Derivado de las afirmaciones públicas que hiciera el todavía embajador de México ante la Organización de las Naciones Unidas, Adolfo Aguilar Zinser, sosteniendo que para los Estados Unidos nuestro país era su “patio trasero”, así como que esa consideración persistiría mientras existieran en él personas que estimaran que es necesario “tragar camote” ante los deseos del vecino del norte, el presidente Vicente Fox determinó, aunque por la vía de la negociación, la salida diferida del embajador.
Con independencia de los diversos puntos de vista que rodean al caso, está claro que Aguilar Zinser faltó a la prudencia y no midió las consecuencias de sus actos. Porque nadie podrá negar que lo que dijo el embajador es lo que piensan millones de mexicanos que cotidianamente ven el trato que muchas de las empresas norteamericanas dan a los trabajadores mexicanos y la forma a veces hasta inhumana que tienen las autoridades norteamericanas para dirigirse a nuestros compatriotas que viven en ese país.
No obstante ello, el embajador se olvidó que sus palabras tienen un peso específico y por tanto pueden, como sucedió, comprometer al gobierno, máxime que después de la guerra con Iraq la administración de Bush quedó resentida por la actitud asumida por el gobierno mexicano, de manera tal que cualquier pretexto o causa es buena para cobrarse parte de la “grave afrenta” que para él significó no contar con el apoyo de México en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Sin embargo, puede afirmarse que a la imprudencia cometida por Aguilar Zinser el gobierno de Fox suma otra, pues el hecho de anunciar el cese para hacerlo efectivo a partir del día primero de enero del próximo año evidencia una falta de firmeza en la toma de decisiones y crea un riesgo para México, pues de aquí a ese día nadie querrá negociar con nuestro país, en razón de que sabrán que lo están haciendo con un representante que puede no honrar los compromisos que llegare a asumir, lo cual es a todas luces absurdo.