CARTAS HEBDOMADARIAS
SEÑOR PEDRO F. QUINTANILLA COFFIN.
Escritor y periodista.
Monterrey, N. L.
Hace unas cuantas semanas Homero H. del Bosque Villarreal, de nacencia regiomontana, pero de crecimiento torreonés, pues a esta ciudad llegó a la edad de 17 días y, desde entonces, le ha sido fiel, y yo, en esa mínima pluralidad de más de uno, que hacemos posible dos veces por semana en su propia oficina, gracias al termo de café de sabor inolvidable que Estelita le prepara a diario para que reciba con distinción a quienes en ella le visitan, caímos en el recuerdo de las diferentes mesas cafeteras que en nuestra ciudad se han reunido, unas para promover cultura, como aquella que por varios años mantuvieran Salvador Vizcaíno Hernández, Antonio Flores Ramírez, Rafael del Río y Federico Elizondo Saucedo, otras para hacer acción social como la llamada de “Los Adolfitos y los Corbatones” porque quienes la formaban, unos usaban la corbata regular y otros la de moño que don Adolfo Ruiz Cortines, era la década de los 50, había vuelto a poner de moda.
En la actualidad por allí por la Colón se reúnen desde hace años Carlos Rosas Figueroa, Guillermo Woolf, José Rodríguez Villarreal, Jesús Estrada y Ruiz, Elías Sarhan Selim y Octavio Olvera Martínez, y en el mismo café pero en distinta mesa, los doctores Julio Mondragón, Alfonso Luévano, Antonio Medina Quintero, Rodolfo Marín Gómez, la doctora Consuelo Molina Ulloa, Pablo Morales Santelices, Eunice Salcedo, Antonio Silva, los hermanos Miguel y Humberto Herrera y José Ángel López que aunque ya residen en la capirucha, cada vez que pueden se escapan de allá para venir a saborear el café y la plática con los suyos.
¿Que de qué platican los cafeteros? Quienes los ven tan animados y tan puntuales en la asistencia a sus mesas, siempre han pensado, y ellos lo aceptan, que se dedican a “componer el mundo”, aunque si es así poco han logrado, pues el mundo está hoy más descompuesto que nunca. Pero, usted, admirado Sr. Quintanilla, en 1984 lo sabía . . .
Resulta que después de aquella plática con Homero, éste en la tarde se puso a buscarlo a Usted. Y lo encontró. En la noche me llamó por teléfono para decirme que al día siguiente pasara a su oficina, como lo hice y donde me entregó copia de su ensayo de usted, Sr. Quintanilla, sobre “Las Peñas”, donde de entrada dice que “Las peñas, reuniones de amigos son tan viejas como la humanidad. Es cosa propia del hombre juntarse a comentar cuanto se considere interesante. Constituye una válvula de escape, en donde cada quién desahoga problemas propios y ajenos, con la sabiduría de los enciclopedistas y la tranquilidad del bien nacido. Terapia de grupo, en donde todos saben todo, aun cuando nadie sepa nada . . .”.
Claro que no todas son así: las hay taurinas, por ejemplo, y en ellas no pasaría de la primera taza de café aquél para quien la fiesta taurina sea una de las 83 cosas que le importen un pepino. Las hay, también, políticas, que no durán más allá del tiempo necesario para ganar o perder unas elecciones. Y las hay como las mencionadas más arriba, que sólo buscan no perder, por dejar de verse, amistades de toda una vida. Las otras, ésas que usted menciona en su ensayo, que es de 1984, dueñas y señoras de la vida y hacienda de sus paisanos, ojalá aquí nunca las conozcamos.
De todas maneras, donde esté, le felicito porque lo que usted publicó hace veinte años sigue despertando el interés de sus lectores.
Y así como en plática de peña cafetera, me gustaría preguntarle, si las hay donde usted se encuentra, ¿cuáles son sus temas? ¿De qué hablan? Dispense usted que le haya molestado, pero, ya lo sabe, la culpa es de su paisano que, él sí que emigró, llegándonos tan pequeñito.