Georges Jacques Danton.
Paris, Francia.
Supe de ti por el cine, por el cine francés en una película que se llamó como tú. Sencillamente: Danton. Era suficiente. Al menos a mí, desde entonces, me caíste bien.
Fuiste terrorista, no como los de ahora, pero lo fuiste, revolucionario, patriota y salvador de tu patria. En las horas más lúgubres de la Revolución Francesa pregonaste: “Hemos de atrevernos, atrevernos y volver a atrevernos”.
Al final de tu vida, una vida sobre todo audaz, llegaste a decir que “te exponías a que te creyeran demasiado violento para que nunca se te pudiera creer demasiado débil”. Ante la guillotina, en el patíbulo te volviste al verdugo para ordenarle: “Debes mostrar mi cabeza al pueblo. Vale la pena”.
Tu origen fue humilde. Llegaste por tu propio esfuerzo a ser abogado y juraste lealtad a la Constitución. Pero, cuando en 1789 estalló la Revolución fuiste el primero en exigir la destitución del rey.
Te juntaste a los jacobinos extremistas, incitaste al pueblo a la violencia contra la monarquía, suprimiste a los moderados y promoviste la agitación a favor de la guerra contra los países que daban asilo a los emigrados.
En 1793, como ministro de Justicia, representaste el poder en el Comité de Seguridad Pública. Animaste al país a prepararse para la defensa al grito de: “Todo pertenece a la nación cuando la nación está en peligro”. Hombre bien educado, lingüista y buen administrador, sentiste la necesidad de la moderación después del baño de sangre del que había sido responsable. “Es preferible ser guillotinado a guillotinar”, dijiste. Esta declaración, fue tan audaz que solamente tú pudiste hacerla.
Sin embargo, fuiste impotente para dominar el terror que habías desencadenado y al final fuiste víctima de tu propia ferocidad. Robespierre te ganó la partida. Se te acusó de conspirar contra la república y de soborno, lo cual fue indudable, pues ya eras rico.
No obstante moriste convencido del bien que habías hecho a tu patria. Dijiste: “He vivido enteramente para mi patria. Soy Danton hasta la muerte. Mañana dormiré en la gloria”. No falta quién diga que moriste diciendo: “Es mejor ser un pobre pescador que enredarse en el arte de gobernar a los hombres”.
Según aquella película, posiblemente de los años treinta, donde te vi personificado por no recuerdo qué actor francés, eras un tipazo y orador convincente, aunque como se demostró al final, también éstos pierden, aunque sea una sola vez.
Vuelve, pues, a la muerte que, en ella vives tu gloria.
Dispensa la interrupción.