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Cartas Hebdomadarias

Emilio Herrera

MR.

OSCAR WILDE.

El que te trajo a cuento mientras yo esperaba a Octavio para tomar un café la mañana del último miércoles fue Carlos Rosas Figueroa quien, a manera de saludo me dijo:

-Y dónde guarda usted el retrato?

-¿Cuál retrato –le contesté ingenuamente.

No se haga, no se haga, me dijo, el de Dorian Gray. Porque está empeñado en que lo tengo y colgado al revés, además.

Recordándote un poco, solías decir que “Nada es tan peligroso como ser demasiado moderno, pues se corre el riesgo de volverse anticuado repentinamente”. También que “No hay en el mundo más que una cosa peor que andar en boca de todo mundo y es no dar qué hablar en absoluto”.

Para conseguir lo primero vestías con extrema afectación y empezaste a ser famoso cuando Gilbert te satanizó en la persona de Bunthorne en su ópera cómica “Paciencia”, pero también lograste que hablaran de ti derrotando bebiendo, a los mineros y vaqueros de Rocky Mountain durante una gira que hiciste por Estados Unidos. Los vaqueros hubieron de admitir que eras un bebedor más fuerte que cualquiera de ellos y que podías luego llevarlos a sus casas de dos en dos. (No como nuestros juniors que necesitan de guaruras, para que los lleven cuando se les pasan las copas).

En Londres, una tras otra, se representaron tus obras: El Abanico de Lady Windermore, Una Mujer sin importancia, Un Marido ideal, La importancia de llamarse Ernesto, comedias que te convirtieron rápidamente en un hombre rico, cosa que te permitió disfrutar de lo que llamabas “aquella pasión desordenada por el placer que es el secreto de permanecer joven”.

Y aquel disfrute incontrolado fue el que te llevó a donde todos saben. Pasaste, Wilde, a la cárcel y tus comedias dejaron de representarse. Cuando fuiste puesto en libertad te retiraste a Francia.

Parece ser que al morir dijiste que lo hacías fuera del alcance de tus medios.

Tu muerte te hizo inmortal. Gente como yo hace que sus amigos recuerden tu famoso Retrato de Dorian Gray.

Sin embargo, el tiempo sigue su marcha.

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