión en diciembre del año 2000.

El responsable de los asuntos agrarios del país requiere no sólo un sólido conocimiento de leyes (como era el caso de la licenciada Herrera) sino también una extraordinaria sensibilidad política para bregar entre cientos de expedientes en los cuales no siempre resulta fácil discernir entre víctimas y victimarios.

No fue necesaria una evaluación acuciosa para darse cuenta de que Fox se había equivocado en esa designación. Por fortuna, el reemplazo constituyó una oportuna y sabia corrección. Florencio Salazar es el miembro del gabinete con mayor oficio político y gracias a ello ha logrado recomponer la trayectoria de ésta que es considerada “la secretaría de Gobernación del campo”.

En cambio, los casos de Jorge Castañeda, en la Cancillería, o Leticia Navarro, en Turismo, son renuncias que obedecen a motivos de índole personal y no a una rectificación o ajuste por parte del Presidente como resultado de un proceso de evaluación. Castañeda salió de Tlatelolco por considerar que ello convenía a sus intereses políticos y, como todos sabemos, hoy está dedicado a preparar una posible candidatura presidencial. Por su parte, Leticia Navarro prefirió dejar el cargo y reintegrarse a sus actividades dentro de la iniciativa privada, mucho más lucrativas y bastante menos estresantes.

El reemplazo de estos dos funcionarios no ha sido afortunado. Ernesto Derbez, hasta entonces secretario de Economía, es un economista a quien se ha improvisado para conducir las relaciones exteriores, justo cuando la geopolítica del planeta experimenta un profundo proceso de recomposición. Rodolfo Elizondo, nuevo titular de Turismo, constituye un político experimentado pero sin mayor mérito para el puesto que haber sido miembro de una comisión de asuntos relacionados con turismo cuando fue diputado.

En ambos casos se trata de nombramientos cuestionables. Y no tanto porque esté en duda la inteligencia o la voluntad de trabajo de Ernesto Derbez o Rodolfo Elizondo sino porque estas designaciones contradicen el principio anunciado de “el mejor hombre (o mujer) para cada puesto”.

El turismo es una actividad económica que genera empleos y divisas absolutamente imprescindibles para el país. Uno pensaría que el responsable de conducir el turismo en México tendría que ser una autoridad en la materia por su experiencia, reconocimiento y habilidades probadas. Desde luego no es el caso de Elizondo.

Lo cual nos regresa a la preocupación inicial. Si las remociones que se están considerando van a concluir con designaciones de esta naturaleza, habría que preguntarnos si en verdad valen la pena. Introducir cambios en el gabinete es importante porque muestra a todos los titulares de las dependencias que existe una evaluación de su trabajo y un posible despido como resultado de esa evaluación. Nada perjudica más a la función pública que la plena impunidad que han disfrutado los secretarios a pesar de sus desaciertos.

Pero los cambios de personal sólo tienen sentido si son para mejorar. El Presidente había prometido las mejores personas para cada responsabilidad y no ha cumplido. Las designaciones recientes más bien tienen que ver con las componendas, los premios y reajustes de poder propios de la vida cortesana que rodea a Los Pinos.

Mal que bien a estas alturas del sexenio los secretarios de Estado y sus respectivos equipos tienen tres años de aprendizaje que constituye un patrimonio acumulado. Se ha dicho con frecuencia que, incluso conociendo del área correspondiente, toma un año o más a un equipo entrante dominar las “lógicas” propias de una secretaría (los factores de poder involucrados a lo largo del territorio, los aspectos jurídicos, los antecedentes, las relaciones con gobernadores y Poder Legislativo, etc.).

Una sustitución sólo tiene sentido si el que va a entrar es verdaderamente el hombre indicado, el experto en la materia (“el que debería haber estado desde el primer momento”). Pero si se van a provocar despidos para dar entrada a ex gobernadores sin chamba, o para pagar premios o favores pendientes, mejor haríamos en quedarnos como estábamos.

Víctor Lichtinger, por mencionar un caso, es un hombre que había dedicado su vida a trabajar en la sociedad civil a favor de la ecología. Carecía de la experiencia para dirigir una secretaría de la importancia y tamaño de la Semarnat. Quizá fue un error designarlo en el año 2000, pero sería mayor error despedirlo en el año 2003, porque ahora él y su equipo tienen los tres años de experiencia que subsanan la desventaja inicial. Salvo que se encuentre otro equipo con mayor dedicación y experiencia, no tendría sentido volver hacer pagar al país el costo del aprendizaje.

Aunque también habrá que reconocer que en algunas dependencias hay titulares (Conaculta, por ejemplo) en los que los tres años no parecen haberse traducido en ningún tipo de aprendizaje. (jzepeda52@aol.com)

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