Toronto (Canadá), (EFE).- Muchos dicen, con algo de maldad, que en Canadá nunca pasa nada pero ese mito acabó, y también casi el país, en el 2003, un año terrible en el que los canadienses han sufrido epidemias de neumonía asiática, apagones masivos y el mal de las "vacas locas".
El año 2003 debía haber pasado a la historia como el año en el que Jean Chrétien, quien durante 10 años dirigió los destinos del país como primer ministro, abandonó el poder, pero el guión cambió muy temprano cuando a principios de año el virus de la neumonía asiática se coló en el país.
Todo empezó en febrero con un viaje más a Hong Kong de uno de los centenares de miles de canadienses de origen asiático que viven en Canadá.
Chi Kwai Tse, de 44 años de edad, residente de North York, uno de los barrios del norte de Toronto, nunca pudo pensar que un inocente viaje a la antigua posesión británica pudiese terminar de forma tan trágica para él, su familia y centenares de canadienses.
Chi ni siquiera había oído hablar del Síndrome Respiratorio Agudo y Grave (SRAG) cuando ingresó en un hospital de la ciudad canadiense con una grave afección pulmonar que en pocos días, a principios de marzo, acabó con su vida y la de su madre, Sui-chu Kwan.
Los dos se convirtieron en las primeras víctimas mortales fuera de Asia de la hasta entonces desconocida enfermedad, pero no fueron las últimas.
Un total de 44 personas morirían en Toronto entre marzo y agosto a consecuencia de la enfermedad, fruto de una serie de errores por parte de las autoridades sanitarias de la provincia de Ontario que permitió la dispersión del virus de la neumonía asiática por los hospitales.
Si la factura en vidas fue enorme y Toronto es el único lugar fuera de Asia donde han fallecido personas a consecuencia de la enfermedad, el coste psicológico y económico no ha tenido comparación en la historia del país y todavía se deja sentir en el sector turístico y el transporte aéreo.
La economía canadiense, envidiada por el resto de países del Grupo de los Siete (G7) por su vitalidad, resultó gravemente afectada hasta el punto que el Producto Interior Bruto (PIB) descendió una décima de punto principalmente debido a los efectos del SRAG.
Pero la caída del PIB también se vio influenciada por el descubrimiento en mayo de un caso de mal de las "vacas locas", técnicamente conocida como Encefalopatía Espongiforme Bovina (EEB), en la provincia de Alberta.
Si la imagen internacional de Canadá había quedado profundamente afectada por la aparición de SRAG y la recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de no viajar a Toronto durante el apogeo de la infección, el caso de EEB proporcionó un peligroso segundo golpe que amenazó con hundir al país.
El pánico en el Gobierno canadiense se palpaba ante la multiplicación de frentes de batalla, pero una rápida y exhaustiva investigación ofreció un cierto respiro cuando se comprobó que el caso de EEB era único y el ganado del país no estaba afectado por la enfermedad.
Ante este panorama, cuando en agosto se produjo un apagón masivo que dejó sin electricidad a 50 millones de personas en el noreste de Estados Unidos y gran partes del sur de Ontario, incluido Toronto y Ottawa, el país ya estaba curado de espantos.
En Toronto, la gente reaccionó de forma calmada, con centenares de espontáneos regulando el tráfico ante la falta de semáforos en las primeras horas del apagón mientras otros aceptaban el apagón disfrutando de los placeres más simples de la vida a la luz de las velas.
Pocos en Canadá van a echar de menos 2003 y menos aún lo recordarán como un año bueno. Desde luego no Jean Chrétien, quien pocos días antes de que terminase el año renunció tras diez años en el poder.
Quizás el único que marcará 2003 como un buen año será el nuevo primer ministro de Canadá, Paul Martin, que ha conseguido hacer realidad el sueño que su padre, también político, intentó cumplir sin éxito en varias ocasiones.