Señor Bill Gates
Sinceramente lo felicito por su gesto de ayer al anunciar que establecería un fondo de “200 millones de dólares para alentar a los investigadores a encontrar curas para las enfermedades de los pobres de todo el mundo”. No le ha parecido bien que “de las 1,500 medicinas nuevas que han sido aprobadas en los últimos 25 años sólo 20 de ellas están relacionadas con las enfermedades de los países en desarrollo”.
“Acelerar las investigaciones para superar obstáculos científicos como el SIDA, la malaria y otras enfermedades, ha dicho usted, podría salvar millones de vidas”.
De los magnates del siglo anterior, acaso sea usted el último que lo que hizo lo hizo por usted mismo, aunque pudo no haber sido así. Eso le hizo tener contacto con aquellos a quien hoy trata de ayudar.
Pertenece, pues, a ese grupo de ricos que lo fueron mucho, pero nada ociosos. Fue, y seguirá siendo como aquel Jim Hill que solía salir de su coche vagón particular para manejar una pala y ayudar a palear nieve en medio de una tempestad, o aquel Switf que ya hechos sus millones se levantaba antes de salir el Sol para comprobar si en sus mataderos se desperdiciaba grasa o un Du Pont recorriendo, sin más luz que la de las estrellas sus fábricas de pólvora. Gente como ella hizo posible a Norteamérica. Sin ellos acaso, y sin acaso, no sería lo que es hoy. Por supuesto que buscaban lo que lograron: su beneficio personal. Pero, no sólo eso buscaban. Claro que el tiempo en que nacieron les ayudó, pero, gracias a haber hecho lo que hicieron fueron también haciendo que desparecieran las facilidades que ellos encontraron cuando aquel gobierno para combatirlos fue decretando las leyes que protegían de sus abusos.
Nacieron en el momento oportuno; hoy, ellos mismos, acaso no lograrían hacer lo que hicieron como lo hicieron. Aunque algo harían para lograr que sus apellidos sobrevivieran a su propia vida. El impulso que les llevó a hacer dinero, hoy les hubiera llevado a distinguirse en otros campos.
Su gesto, señor Gates es ejemplar. No es este su primero de esta naturaleza, ni será el último. Ni es el primer millonario que se distinga por su filantropía, ni será el último, aunque no todos lo son; algunos hubo que no sabían leer, menos escribir, no obstante lo cual hoy fueron conocidos y hoy son recordados por sus legados a la ciencia y al arte. De los viejos magnates sólo Carnegie, fue hombre de gran cultura, pero, Morgan y Huntington que no leían libros donaron valiosas bibliotecas.
Vuelvo a repetirlo, señor Gates: lo felicito.
Lo felicito no tanto por la cantidad ofrecida que, para su fortuna, debe ser como quien le quita un pelo a un gato, sino por el ejemplo dado. Ojalá y cunda. Aquí y en todos los países en desarrollo, para que quienes en ellos hayan triunfado económicamente, toda proporción guardada, se atrevan a dar, particularmente a sus hospitales y a sus universidades.
Y que Dios le dé más, mister Bill Gates.