“Cuando una batalla está perdida, queda la retirada; sólo los que han huido pueden combatir en otra”. Demóstenes
Vicente Fox ha sido desde siempre renuente a hacer cambios en sus equipos de trabajo. Esta tendencia se manifestó en los tiempos en que fue gobernador de Guanajuato y como Presidente la ha recalcado. Ni siquiera cuando un funcionario le renuncia -y permite que la renuncia se dé a conocer a los medios de comunicación- se aviene con facilidad a cortar por lo sano.
Puede entenderse la resistencia de Fox a aceptar la renuncia de Jorge Castañeda. Éste no sólo ha sido compañero de mil batallas, desde antes de su candidatura presidencial, sino que los contactos internacionales y la estatura intelectual de Castañeda le abrieron a Fox las puertas de círculos que tradicionalmente habrían estado cerradas a un político panista.
Pero Castañeda es un hombre que ha vivido siempre de la polémica. Lo hizo cuando era hijo del Secretario de Relaciones Exteriores y fue militante del Partido Comunista. Lo hizo en su larga batalla contra el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Lo hizo cuando afirmó públicamente que la empresa en la que colaboraba como comentarista, Televisa, falsearía los resultados de sus encuestas en los comicios del año 2000, sin que se haya disculpado públicamente porque esto no ocurrió.
Como canciller Castañeda ha sido también ave de tempestades. Sus pleitos con los medios de comunicación -los mismos que sustentaron su popularidad en los tiempos en que fue figura de la oposición- le han generado una cobertura más crítica que la de ningún otro secretario de Estado. Se ha peleado incluso con sus más viejos amigos y aliados, como Adolfo Aguilar Zínser, cuya designación como representante permanente ante las Naciones Unidas fue objetada por el secretario. La actual renuncia es un capítulo más en la saga de este huracán de polémicas.
Castañeda es un hombre de privilegiada inteligencia e indudable visión de largo plazo. A él se debe la propuesta -presentada originalmente en septiembre del 2000 en el viaje del entonces presidente electo Fox a Canadá y Estados Unidos- de negociar un acuerdo migratorio en Norteamérica. La reacción inmediata fue negativa tanto en Ottawa como en Washington y muchos observadores de la relación México-Estados Unidos afirmaron que sólo la ingenuidad de Fox y Castañeda explicaba que hubieran propuesto lo inalcanzable. Pero tras el posterior triunfo electoral del republicano George W. Bush, el tema entró a la agenda bilateral entre México y Estados Unidos. De hecho, en la visita de Estado de Fox a Washington de principios de septiembre del 2001, pareció que la negociación está a punto de empezar. Los atentados terroristas del 11 de septiembre cambiaron el foco de atención de Estados Unidos. Pero el simple hecho de que se haya obligado a Washington a prestar atención al tema es un triunfo de enormes proporciones.En otros puntos el balance es menos positivo. El esfuerzo por convertir a México en un país activista de la democracia y los derechos humanos, en contraste con la política tradicional de no intervención en los asuntos de otros pueblos, nos ha generado -me parece- más problemas que beneficios. La disputa con Cuba, si bien moralmente correcta, era política y pragmáticamente innecesaria. Nuestra presencia en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas no nos ha dado un lugar conforme a nuestra dignidad en el concierto internacional de países -al grado de que el propio Consejo se ha negado a entregarnos sin censura el informe de armas de Iraq que debiera ser parte del sustento de nuestro voto sobre el tema de la guerra-, pero sí ha sometido a nuestro país a nuevas e inéditas presiones internacionales. Debo reconocer, sin embargo, que esa presencia ayudó a que la resolución 1441 sobre el tema de Iraq haya sido más moderada de lo que pretendían Gran Bretaña y Estados Unidos.
Uno puede cuestionar a Castañeda por arrogante o por haber modificado de manera unilateral los principios de la política exterior mexicana. Pero nadie le puede escatimar su inteligencia y su visión de largo plazo. Entiendo que el Presidente quiera evitar que un canciller de este calibre se le vaya. Pero no veo cómo podría mantener en su equipo de trabajo a un colaborador que ya ha renunciado y que lo ha hecho porque no se le dio el cargo de un compañero de gabinete.
Las razones
Castañeda sintió que ya había terminado de realizar el gran cambio de la política exterior mexicana. Ahora quería dejar su huella en la política interior. Abiertamente le pidió al presidente Fox la Secretaría de Educación. Y como el Presidente no se la dio, Castañeda renunció. Ahora se dedicará a promover una candidatura ciudadana a la Presidencia de la República.