Quienes bordan desde la academia y el gobierno sobre el problema de la pobreza son maestros en la teoría e ignorantes en la práctica. Los pobres quisieran ver más hechos y escuchar menos palabras. Pero los burócratas usan los vericuetos del largo camino de la tramitología en la búsqueda del tiempo perdido y para cuando hayan terminado la investigación, el análisis, la cuantificación, la solicitud de recursos, el regateo, la autorización, los trámites de disposición y finalmente la ejecución de un programa más o menos viable, los pobres habrán muerto de hambre y desesperanza.
La situación del campo mexicano lleva la misma traza. Todo se va en juntas de kilométricos discursos, caras de hastío y cero conclusiones. Aquí nadie tiene prisa, salvo quienes se metieron en el berenjenal de gobernar y ahora no saben cómo salirse del atoradero. No problem: Cuestión de alargar las soluciones. El tiempo se encargará de lo demás.
¿Y la reestructuración de la energía eléctrica? Sepa la ..... Este año no, por lo pronto. Ya veremos el próximo si el PAN logra ganar las elecciones legislativas y quién quite también se resuelva el problema fiscal, el narcotráfico, la triste condición de los pensionados y jubilados, la carencia de empleo, la seguridad pública y el largo etcétera de angustias nacionales que nos aflige desde tiempo inmemorial.
Quienes hablan de los cambios que necesita el país no tienen la menor idea de cuáles son y cómo pueden llevarse a la práctica. En el lato horizonte de la política todo se vuelve conflicto, crítica y oposición. La dialéctica legislativa de este país constituye un laberinto de múltiples entradas y salidas que llevan a ninguna parte. En más de dos años de existir el gobierno del cambio lo único que se ha cambiado y eso de lugar en las paredes de Los Pinos, son los retratos de Benito Juárez y de Francisco I. Madero. Por lo demás, la República continúa sobrellevando la misma setentona carga de conflictos, necesidades, carencias y defectos.
La economía funambulesca del país se sustenta sobre la cuerda floja de la economía de Estados Unidos. Ya se sabe: Allá estornudan y acá nos encama una pulmonía cuata. La guerra contra Iraq trae loquitas a las bolsas de valores y, milagros de la crematística, el peso flota con el dólar al ritmo del romántico vals -Sobre las olas-.
Con los miles de millones de dólares que el presidente Bush demanda del Congreso de Estados Unidos bien podrían resolver todas sus necesidades los países subdesarrollados del mundo; pero él los quiere para construir más bombas inteligentes y de mala puntería que jamás atinan al sitio donde Saddam Hussein sonríe.
En México nos preocupa hoy el mal concepto que la Casa Blanca de Washington tiene de nuestro embajador ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el doctor Alberto Aguilar Zínzer, quien está en entredicho y podría ser repudiado por su ideología socialista y postura contraria a los sentimientos bélicos norteamericanos. Nuestros empresarios, mientras tanto, pierden el sueño pensando las diversas formas en que el gobierno de Estados Unidos va a tomar represalias contra México por el voto adverso a la guerra.
Mientras tanto esperamos: A que termine la guerra en la vieja Mesopotamia; a que el PRI deje de ganar elecciones en los Estados; a que el petróleo suba de valor y el dólar no se hunda ante el euro, llevándonos a la cima de la quiebra financiera; a que se alivie el señor Presidente; a que doña Marta reflexione sobre su porvenir político; a que los comicios de julio sean favorables al PAN; a que se le baje la muina al presidente de los Estados Unidos con el té de boldo que le mandaron del rancho San Cristóbal y en fin a que suceda lo mejor, aunque no sepamos qué pueda ser eso.
Ni modo, así están las cosas en México desde hace mucho tiempo. Por angas o por mangas la nación no puede ver la solución de sus múltiples problemas. Sin embargo, esperemos. Démosle tiempo al tiempo, igual que siempre. Como sea, ái la llevamos mal que bien.