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Castañeda: una conjetura/Plaza Pública

Miguel Angel Granados Chapa

Estudioso y crítico del poder, perseguidor de su ejercicio, su practicante, asombra que Jorge G. Castañeda llegara al punto de hastiarse tan pronto de él. Por eso, cuando todavía no ha sido aceptada su renuncia (lo que podría no ocurrir, pues el presidente Fox expuso su tentación de insistir al canciller para que permanezca en el gabinete), puede intentarse una conjetura: el todavía canciller seguirá en el entorno presidencial, pero encargado de una iniciativa política, la de construir una mayoría foxista en la Cámara de Diputados, que de paso le produzca rendimientos personales.

Se trata de propósitos expresados por él mismo, si bien cuando habló de aquella necesidad presidencial, en abril pasado no se presentó como el encargado de conseguir su realización. El 27 de aquel mes, un sábado que le permitió vestir de modo informal, según lo reportó un diario capitalino, Castañeda se reunió con unas 250 personas, convocadas a desayunar en su compañía, en un salón de fiestas del sur de la ciudad de México. Llegaron de diez entidades y algunos eran antiguos amigos de Castañeda, que como él pertenecieron a partidos de izquierda que se decepcionaron. La mayor parte de los presentes había practicado dos años atrás el voto útil, del que Castañeda fue un activo y eficaz promotor.

El propósito de la reunión fue esbozar la posibilidad de construir en el proceso electoral del 2003, una “mayoría foxista”. Castañeda expuso a sus amigos la necesidad de lanzar “un proyecto de mayoría por el cambio, de mayoría foxista con el PAN jugando un papel muy importante, para ganarle a las resistencias al cambio”. El canciller abundó: “en el Congreso se van a seguir promoviendo controversias constitucionales, porque no tiene mayoría y no está claro dentro del Gobierno quién va a responsabilizarse de las relaciones con el Congreso, si Gobernación o Presidencia. No tenemos un equipo político para ello. Gobernación en teoría lo tiene”. E implicó que eso no ocurre, si bien concluyó esa porción de su análisis aclarando: “lo digo sin dolo”.

A la vista de esa deficiencia para la operación política en corto y con el propósito de dirigir la formación de esa mayoría foxista, Castañeda habría optado por dejar el gabinete y pasar a la acción política, incluso electoral. A menudo ha participado en promociones que no corresponden al ámbito de la política exterior. El año pasado llegó al extremo de abstenerse de viajar con el Presidente de la República para ocuparse de temas de política interior. Si bien fue verdad que la materia de la cumbre de Johannesburgo, a fines de agosto y principios de septiembre correspondía principalmente al secretario del Medio Ambiente, esa especialización no explicaba por completo su ausencia, toda vez que el viaje africano incluyó una visita a Nigeria, realizada en términos de la diplomacia que a Castañeda la correspondía ejercer. Con ese criterio, además, el canciller no hubiera tenido el papel relevante que desempeñó en la cumbre de Monterrey, puesto que el financiamiento para el desarrollo incumbe más directamente a Hacienda que a Tlatelolco.

Castañeda permaneció en México, a la hora en que se abrían las sesiones del Congreso, para estar “a las órdenes... de los diputados y los senadores para ir preparando las distintas glosas, las distintas reuniones que pueden o no tener lugar en los días o semanas que siguen”. Estrictamente hablando, esa misión no hubiera impedido que viajara, pues la comitiva presidencial retornó en la misma primera semana de septiembre en que había partido y las comparecencias de los secretarios se iniciaron mucho más tarde. La del propio Castañeda en el Senado ocurrió seis semanas después de la gira a la que no asistió, en la segunda quincena de octubre.

Sí fue verdad, en cambio, que permaneció en México para hacer contactos políticos, para aceitar la buena relación con el PRI, en que trabaja en tándem con la profesora Elba Esther Gordillo. De modo que no es arbitrario suponer que dedique su inteligencia y su energía a tareas de ese género. Lo haría como coordinador de una coalición electoral que agregue presencia parlamentaria a la que Acción Nacional consiga de por sí, para integrar la “mayoría foxista” que sería como la actualización en el 2003 del “voto útil” de tres años atrás. En esta conjetura cabría no excluir la posibilidad de que Castañeda mismo buscara un lugar en San Lázaro. Ese trayecto estuvo en su cálculo en 1997. Entonces conversó con el Partido Verde Ecologista de México, junto a su amigo Adolfo Aguilar Zínser y otras personas, sobre una opción electoral en que ambos fueran protagonistas. Al final sólo siguió ese camino el ahora representante ante la ONU. Pero ahora la estrategia de Castañeda podría implicar retomar tal opción. No ya con el Verde, que denunció tentativas de ambos políticos para apoderarse de su mando y los anatematizó. Pero caminos no faltarían, pues de imaginación política y capacidad para traducirla en hechos, no carece el todavía canciller.

Una posición relevante en el Poder Legislativo proveería a Castañeda de una parcela de experiencia política directa a que hasta ahora ha sido ajeno y aun renuente. Pero si es verdad, como estimó el diario The New York Times el año pasado, que Castañeda tiene en su horizonte una candidatura presidencial, se aproximaría a ella con mayor eficacia desde una curul, realizando tareas de concertación política, que desde una aula de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.

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