El presidente Fox ha insistido en varias ocasiones que México está preparado para enfrentar, ?con planes en materia económica y de seguridad nacional?, los conflictos internacionales que se desprendan de una guerra entre Estados Unidos e Iraq.
En la práctica, sin embargo, lo que se tiene en materia económica, según declaración del secretario de Hacienda, no es un programa contingente, sino la evaluación de diversos escenarios que sirven para identificar los posibles efectos de ese conflicto sobre nuestra economía.
La duración de la guerra es un factor crucial en cualquier discusión de los escenarios económicos en el futuro cercano. No es lo mismo un conflicto que se resuelve en unas cuantas semanas, a otro que se prolonga por meses y puede durar años. La mayoría de los analistas externos, así como los economistas en México, contemplan tres escenarios en caso de una guerra entre Estados Unidos e Iraq.
El primero supone un periodo de incertidumbre antes de que se defina que hay una guerra. Esta opción me parece la menos probable. Considero que el conflicto será armado y casi seguro se inicie en este mes. En consecuencia, es innecesario especular sobre los efectos de esta alternativa porque no le asigno una probabilidad relevante.
El segundo escenario considera un conflicto armado de larga duración, que se extiende por más de seis meses. Esto es lo menos deseable pero no es por ello improbable. Los precios del petróleo se elevarían y permanecerían altos, debido a la incertidumbre en relación con los daños a los pozos petroleros en Iraq y sus países vecinos, así como respecto a la reacción del mundo islámico, en particular, los países productores de petróleo.
La confianza de los consumidores estadounidenses se deterioraría y su economía caería nuevamente en recesión. Los mayores precios del crudo se traducirían en ingresos extraordinarios para el gobierno mexicano, pero el descenso en la actividad económica internacional, en particular la de Estados Unidos, tendría un impacto negativo severo sobre nuestro aparato industrial y, por ende, sobre nuestras expectativas de crecimiento.
El tercer escenario, considerado por la mayoría de los analistas como el más probable, consiste en una guerra de corta duración. Aquí se supone que en unos cuantos meses triunfa Estados Unidos y luego se dedica a la pacificación y reconstrucción de Irak, sin que hayan ocurrido daños importantes sobre las instalaciones petroleras de la zona.
Si en realidad la guerra estalla pronto y acaba rápido, el efecto sobre la economía mundial, y la de México en particular, podría ser pequeño y pasajero. Los precios del crudo se elevarían primero para luego caer a niveles sólo algo superiores a los anteriores al conflicto; la confianza se restablecería relativamente pronto, y se recuperarían los mercados bursátiles. La expectativa es que estos eventos generarían un repunte vigoroso de la economía estadounidense, por lo que en su caso podemos esperar que la nuestra reaccione favorablemente en la segunda mitad de 2003 y en 2004.
Esta apreciación se deriva del hecho que muchos consideran que la situación económica mundial, la depreciación del dólar y la volatilidad en los mercados bursátiles son producto del miedo que tienen los inversionistas y consumidores a las consecuencias de una guerra entre Estados Unidos e Irak. Por consiguiente, ellos esperan que tan pronto termine la lucha armada, la incertidumbre desaparece, los consumidores vuelven a gastar, y las empresas empiezan nuevamente a invertir. Pareciera como si una vez resuelto el conflicto todo volvería a la normalidad.
Esta es, sin embargo, una visión quizá demasiado optimista del desenlace de la guerra porque subestima las lecciones de la experiencia, no reconoce que la situación posterior al conflicto no queda totalmente exenta de trastornos, ni que su final no despeja todas las incertidumbres.
Por una parte, ninguna guerra se ha resuelto en el tiempo esperado; todas han costado en vidas humanas y recursos económicos bastante mayores a lo previsto inicialmente; y seguiría sin resolverse la gran incógnita de las represalias terroristas, ahora no sólo en Estados Unidos, sino también en todos los países que participen activamente en la guerra contra Iraq.
Por otra parte, muchos de los escenarios postbélicos olvidan que en los Estados Unidos todavía quedan muchos asuntos económicos por resolver. Entre los pendientes se encuentran los desajustes que crearon los excesos financieros de finales del siglo pasado, los niveles récord de endeudamiento de sus consumidores y empresas, así como la enorme capacidad ociosa de su planta industrial.
Todo lo anterior indica que todavía no existen suficientes bases para el optimismo. Me temo, más bien, que ante este panorama es muy probable que el futuro nos depare todavía sorpresas desagradables y tiempos difíciles.
Por consiguiente, la reacción de política económica más prudente en México, ante un temporal geopolítico de magnitud y duración impredecibles como el actual, es mantener la disciplina fiscal y monetaria para no trastornar, innecesariamente, los fundamentos macroeconómicos del país.
Las reservas internacionales de 50 mil millones de dólares, un perfil razonable de vencimientos de la deuda pública, la ausencia de mayores presiones inflacionarias relevantes, un manejo prudente de las variables fiscales y financieras nos ayudarán a amortiguar el golpe que dará la guerra sobre nuestro desempeño económico, pero no podrán evitar que nuestra actividad productiva y el empleo resientan, por lo menos, un coletazo negativo de un acontecimiento tan lamentable.
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