BRIGITTE BARDOT.
PARÍS, FRANCIA.
Creo que quedaste tan decepcionada de los hombres, que ahora sólo te ocupas de los animales que caminan en cuatro patas y con ellos te sientes tan campante. Te ha sucedido, me parece, lo que a aquellos grandes pecadores que acabaron sus vidas en conventos.
Pero, siempre has sabido lo que traes contigo, con lo que naciste. Y así lo expresaste desde tu primer película, cuando así lo dijiste a uno que no dejaba de mirarte: “Me miras como si ganaras más de lo que ganas”.
Desde que te diste a conocer, las mujeres del mundo cambiaron, la que más, la que menos. Y en eso siguen, aunque algunas no te hayan conocido.
Siempre te reíste de todos: Cuentan que cuando empezabas a ser famosa, en una fiesta de sociedad te presentaron a una vieja dama muy intransigente en lo que atañía a las costumbres licenciosas. Y aquella señora te dijo todo lo que de ti pensaba: que no aprobaba tu excesiva licencia en el vestir y en la forma de moverte y provocar a los hombres en tus películas.
Que sabía que en alguna de ellas aparecías como Dios te trajo al mundo, pero más grande y que ello no te honraba a ti ni a Francia y que esperaba que en tus próximas películas fueras menos atrevida y tus actuaciones más limpias. Tú le contestaste que en el futuro serías más limpia; que en tu próxima película te bañarías, completamente desnuda, tres veces.
Todo esto a los animales que hoy llevas contigo a todas partes, no les interesa nada, y vestida o desnuda cuando estás con ellos habrán de decirse, si es que algo son capaces de decirse para sus adentros, lo que en la época que visitaste México se decía: “¡A mí mis timbres!
Pero, que allá por los cincuenta cambiaste al mundo, lo cambiaste. Otras, después que tú y acaso más bellas, han nacido, pero, creo que les sigues ganando en alegría e ingenio.
Cumpliste tu misión. Sigue con tus cuadrúpedos y que Dios te ampare.