ALCIBÍADES.
Atenas, Grecia.
Afortunado General:
Fuiste, más que nada, un ser afortunado y por eso te escribo. ¡Mira que nacer en Atenas el año que naciste. 454 a C. siendo nieto nada menos que de Pericles¡ Pero, además, naciste hermoso e ingenioso; la gente te veía y enloquecía por ti. Sócrates ya estaba allí para establecer una amistad de opuestos, pues ambos eran, cada uno, todo lo que no era el otro. Lo seguiste a Macedonia y Potidea y le salvaste la vida en la batalla de Delium.
Venir de quienes venías te daba atrevimiento sin límites y te metiste con todo mundo, inclusive con los dioses; te acusaron de haber mutilado las estatuas de Hermes y mandaron aprehenderte. Como te traían ganas, te agarraron y tuviste que escapar de quienes te llevaban preso. Te refugiaste en Elida; de allí te fuiste a Tebas y luego a Esparta.
Al enterarte de que te habían sido confiscados tus bienes, hiciste un convenio con los lacedemonios, los jonios y los persas, que le traían ganas a Atenas, para atacarla; pero, al saber que los primeros, temiendo que los abandonaras, iban a matarte, sales por pies a unirte con Tisafernes, general de Darío y vuelves a Grecia para derrotarlos, obligándolos a pedir la paz.
Te apoderas de la Jonia, Bizancio y varios puertos del Asia Menor. Vuelves triunfante a tu patria, haciendo levantar el secuestro de tus bienes. Después vuelves a hacer la guerra contra los lacedemonios a quienes no tenías la menor confianza, lo mismo que ellos a ti, pero, para entonces tú eras el más fuerte.
A los 47 años entras nuevamente en Atenas y eres nombrado generalísimo poniéndote al frente de una gran flota para combatir a Trasíbulo, pero tu lugarteniente Antíoco libra imprudentemente una batalla en Notium y sale derrotado. Tus enemigos, que los tenías a porras, aprovechan la ocasión para exigir tu deposición. Te ofreces entonces a Filocles para desafiar al general lacedemonio Lisandro, pero tu oferta es rechazada y huyes a la Frigia. Te presentas a tu anterior enemigo Farnabaces, rey de Persia y le propones ir contra los lacedemonios que, al fin, se han incautado de Atenas; pero, la traición te acecha; en una cabaña donde debía pasar la noche, eres asesinado a flechazos por Susámitres y Masoeuos, asesinos pagados por Farnabaces y Lisandro, sedientos de venganza por sus antiguas derrotas. 50 años tenías, que hoy es ir a la mitad de la vida cuando te hicieron perderla.
Todavía se recuerda una de las pocas veces que no estuviste muy seguro de ti mismo: fue aquella vez que tenías que pronunciar tu primer discurso en una Asamblea Popular. Buscaste a Sócrates y le expusiste tus temores. Él te preguntó si te asustaría hablar con tu zapatero, tu carnicero, o los dos juntos. Y como le contestaste que no, te aclaró: pues son muchos de la misma talla a los que les vas a hablar. Y se te quitó el miedo.
De todas maneras, como tú también lo comprobaste; “El valiente vive hasta que el cobarde quiere”. Las cosas en este mundo siguen desarrollándose como entonces y no hay más justicia que la del poder.
Vuelve, pues, a dormir, que sigue sin haber nada nuevo bajo el Sol.