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Cartas Hebdomadarias

Emilio Herrera

Mister

HENRY FORD.

Donde se encuentre,

Todo iba muy bien hasta sus modelos 27 y 29, tan serios, todos vestios de negro, y tan baratos que, al menos en su país, sus propios trabajadores podían adquirirlos. Esa fue su idea desde el principio, por eso les pagaba bien.

Bien es que se esforzaba en que los fordcitos le salieran baratos, valiéndose para ello de todo lo que podía, según me contaban mis mayores, como por ejemplo, el pedir su tornillería en cajas de madera de tal grosor y medidas para que al llegarle, con este y aquel recorte le sirvieran para utilizarlas en el piso de la parte delantera, donde iban los pedales.

Me contaban, también de su sentido del humor, de tal manera que no le molestaba el de los otros, como aquella vez que en que no faltó quién le enviara dos latas de gasolina, pidiéndole que, con ellas le hiciera su Ford, cobrándole sólo el motor y las ruedas. Usted, me decían, después de unos días mandó un fordcito nuevo a la dirección del bromista, acompañado de lata y media de las que le había enviado, diciéndole que era lo que había sobrado y que por lo demás no se preocupara, que no era nada. Buen detalle de ambos, pero sobre todo de usted, que, también, según me contaban, era medio tacañón y si no, al menos ningún espléndido.

¿Que esto por qué viene al caso? Pues, sencillamente, porque lo que comenzó tan bonito, ¡mire usted todo lo que trajo! Primero, que le surgieron un sinfín de competidores que han puesto, yo no sé al mundo, pero, a mi ciudad, que es lo que me importa, que no se puede dar un paso por ella, todo lo ocupan: las bocacalles y las calles, y no se trata de exagerar, levántese de donde está y venga a echar un vistazo. Los verá incluso estacionados hasta en las banquetas, utilizados, por otra parte como bares privados por jóvenes de Torreón Jardín que los domingos por la tarde causan embotellamientos que no vea, para desesperación de sus habitantes y vergüenza de los señores de Tránsito, que creyéndoles obedientes supusieron que habían entendido que no debían causar ese tipo de molestias, y nada, que siguieron plantados en sus trece. ¡Tan tranquila que era la vida antes de su invento! Cuando usted se fue, ¿ya tenía la impresión de que se iba a llegar a esto? Pues feliz usted que no lo padece.

Bueno, ya no lo molesto más, pero, al menos pida permiso para bajar (o subir) y darles un susto apareciéndoseles.

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