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Clóname/ clóname mucho/ como si fuera esta noche...

Francisco José Amparán

Desde hace cinco años, cuando una borrega llamada Dolly le fue presentada al mundo como el primer mamífero clonado de la historia, un concepto que ya tenía rato merodeando en el mundo de la ciencia-ficción (aunque usted no lo crea y Ripley lo dude, “Un Mundo Feliz” de Aldous Huxley es de 1931) y en los límites de las ciencias biológicas, se volvió cosa de todos los días. Claro que mucha gente sigue sin entender bien a bien cómo está el asunto. Pero como la mayoría ha visto trabajar a las máquinas de la compañía Xerox, o ha usado el ya anacrónico papel carbón, con lo que comprenden les basta y les sobra.

Parte de la popularidad del tema radica en los múltiples debates éticos que el nacimiento de Dolly suscitó inmediatamente. Y es que, dado que muchos prójimos se comportan como borregos (véase a la CNC y otros lamentables ejemplos corporativistas), entonces ¿era concebible que la clonación de humanos estuviera a la vuelta de la esquina? ¿Era ello ético? ¿Qué tenían que decir las iglesias y la ley al respecto?

Pero otra explicación de por qué la clonación humana y sus avatares capturaron la imaginación universal es que, simplemente, todos hemos pensado en ese contexto alguna vez: ¿quién no se ha imaginado volver a nacer, o permanecer de manera indefinida en este cada vez más contaminado planeta? Después de todo, procrear (y el gozoso acto con el que se consigue tal faena) tiene como sentido biológico el pasar parte de nuestro paquete genético a otra generación; entonces, ¿por qué no pasar TODO el paquete, enterito y con la envoltura original?

La cuestión es que la mayoría de las instituciones del establishment médico, religioso y legal se pararon de pestañas ante la simple insinuación de que un humano podía ser clonado (o, al menos, que la lucha se le podía hacer). Los científicos alegaron que era más fácil que un diputado mexicano dijera algo inteligente a que un clon humano saliera sin defectos: por ahí del 0.17 por ciento de probabilidades. La Iglesia Católica se aferró a su viejo criterio de lo única (y no duplicable) que es la persona humana. En Estados Unidos, la derecha le cargó la mano a los diputados, los cuáles ipso facto emitieron una ley prohibiendo tajantemente que se ande tonteando con ADN’s ajenos en territorio de Gringoria (aunque la ley no pasó en el Senado). Y así quedó la cosa.

Hasta que, en una semana tradicionalmente vacía de noticias importantes, y en un hotel situado en (of all places) Hollywood, Florida, una oscura compañía llamada Clonaid anunció que unos días antes había logrado el nacimiento del primer bebé clonado de la historia. La criatura, una niña, fue apodada Eva, como la fémina original. Y ardió Troya.

Primero, porque poca gente del gremio científico cree capaz a esa compañía (o cualquier otra) de clonar a un humano a estas alturas... además de que Clonaid parece tener fama de poco seria. Vaya, un anuncio así se hace en un seminario académico, no en el lobby de un hotel. Segundo, porque es fecha que Clonaid no ha probado científicamente nada (no hay muestras del ADN de bebé ni madre). Y tercero porque, de ser cierto, Clonaid llevó a cabo una operación cruel e inhumana. ¿Qué niña (especialmente en la edad de la punzada) quiere ser clon de su madre? ¿Qué adolescente renunciaría de entrada al derecho sublime de ser todo lo diferente a su mamá que sea posible, para así sacarle canas verdes? ¿Qué mujer quiere tener la misma cara (y por tanto, comprar el mismo tono de maquillaje, base, blush y no sé qué emplastos más) que otra?

Pero lo que más llamó la atención de todo esto, es que detrás de Clonaid está una secta religiosa (o al menos así se autoconsideran) cuyas actividades hacen levantar no pocas cejas, fruncir no pocos ceños: los Raelianos.

