Dejemos por un momento que el cinismo nos gobierne. Nada ya de sentimentalismos por las fotografías de los muertos, incluidos los niños, menos aun sentir dolor por la destrucción sin sentido. Intentemos la amoralidad. El ser humano ha vivido matándose, no estamos ante una situación excepcional, diría nuestro tutor en cinismo. La guerra es parte de la historia de la humanidad. Tampoco se valen desplantes románticos en defensa del estado nación. La verdad es que esa entelequia conceptual siempre ha sido bastante débil. Sólo en el discurso internacional se utiliza sistemáticamente. Allí se hace necesaria esa ficción de igualdad entre los estados, pero igualdad lo que se dice igualdad, eso nunca ha existido. Seamos realistas, nos dice nuestra conciencia cínica, los más poderosos imponen su verdad. Los imperios existen, ni hablar.
Las verdades imperiales siempre han sido molestas, pero hay que admitirlo: en algunos casos llevaban contenidos de avanzada. Alejandro Magno impuso su espada, pero también los ideales helenísticos recuperados por Macedonia. Logró que occidente y Oriente se tocaran. Roma impuso con sangre su verdad, pero nos dejó los primeros cimientos del derecho. La idea misma de ciudadano que tanto nos embriaga hoy nació en ese imperio desgraciado que impuso su verdad por la fuerza. Claro, el error de los imperios es no conocer sus límites. Las espadas se mellan con rapidez. Conquistar a la larga es convencer, no simplemente invadir.
Por cierto en la visión cínica no se vale cuestionarse si el progreso existe, sería tanto como relativizar lo evidente. El círculo vicioso de imperio y desarrollo de la ciencia, imperio y modernidad, la que sea en cada momento, imperio y cambio es innegable. España y Portugal aportaron notablemente, igual a las ciencias del hombre, al humanismo hoy clásico con Suárez que al conocimiento marítimo o de la geografía. Imperios que a la vez llevaron la igualdad cristiana a sus vasallos políticos, con todas sus deformaciones, pero igualdad al fin.
Pensemos en la Francia del siglo XVIII, piedra de toque de los derechos humanos contemporáneos, cuna de las instituciones republicanas, claro que al final está el doctor Guillotine. Pero incluso con él es imposible por ejemplo negarle a Napoleón sus aportaciones: desde el código que da base a nuestra vida civil hasta la numeración de las calles. Nada de flaquear, dijimos que tomaríamos la versión cínica por un momento y no podemos quebrarnos a la mitad. Lo mismo ocurrió con Inglaterra, la de la primera revolución industrial, la que dio vida a una nueva fórmula de progreso y bienestar, la que impulsó grandes avances científicos, también la que exportó e impuso su concepto de democracia y lo llevó, entre otros, a la India. La versión cínica gana terreno, no nos espantemos frente a los imperios.
Dejémonos de ficciones dice el cínico, la guerra de Iraq es una avanzada imperial para poner un bastión en el mundo árabe, es la punta de lanza para desarrollar un piso de derechos individuales mínimos. De acuerdo, fuera máscaras: ni acabar con el terrorismo internacional, ni desarmar a Iraq, se trata de llevar las reglas del juego imperiales a ese mundo. Hemos entrado a una nueva fase de las relaciones internacionales y, al igual que en otras épocas, el más poderoso de los poderosos impone su verdad: violenta la soberanía de los estados, pisotea la legalidad internacional, pero al final del día el impulso es el de llevar códigos de entendimiento igualitario entre los seres humanos como lo pensaron los romanos o los cruzados. Bueno, si podría haber algo de interés en el petróleo pero eso es secundario.
Sin embargo la incomoda versión cínica empieza a tropezar. La mejor forma de no lograr ese propósito es esta guerra. La historia los desmiente. Por eso la entraña se subleva. Demos por bueno el discurso liberador. Hussein es un sátrapa, todo mundo lo sabe, las libertades básicas simplemente no existen en ese país y el imperio se vio en la necesidad de desplazar a un régimen que ponía en duda la estabilidad regional y posiblemente la paz mundial. Ya no discutamos el punto, llevamos meses haciéndolo en todas partes, démoslo por válido. La gran pregunta que persiste es por qué seguir el peor camino, por qué no ser un imperio eficiente. Las acciones violentas llevan por lo menos medio siglo de mostrar sus ineficiencia. Qué ganaron con la guerra en Corea o Vietnam, ¿de verdad se desarrolló la democracia después de la presencia estadounidense? Qué decir de Grenada o Haití, ¿florecieron acaso después de las intervenciones? Para nada, por el contrario el rechazo y repudio generalizado a la ominosa presencia estadounidense desarrolló una dura resistencia al discurso de libertades básicas. México incluido. La permanencia de Castro sólo es explicable porque el antiyanquismo y la idea de independencia pesan más aun que la democracia formal o el bienestar. La historia no es la fuerte del imperio. La histeria si. ¿Qué ocurrió con el gran imperio del mal de la Unión Soviética? ¿Cuántas invasiones requirió su desmoronamiento? Fue el fracaso de la economía centralizada, la desesperación de sus ciudadanos y la aceptación cultural de alternativas lo que destruyó a la que se pensaba como infranqueable potencia. Ganaron las ideas y el realismo ciudadano, no los misiles. La gran lección del siglo XX es que las llamadas revoluciones desde arriba son auténticos castillos de naipes. Que contraste con la fortaleza de la conciencia ciudadana, esa que lentamente se va convenciendo de que la democracia es imperfecta, pero al fin y al cabo es lo mejor que tenemos, conciencia que se acostumbra con rapidez a la igualdad, que exige libertad y no acepta nada menos, la que en el peor de los casos se transmite de boca en boca y es inasible para la censura. Hasta Huntington que no es un revolucionario, lo admite: a la larga sólo podemos confiar en la cultura democrática.
La UNESCO calcula que se necesitaría entre ocho y diez mil millones de dólares para llevar un año de educación básica a todos los niños del mundo que carecen de ella. Bush podría gastar en esta guerra alrededor de 150 mil millones. Iraq solo tiene 23 millones de habitantes, la mayoría pobres y analfabetas. Si hace 12 años el imperio se hubiese lanzado a la conquista de los territorios éticos y políticos de la zona, hoy probablemente la democracia tendría muchas más raíces en la zona y monstruos como Hussein tendrían menos posibilidad de sobrevivir. Pero, una vez más, se ratificó la ceguera de los imperios. Nacen y crecen por que les asiste cierta razón. Caen cuando la sustituyen por la fuerza. Convencer y no vencer era el reto. Lograron exactamente lo contrario. Genial.