SEÑORA TERESA CABARRUS.
PARÍS, FRANCIA.
Muchas señoras de estos tiempos y no pocos señores, se escandalizan del comportamiento de las hijas e hijos de los demás, aduciendo lo de siempre, lo que se viene diciendo desde hace siglos y que a lo mejor se dijo en los tiempos (1775-1835) que a usted le tocó vivir, por eso me permito interrumpir su descanso recordándola.
Usted fue una de las bellezas de su tiempo y, al mismo tiempo una de las mujeres que más dio qué hablar, entre otras cosas porque hacía lo que quería. Napoleón confesaba deberle a usted sus primeros pantalones oficiales, porque parece que en aquellos tiempos los oficiales del ejército no recibían a tiempo sus pagas, pero como un decreto del Comité de Salud Pública les obligaba a usar determinados pantalones y Napoleón, que por entonces no imaginaba lo que llegaría a ser, no tenía para comprarlos, usted que entonces era la señora Taillien, se los compró y regaló.
Usted había nacido en Carabanchel Alto, un pueblecito a poca distancia de Madrid. Su madre era también española, pero su padre era francés y residía en España, donde tenía negocios.
Muy bonita desde niña y muy pronto mujer, su madre la mandó a París a los doce años. A los catorce decidió casarse con el señor Fontaney y a los quince ya era madre. Uno de sus biógrafos dice que “a tan escasa edad empezó su carrera social en París con un éxito fulminante, debido a su original belleza y a la forma generosa en que la supo usar.
Fontaney reunió un día a sus amigos con el objeto de que admiraran el retrato de usted que le había hecho la pintora Vigée Lebrun. Entre los invitados había un escritor, que se hizo llevar allí unas pruebas de imprenta. El muchacho que las llevaba quedó embobado ante la belleza del retrato. La pintora, que lo observaba le preguntó que si le gustaba y cuando él le contestó que sí, que mucho, ella le dijo: “Pues ahí tienes el original”. Usted, sencillamente, le preguntó cómo se llamaba. Taillien, le dijo él. Uno de los nombres que más sonarían poco después con la revolución.
Poco después usted se divorcia. Tenía 19 años y dos hijos. En plena revolución vuelve a España. A ella llega acompañada de dos galanes que riñen en duelo por culpa de usted. El vencedor pretende llevársela a usted, pero usted prefiere quedarse con el vencido y cuidarlo. Vuelve a Francia, se instala en Burdeos y vive bien, gracias al dinero que le dejara su primer marido al divorciarse.
Taillien es entonces representante de la Convención de Burdeos. Usted tenía una lista de emigrados a los que había salvado la vida. Un grupo de revolucionarios, le reclama la lista. Usted antes de dejársela arrebatar, la hace pedacitos rápidamente y se los traga. Taillien la detiene y la manda a la cárcel. Pero obsesionado por la belleza de usted, la visita en la cárcel y le da una buena noticia: “Ciudadana; he venido a ponerte en libertad”. Y al poco tiempo es usted, en Burdeos, la señora de Taillien y éste el padre de su tercer hijo.
Por aquella época un banquero llamado Ouvrart le regaló un palacio con llaves de oro para todas las puertas, también le nacieron cuatro hijos naturales.
Ya divorciada de Taillien, un día le presentaron al conde José de Caraman, que se prendó de usted. El padre del conde dijo que no a la boda, pero, entonces, igual que ahora, ustedes acabaron casándose. Usted tenía entonces 30 años y siete hijos. Y lo más curioso es que usted y Caraman fueron felices...
Usted comienza a engordar y en sus últimos años dice de usted misma: “He sido una mujer sencilla y bondadosa con un corazón de asilo”. Toda la belleza de su rostro y de su cuerpo se la refugió, a última hora, en el corazón.
¿Cuál es la diferencia entre aquellos tiempos y éstos? Si acaso la de que los hombres ahora no son tan espléndidos. De tal manera que para usted nada hay ahora. Vuelva, pues, a su retiro de matrona difunta.