Este grupo puede considerarse como perteneciente al ámbito de aquellos que tienen creencias totalmente heterodoxas, y que por ello la mayoría tira a Lucas. Y aunque hasta la fecha no le han hecho daño a nadie, todos recordamos cómo otros grupos por el estilo han llegado a extremos homicidas (o suicidas)... como aquéllos de San Diego que, hace unos años, voluntariamente colgaron los tenis (nuevecitos, Nike) con el propósito de viajar astralmente a un platillo volador oculto detrás de un cometa. O los miembros de otra secta (la del Templo Solar) que han sido víctimas de oscuras muertes colectivas en tres países.

En el caso de los Raelianos, ellos creen que un ex corredor de carreras y ex periodista (¡los daños que causa la profesión!) llamado Claude Vorilhon fue abducido un par de veces, en 1973 y 1975, por enanitos verdes en un platillo volador plateado, para revelarle el verdadero origen de la humana estirpe. A partir de ahí, el tipo vino a llamarse Rael. Según la información que los marcianitos le pasaron al costo, los humanos somos el producto de un experimento de clonación extraterrestre realizado hace 25,000 años (así que olvídense de Darwin, de los australopitecos, y de Rachel Welch y Barbara Bach combatiendo dinosaurios en bikinis de piel de iguanodonte). Otros axiomas: La vida tiene sentido si se alcanzan altos niveles de bienestar a través de la meditación sensual. Nuestro destino es alcanzar la inmortalidad con manipulación genética. De hecho, se dice que un grupo de mujeres (miembros de la llamada Orden de los Ángeles de la secta) ha jurado entregarse a los creadores extraterrestres cuando llegue el momento. También se dice que en Montreal, la ciudad más cercana a la sede raeliana, se agotaron los disfraces de ET diez meses antes de Halloween.

Hasta aquí, nada que decir: cada quién que piense lo que quiera, que medite como quiera, y que se deje embarazar por seres del origen que sea... incluso si portan trajes de hule verdoso. Pero ahora con el rollo de Eva, algunas objeciones salieron a relucir. Sólo citaré las más importantes:

Algunas iglesias establecidas (especialmente la católica, que en Montreal ya trae pleito peleado con los Raelianos) dicen que el movimiento ni es religión ni es nada: simple y sencillamente, un grupo engatusado por un líder carismático y vivales al que le gusta la buena vida y las mujeres güeronas y güenonas: los Realianos las prefieren rubias. Así pues, el grupo está desviando a los ingenuos de la verdadera búsqueda de la trascendencia... y alejándolos de sus cuentas de ahorros. Aunque, seamos justos, no conocemos ninguna acusación de ese tipo relacionada con el señor Rael... todavía.

Muchos científicos consideran que es una ignominia que un asunto tan serio y que requiere tanto estudio como la clonación sea secuestrado por una banda de charlatanes, que sólo abaratan los esfuerzos serios y responsables. El andar jugando con esos temas hace, precisamente, que mucha gente piense en la clonación como algo que se le ocurriría al Dr. Frankenstein... junior, como lo interpretara genialmente Gene Wilder.

Hasta el momento de escribir esto, Clonaid no ha mostrado una sola prueba de que haya realizado lo que reclama. Los Raelianos se han desligado oficialmente de la compañía. Las condenas al hecho (o al anuncio del hecho, de perdido) se han multiplicado exponencialmente. Y una secta perdida en los bosques al norte de Montreal se volvió noticia mundial. Nada mal como golpe publicitario, la verdad.

PD: El lector Pedro Duarte (que aviesamente no dijo ni pío sobre la exquisita victoria acerera sobre Cleveland) me llamó la atención sobre un asunto que, he de confesar, se me pasó en un artículo anterior. En la biografía oficial del ex Cardenal de Boston, Bernard Law, se dice que nació ¡en Torreón! donde “su padre estaba estacionado en una base militar norteamericana”. Aquí la verdad es mita-y-mita. Efectivamente, Law sí nació en Torreón. Pero su padre no estaba en ningún destacamento militar americano (que nunca ha existido en laguneras tierras, ni siquiera en la guerra de 1847), sino que era ingeniero de Peñoles. A ver si ahora no le echan la culpa de sus recientes problemas a la contaminación por plomo...

Correo: famparan@campus.lag.itesm.mx

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