muchos han sido los intentos para mejorar las condiciones internacionales y hacer más fácil los procesos de desarrollo de los países pobres. En la reunión de Cancún participaremos en otro esfuerzo más.
Los pronósticos no son demasiado favorables. Una vez más nos encontraremos con la negativa de los países ricos a sacrificar una parte, marginal por cierto, de sus niveles de bienestar. Los representantes de los países son, en último término, representantes de sus respectivos electorados, del pensamiento y parecer de sus pueblos.
En Cancún juega, empero, un elemento nuevo. Los intereses de los países industrializados están en la conquista de los mercados dinámicos en el resto del mundo mismos que ellos ya no tienen. No hay que irnos a India o a China para observar esto. Los demás mercados de países “emergentes”, cual más cual menos, tienen por definición un impresionante margen de crecimiento.
El atractivo para los industrializados es colosal, más aún que cuando los países del “tercer mundo” eran proveedores insustituibles de materias primas baratas. Los empresarios de los países industrializados saben de estas perspectivas para el siglo XXI y sus consultores lo tienen minuciosamente calculado.
Nosotros no debemos aprovechar este interés de países industrializados sólo para atraer sus inversiones y ofrecerles facilidades para que se establezcan en nuestros territorios y empleen a nuestra mano de obra.
La palanca que hay que jugar es la de promover activamente acuerdos entre sus productores y los nuestros; tanto agrícolas, como industriales o de servicios, para idear asociaciones y mancuernas y juntos, producir compartiendo, más que nada, decisiones.
Es aquí donde las negociaciones en Cancún cobran su verdadera relevancia para nosotros. Son puentes hacia una visión más allá de la simple reducción de barreras al comercio. La negociación en la OMC es a penas un comienzo.
Hay que limpiar las vías de obstáculos. Esto es indispensable. Pero una vez cumplida esta tarea hasta donde es posible, es aún más fundamental usar las vías con vigor y acometividad. Cuando las oportunidades van pasando por enfrente de nuestros ojos sin que las aprovechemos, se pregunta uno si tuvo sentido el esfuerzo arduo, pagando altos precios y desgastes políticos, la negociación de mejores condiciones de comercio o de inversión. Ello incluso cómo es que son los propios industrializados los que mejor los utilizan.
Nuestro país tiene amplias perspectivas para aumentar sus exportaciones y diversificarlas. Los ingresos de exportación, si no los malgastamos en compras superfluas, fortalecen nuestra capacidad de atender las ingentes necesidades que tenemos en educación, salud, infraestructuras de todo tipo. Es urgente diversificar el comercio exterior para impartirle mayor dinamismo y creatividad a nuestra producción. No hay que pensar que los servicios, por importantes que son actualmente, sustituirán los intercambios de productos físicos. Gran parte de los servicios que se ofrecen son precisamente eso, servicios para los productores que los requieren para mejorar su operación. Por ende la suerte de éstos determina la de los prestadores de servicios, sean meros consultores, financieros y los que diseñan sus programas. Los servicios son pues los primeros interesados en la pujanza de los intercambios de los productos agrícolas, agroindustriales y manufacturas que, en último término son los que los contratan.
Las negociaciones en Cancún tendrán éxito, así lo esperamos, en la medida que los países en desarrollo como México y la India logremos extraer de los reticentes países industrializados como los Estados Unidos, la Unión Europea y Japón condiciones para nosotros como los que reclaman para sí. La apertura de nuestros mercados puede ser para los productos agrícolas siempre y cuando no estén subsidiados ni en su producción ni en su exportación. La apertura de nuestros mercados para artículos manufacturados también tiene que condicionarse a que nosotros seamos competitivos en nuestros propios mercados y no que únicamente los de los países industrializados lo sean.
El comercio exterior, en último término, es la lucha, más que por mercados, la de empleos. Determinar en qué país se producirá un bien o servicio es, a final de cuentas, lo que está a discusión en Cancún.
La energía con que exigimos el derecho, la necesidad, de que nuestros campesinos, obreros y técnicos estén ocupados, tengan medios de subsistencia, tiene que estar aparejada a un mismo grado de energía para aprovechar cada una de las oportunidades que el comercio exterior nos brinde, una vez que hayamos tratado de limpiar las vías.
Nueva Delhi, agosto 2003
juliofaesler@hotmail.com